Podría decirse que el estreno de Soul, largometraje número 23 de los estudios de animación Pixar, llega justo a tiempo para salvar el honor que habían dejado herido con su trabajo anterior, Unidos, que alcanzó a estrenarse en salas justo antes del comienzo de la cuarentena, en los primeros meses de este infame 2020 que ya termina. La película es además una de las grandes apuestas de la plataforma Disney+, que comenzó a dar sus primeros pasos en América latina hace muy poco. Pero a pesar de levantar de manera notoria la vara que su antecesora había dejado por el suelo, tampoco debe pensarse que esta nueva aventura se encuentra entre lo mejor de la filmografía de la casa del veladorcito.
Y es que, aunque la película tiene unas cuantas virtudes para destacar, también incurre en algunos excesos de sentimentalismo en la siempre cargosa meta de contar “historias inspiradoras”. Nada que esta vez arruine la experiencia. Aún así, el filón que busca de forma deliberada arrancarle algún puchero al espectador está ahí y se asoma cada tanto, apartando por un rato a la película de sus mejores recursos. Algo similar pasaba con Intensa-Mente, film de Pixar de 2016 que, como Soul, también estaba dirigida por Pete Docter. Los paralelos entre ambos títulos son varios.
El protagonista es Joe Gardiner, un apasionado pianista que se gana la vida dirigiendo una orquesta escolar. Ya desde la primera escena, en la que debe lidiar con el desinterés casi absoluto de sus alumnos, queda claro que se trata de un motivador nato. Y como tal, no solo sabe cómo capturar la atención de los chicos, sino que también es capaz de reconocer la pasión en el otro y de entusiasmarse por ello. Que este maestro de música tan dotado para guiar a los jóvenes “retoños” se apellide Gardiner (jardinero) no es precisamente una sutileza. Y lo será todavía menos en la continuidad del relato. Ese mismo día, Joe se entera que una saxofonista a la que admira está buscando un nuevo pianista para su cuarteto de jazz y no solo consigue una audición, sino que logra sorprenderla con su expresividad y capacidad para improvisar. Tan feliz está por su éxito, que al salir a la calle se distrae imaginando su futuro y muere al caer por accidente en una alcantarilla.
El giro dramático puede parecer demasiado para una película infantil que todavía no llegó a los 15 minutos. Sin embargo Soul maneja esa vuelta de tuerca con tanta gracia, que la tragedia pasa desapercibida y ese es un excelente augurio. Porque el salto argumental va acompañado de un cambio estético, pasando del hiperrealismo con el que la película retrata al mundo (el nivel al que ha llegado la animación en la recreación de la realidad es asombroso), a un estilo caricaturesco para representar el universo de los espíritus, en donde transcurrirá la mitad de la historia.
Cuando Joe, o mejor dicho su alma (que en inglés se dice Soul), se entera de que está por entrar al Más Allá justo en su día de gloria, se resiste y trata de volver a su cuerpo. Pero en su desesperación termina cayendo en el Más Acá, una especie de limbo donde habitan las almas que aún no han encarnado y en donde deben encontrar una razón que les permita ir en busca de su avatar humano. Ese cambio de estado es lo que hace surgir lo mejor de la película, permitiéndole a sus creadores exhibir la gran capacidad imaginativa por las que se destacan los mejores trabajos del estudio. Durante el lapso en el que ambos mundos se cruzan a partir del empeño de Joe por regresar a cumplir su cometido en la vida, Soul consigue sorprender tanto en el plano del diseño, creando un universo inédito y maravilloso, como en el narrativo, alcanzando un alto coeficiente de gags por minuto. Por supuesto, a la moraleja se la ve venir ya desde lejos y es ese empeño por abrazar el mensaje antes que a la forma lo que le quita a Soul la posibilidad de ser una película excelente.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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