viernes, 13 de marzo de 2020

SERIES - Cuando la venganza se convierte en un final (perversamente) feliz

La problemática en torno al viejo tema universal de la venganza no es ajena al colectivo de las series. Desde un clásico absoluto como la inglesa Los vengadores hasta producciones último modelo como Reprisal o Insatiable, pasando el melodrama ochentoso La vengadora, no han sido pocas las ficciones episódicas en las que el asunto ha ocupado el centro dramático y su revisión puede servir para exponer algunas ideas al respecto.

Parafraseando el comienzo de la novela La casa, de Manuel Mujica Láinez, podría decirse que la venganza es vieja. Revieja. Algunos incluso arriesgarán que tiene la edad de la humanidad y podrían tener razón si no fuera porque antes de que ésta se convirtiera en uno de los temas más poderosos del imaginario cultural ya existían la confianza, la traición y la humillación, partícipes necesarios para dar a luz a ese deseo insano. Es decir, no habría lugar para desquites ni revanchas si primero no hubiera habido una confianza rota o una sensibilidad humillada. Electra seguiría siendo una princesa feliz si su madre, la reina Clitemnestra, no se hubiera cargado a su padre, el poderoso Agamenón, luego de que éste volviera de Troya trayendo entre sus trofeos de guerra a su amante Casandra. Medea nunca se convertiría en la bruja mala que mata a sus propios hijos para hacer sufrir a su esposo Jasón, solo porque éste la dejó para casarse con otra. ¿Y quién se hubiera planteado aquella pregunta acerca del ser o no ser si el padre del príncipe Hamlet no hubiera muerto envenenado a manos de su hermano Claudio, para luego casarse con su esposa, la reina Gertrudis, y así quedarse con el trono y con el reino? Sin ese dolor no habría tragedia griega ni Shakespeare ni nada, porque el deseo de venganza solo puede surgir cuando hay algo que huele a podrido en Dinamarca.
Las series no son ajenas a este tema universal y su interés por él no es novedoso. El recorrido que se propone a continuación no solo abarca ejemplos de la producción actual, sino que también refleja el modo en que el acto en cuestión fue entendido por el género en el pasado. Un itinerario que de paso tal vez sirva para desarrollar algunas reflexiones en torno a ella, pero que no puede comenzar sin por lo menos hacer mención a una de las series inglesas más famosas de todos los tiempos, que ya desde su título evocaba a la cosa de manera directa.  

Mucho título y poca venganza  

Los vengadores (The Avengers, 1961) es una de las series de ficción más exitosas producidas por la BBC, la televisión pública británica. A pesar de su antigua popularidad, en pleno siglo XXI, a casi 60 años de su estreno, se vuelve necesario aclarar que estos Avengers no tienen nada que ver con el hoy famoso combo de superhéroes, creado por la casa de historietas Marvel Comics recién en 1963. Se trata en cambio de una saga originalmente policial de capítulos auto conclusivos, que se volvió famosa sobre todo por la influencia que tuvo en el entonces revolucionado mundo de la moda femenina. A tal punto que algunos de sus personajes como Emma Peel (la actriz Diana Rigg) o Tara King (Linda Thorson) se convirtieron en verdaderos íconos, influencers avant la lettre, y bastaba con que alguna de ellas se calzara unas minifaldas con botas largas o un catsuit de cuero negro, para que las chicas de todo el mundo salieran corriendo a buscar el modelito.
Sin embargo, en contra del propio título, el de la venganza fue un tema efímero dentro de su trama, limitándose a los dos episodios iniciales de la primera temporada, de un total de siete. En ellos un médico investiga la muerte de su prometida (y secretaria) a manos de una banda de narcotraficantes. Así conoce a un detective que va tras la pista de los mismos criminales y juntos deciden vengar el asesinato de la novia del protagonista, interpretado por Ian Hendry. Pero ocurrió que el personaje del detective John Steed, a cargo de Patrick Macnee, comenzó a volverse popular y a ganar espacio hasta hacer desaparecer al otro ya en los últimos capítulos de la temporada inicial. Para entonces Los vengadores había abrazado su carácter de serie en permanente reformulación, modificando no solo su tema central, sino que con el correr de los años también iría mutando de género y de estética, yendo del policial al espionaje y de la acción a la parodia. Entonces, mejor viajar algunos años hacia adelante y rescatar un ejemplo cuya trama hunde sus cimientos en lo profundo del espíritu vengativo. 

Razones para una venganza serial

En el mundo de las series de la década de 1980, monopolizado por las cadenas de televisión de Estados Unidos, tuvieron un lugar destacado aquellos melodramas que narraban las intrigas palaciegas de esa aristocracia plebeya que constituye el empresariado de aquel país. En dicha categoría se destacaron títulos como Dallas o Dinastía, que por entonces se repartieron el rating mundial y en donde las venganzas familiares más pueriles estaban a la orden del día. Tomando ese modelo como punto de partida, en la primera mitad de los ’80 llegó a la televisión argentina la miniserie de origen australiano Return to Eden (1983), estrenada con un título local que hoy sería un spoiler en sí mismo: La vengadora.
Interpretada por la actriz Rebecca Gillig, esta serie cuenta la historia de Stephanie Harper, heredera de un millonario emporio empresarial que a los 40 se siente feliz por primera vez en su vida. Es cierto que es dueña de una de las fortunas más grandes de Australia, pero ya se sabe que el dinero nunca sirvió para comprar amor ni pagar la felicidad. Con dos matrimonios fallidos y el único consuelo de dos hijos adolescentes, Stephanie cree que por fin le ha llegado la hora de ser afortunada también en el amor. Pero basta ver a Greg, su nuevo marido, para saber que su carita maliciosa y seductora esconde oblicuas intenciones. Las mismas se materializan a mitad del primer capítulo, cuando este joven tenista, playboy y trepador decide sacársela de encima arrojándola a un pantano lleno de cocodrilos voraces.
La serie, que hace casi 40 años fue un éxito, hoy en día casi no permite ser abordada sino como consumo irónico. Las enormes elipsis temporales, que el relato utiliza para colocar dramáticamente cerca a hechos que demandan de semanas y hasta de meses para producirse, hablan más de cierta inocencia que de torpeza o de malicia narrativa. Por supuesto que Stephanie no muere devorada por cocodrilos, sino que queda desfigurada y en apenas media hora será rescatada por un ermitaño que la curará y le dará dinero para que, amnésica como está y bajo el nombre de Tara Welles, se vaya a internar a una isla donde un cirujano plástico la reconstruirá, dejándola mejor que antes. Sobre el final de ese episodio se la puede ver protagonizando una clásica secuencia de entrenamiento, calzada en un ajustado maillot que destaca su figura, hasta ahora oculta por el vestuario conservador de Stephanie. Solo que en lugar de golpear reses muertas o perseguir gallinas como Rocky, ella se pone en forma con una rutina de gimnasia a lo María Amuchástegui. Ahí nace Tara y con ella desaparece Stephanie: estamos en presencia de La Vengadora.
Lo que sigue ronda el delirio y eso es lo que hace que den ganas de seguir viendo la serie. Los últimos dos capítulos desarrollan el plan inverosímil que la protagonista ha urdido para vengarse de su esposo y victimario. Stephanie/Tara regresa a Sidney decidida a hacerse famosa como supermodelo y así enamorar de nuevo a Greg quien, por supuesto, no solo no la reconoce sino que muerde el primer anzuelo que le tiran. Más allá de sus debilidades, la serie introduce algunos elementos de interés para profundizar en el tema de la venganza.
El más llamativo es que Stephanie/Tara nunca se preocupa por el hecho de que sus dos hijos han quedado a cargo del psicópata que la tiró directo a las fauces de los cocodrilos. Y ante eso lo más sencillo, como de costumbre, es quedarse en la superficie y estigmatizar a la protagonista, acusándola de ser una mala madre. Sin embargo la cosa es bastante más compleja y tiene que ver con la forma en que opera el espíritu vengativo, oscureciendo la consciencia de quien es tomado por ella. Porque la venganza solo aparece como alternativa cuando existe la certeza de que la justicia o bien es inútil o su acción no alcanzará a resarcir el daño recibido. Y si en el terreno político el impulso vengativo surge de la idea (real o no) de que el Estado es incapaz de reparar lo injusto a través de la ley, en el nivel emocional su aparición no expresa otra cosa que la anulación del sano juicio bajo el peso del dolor. La víctima cae entonces en un trance en el que nada es más importante que causarle al victimario un sufrimiento mayor que aquel que le fuera infligido, suponiendo que al conseguirlo se alcanzará un estado de satisfacción. El problema es que eso tal vez nunca ocurra, como lo demuestra la versión de Electra escrita hace 25 siglos por Eurípides. Sin embargo en el terreno de las ficciones modernas no hay nada más parecido a un final feliz que una venganza consumada. Alcanza con ver La vengadora.

Bullying, el motor incómodo

Algunas de las noticias más conmocionantes de los últimos tiempos tienen que ver con lo que en la actualidad se conocen como bullying, término incorporado al lenguaje cotidiano hace pocos años para identificar a un tipo de acoso constante, en el que un individuo o grupo ejerce distintas clases de violencia sobre otro. Sobran los ejemplos de personas, por lo general varones, que un día entran al colegio o la oficina para cobrarse a tiros los años de haber sido blanco, por acción u omisión, de las burlas diarias de sus compañeros. Sobre ese tópico complejo, aunque sin intensión de tratarlo seriamente o en profundidad, se desarrolla la trama de Insatiable, serie producida por Netflix con dos temporadas estrenadas en 2018 y 2019. La cadena aún no confirmó si este año habrá o no una tercera.
Patty es una adolescente que soporta desde chiquita la crueldad de sus compañeros debido a su problema de sobrepeso. Pero todo vaso lleno tiene su gota fatal y este no es la excepción. Una noche la pobre está comiéndose un pancho en la puerta de un drugstore, cuando pasa un linyera y le pide de mala manera que le convide un pedazo. Intimidada, ella se niega, recibiendo también la burla despectiva del loquito hambriento. La reacción de Patty es instintiva, visceral, un acto reflejo: le da un golpe al tipo y le rompe la nariz. La chica no alcanza a sorprenderse de su propia reacción que enseguida recibe una nueva agresión del mendigo, que le parte la quijada de una piña.
Insatiable toma como modelo al cuento tradicional La Cenicienta, que ya hace siglos abordó el asunto del bullying (recordar el acoso y las burlas que la protagonista recibía de su madrastra y hermanastras) e incluía también el cumplimiento “mágico” de un deseo. Porque a partir de tener la boca literalmente engrampada y de estar obligada a una dieta líquida para sanar su mandíbula, Patty baja de peso de forma radical, convirtiéndose en una diosa en apenas 40 días. Por el camino del absurdo y de una incorrección política bastante ramplona, estos hechos cumplen la misma función dramática que la escena del Hada Madrina, operando en Patty un cambio soñado. Solo que acá el hada no es bondadosa ni es hada, sino que adquiere la forma de otra víctima del abuso colectivo, el linyera, quien de alguna manera también trata de vengar el abandono que recibe por parte de la sociedad, agrediendo verbal y físicamente a una joven de clase media.
El asunto es que Patty se encuentra de golpe (nunca mejor dicho) en las antípodas de su propia existencia, recibiendo ahora el deseo de todos en lugar del viejo rechazo. Pero lejos de ser un cambio benéfico, la chica utiliza el poder que le otorga su recién recibida popularidad para hacerle pagar a sus agresores las ofensas recibidas durante toda la vida. Así se irá cobrando las cuentas pendientes con todos, desde su madre hasta el mendigo que la golpeó, pasando por las chicas populares que se burlaban de ella o el chico que le gustaba, quienes solo le dieron bola cuando se convirtió en una bomba sexual adolescente, un detalle espinoso sobre el que la serie tampoco parece tener nada inteligente que decir.  

Los trapitos con sangre se lavan en casa

Hulu es la tercera plataforma de streaming en orden de importancia, lejos detrás de Amazon y muy, muy lejos de Netflix. Pero el enorme éxito que ha tenido con The Handmaid’s Tale aún la mantiene en la lucha. A fines del año pasado Hulu estrenó Reprisal, una serie ultraviolenta que retoma algo de la estética y la temática de su par Sons of Anarchy (Canal FX), con toques de Kill Bill, la película de Quentin Tarantino, y un punto de partida similar al de La vengadora. La protagonista es Doris, quien junto a Burt, su hermano mayor, lidera una pandilla de hotroders, que son algo así como motoqueros pero fanáticos de los autos viejos y tuneados. Un día ella descubre que Burt ha cometido un crimen indefendible y para no ser descubierto él la encadena a una camioneta para arrastrarla por el asfalto hasta la muerte. O eso es lo que él cree. Porque como Stephanie (o el personaje de La Novia de Kill Bill), Doris sobrevive y bajo una nueva identidad se pasa diez años planeando su venganza. Ahí comienza Reprisal.
Tanto Doris como sus enemigos son despiadados y la serie lo aprovecha para hacer un uso estilizado del gore. Pero en Reprisal aparece algo inédito, ausente en las otras series citadas hasta acá. Se trata de la culpa, opuesto complementario de la venganza, el sentimiento que en ocasiones, si consigue convertirse en arrepentimiento, puede llegar a redimir al victimario y a eximirlo de la furia de su víctima. En efecto, algunos de los cómplices de Burt manifiestan algún tipo de prurito respecto de sus propias viejas acciones, solo que ni ellos ni la rencorosa de Doris parecen dispuestos a prestarles atención a sus emociones. En ese sentido se puede decir que Reprisal pinta un universo en donde el motor de las acciones es puramente pulsional, nunca mediado ni por la reflexión ni por el análisis de sus motivaciones o consecuencias. Lo confirma la estructura sobre la que está construido el personaje de Doris, siempre reprimida, fría, insensible, conteniendo sus emociones hasta que es desbordada por estallidos de violencia que aparecen casi sin aviso.
El arrepentimiento nunca llega ni en Reprisal, ni en Insatiable, ni en La vengadora, tres producciones en donde las víctimas que ejercen la justicia por mano propia son mujeres. Quien quiera ver en ese dato el reflejo de un cuadro de situación de las sociedades modernas, cuenta con todos los elementos para poder hacerlo. Al mismo tiempo dicha ausencia de arrepentimiento tampoco deja lugar para la aparición del perdón, instancia indispensable para desarticular el deseo de venganza y la única que le abriría la puerta a una posibilidad real de justicia. 

Artículo publicado originalmente en la revista Quid.

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