Tres médicas llegan a un pueblito rural. Están ahí para hacer un relevamiento de la situación social y sanitaria. Apoyadas con tibieza por las autoridades locales, son alojadas en un hospital abandonado, a punto de ser demolido, donde también empezarán a conocerse entre sí. Aunque el panorama no es alentador –la gente vive de manera miserable, con un altísimo grado de desocupación, enfermedad y abandono–, no hay en la mirada de las tres mujeres ni culpa ni lástima ni juicio. Profundamente humanas, comenzarán a integrarse a los ritmos y usos de la comunidad, cada una con las aristas de su propia experiencia. Esa asimilación al nuevo entorno no será ni sencilla ni gratuita. La bellísima escena final no hace otra cosa que retratar ética y poéticamente ese arduo proceso.
Los labios es una película de cruces y conexiones. Son las que ocurren entre lo documental y lo ficcional, entre narrar y describir, y fundamentalmente entre dos miradas cinematográficas muy poderosas. Tanto Iván Fund como Santiago Loza vienen de carreras cinematográficas muy sólidas y su reunión, de un modo bustosdomecquiano, ha producido una tercera entidad casi independiente de ellos mismos. Un fantasma tan real como los que deambulan por la tensa calma de Los labios.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino
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