
Ambientada en Berlín durante aquella semana de 1989 en la que el muro que dividía en dos a la capital alemana (y al mundo) cayó bajo el vendaval de la Historia, Atómica es algo así como el último relato de la Guerra Fría. Un microfilm que estaba en poder de un espía británico cae en manos de un agente soviético. El mismo contiene información detallada que podría torcer la balanza política para el lado de quien la posea. El MI6, el servicio secreto del Reino, envía a su mejor hombre para recuperarlo, aunque en este caso el mejor hombre es en realidad una mujer. A tono con la época, Atómica se suma a la lista de producciones de acción recientes en las que la encargada de recorrer el camino del héroe es una chica.
La agente Lorraine Broughton (Charlize Theron, una vez más estupenda) logra ser una heroína de acción convincente sin necesidad de masculinización alguna. Broughton, la rubia atómica del título original (Atomic Blonde), es tan letal como Jason Bourne sin dejar de ser femeninamente plástica. Incluso los encuentros sexuales, elemento vital en cualquier film de espías desde que Sean Connery se vistió por primera vez de James Bond, se permiten apartarse de la clásica lógica binaria, aunque es evidente que la mirada detrás del relato sigue siendo masculina.
Atómica es deliciosamente fetichista. Un canto a los años ‘80 luminosamente pop por un lado, pero políticamente oscuros por el otro, dualidad a la que le saca el máximo beneficio. Como toda bomba de tiempo, en Atómica el paso de los minutos no hace más que anunciar la explosión inevitable y Leitch consigue que el mecanismo funcione, haciendo que cada parte se active en función de la ingeniería del relato. Desde las citas cinéfilas insertadas en el momento preciso hasta una banda de sonido eficaz, cada pieza apuntala la intención manifiesta de hacer que, al menos durante 115 minutos, los ‘80 revivan en toda su falsa liviandad.
Mencionar la banda sonora, toda una declaración de amor al concepto MTV original, obliga a detenerse en ella, porque es ahí donde la película pone en evidencia su artificio. Curada por Tyler Bates (el hombre detrás de los exitosos soundtracks de Guardianes de la Galaxia), la música reconstruye el imaginario sonoro de la época navegando en la superficie de los hits más obvios (y efectivos) del synthpop, incluyendo artistas como Depeche Mode, New Order, Information Society o Falco. Esa ligera superficialidad revela el carácter de objeto diseñado para el consumo, que se traduce visualmente en un montaje prolijamente videoclipero que no se aparta de la zona más segura del negocio de la nostalgia. Atómica mira los ’80 desde lejos y ya se sabe que desde la ficción de la distancia todo siempre se ve mejor, más lindo. Perfecto.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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