jueves, 14 de septiembre de 2017

LIBROS - La comunicación mural: Bandos, revistas, pintadas y graffitis

En tiempos del Virreinato del Río de la Plata, hace 250 años, no existían los medios de prensa, o no al menos en el sentido que se le da hoy a ese concepto. Apenas circulaban algunas publicaciones sumamente precarias en términos de libertad de expresión, como el semanario Correo de Comercio, que se publicaba por orden directa del Virrey y bajo su estricto control. Uno de sus editores fue en algún momento Manuel Belgrano, quien sin embargo no podía publicar nada sin que antes lo aprobara Manuel de Velazco, el censor oficial (puesto que en realidad no recibía ese nombre, aunque en los hechos lo fuera).
Tampoco es que muchos ciudadanos tuvieran acceso a publicaciones como esta, de tirada limitada destinada al patriciado. El grueso de la población de Buenos Aires se informaba a través de los bandos, también oficiales, en los que el Virrey de turno detallaba noticias, informes, nuevas leyes, cambios en las regulaciones vigentes o cualquier otra cosa que creyera conveniente hacerle saber a los ciudadanos. Dichos bandos debían ser colgados a la vista de todos en los edificios más importantes de la pequeña ciudad, como la Recova de la Plaza Mayor (hoy Plaza de Mayo) o en las paredes del Cabildo.
Desde aquellos bandos virreinales hasta la actualidad, las paredes de Buenos Aires fueron siempre el medio de comunicación más popular, democrático y libre de todos. Un espacio en el que la política y el arte se turnaron para expresar aquello que debía ser dicho a pesar de todo. "Si los medios nos callan, hablaran los muros", rezaba una inscripción anónima en alguna pared de la turbulenta París del‘68, una idea que sin embargo existe en la práctica desde mucho antes y en el caso de la Argentina, incluso sin necesidad de usar el lenguaje escrito. Pocos años después de la Revolución de Mayo, ya en tiempos del gobernador Juan Manuel de Rosas, que una pared estuviera pintada de rojo lo decía todo sin necesidad de palabra alguna. Pero no sería sino hasta las primeras décadas del siglo XX que las paredes comenzarían a hablar de manera literal.
Aunque ya durante los conflictos obreros de principios del siglo pasado las pintadas políticas jugaron un papel importante, no fue hasta el surgimiento del peronismo que estas se volvieron un instrumento de expresión masivo. La tiza y el carbón fueron entonces la pluma del pueblo. Utilizadas primero para mostrar el respaldo a los gobiernos de Perón o, ya en tiempos de la proscripción posterior al golpe de estado de 1955, para expresar el descontento y la resistencia, las pintadas llegaron a convertirse en parte del ADN de dicho movimiento político. Sin embargo también resultaron una herramienta oportuna para quienes ocuparon el rol opositor durante esos mismos gobiernos. Imposible no recordar el brutalmente célebre “¡Viva el cáncer!” con el que los antiperonistas festejaron en los muros la enfermedad y muerte de Eva Duarte.
Los años ’60, Instituto Di Tella mediante, alumbraron un grupo de artistas gráficos entre quienes se contaban Roberto Jacoby, Juan Carlos Romero y otros, quienes en busca de formas experimentales encontraron en los populares afiches publicitarios de vía pública (que aún se usan para promocionar presentaciones de grupos de cumbia) un vehículo perfecto para visibilizar ideas y consignas.
Esa misma década marcó también el advenimiento del graffiti moderno por interpósita invención de la pintura en aerosol. Fue ahí que las paredes hablaron como nunca y ya no sólo de política, porque el rock comenzó a adueñarse de la herramienta, ideal para difundir bandas emergentes. Hasta que en 1976 el silencio llegó bajo la forma de la más sangrienta de las dictaduras. Fueron años de ciudades limpias y conciencias sucias, en los que hasta las paredes hablaban en voz baja, pudiendo volver a gritar recién en 1983.
Pero si la década de los ’80 fue una fiesta, no sólo se debió a que la política por fin pudo expresarse de nuevo en las tribunas y sobre el ladrillo, sino porque un grupo de ilustres anónimos convirtió a la ciudad en un espacio sobre el cual desplegar el ingenio. Ellos se encargaron de llenar las paredes con frases humorísticas que pronto se volvieron populares, a las que firmaban con el seudónimo de Los Vergara, colectivo que integraban los tres hermanos Korol, hoy conocidos conductores y humoristas de televisión. Ya durante los 2000 el graffiti asumió nuevas formas. Algunas muy plásticas, cercanas al muralismo, de la mano de la cultura del hip-hop, mientras que otras, como las de los grupos de Acción Poética, volvieron a llevar los versos al ladrillo 80 años después de que Jorge Luis Borges y cía. crearan la revista mural Prisma (Ver aparte).
Se sabe que la Historia nunca concluye, que es un continuo presente desplegándose sobre el tiempo como una cinta sinfín. En el último fotograma de esta película las paredes siguen siendo un medio para comunicar, reclamar o gritar de rabia. Las pintadas realizadas en las paredes del Cabildo durante la multitudinaria marcha que hace pocos días se congregó para pedir la reaparición del joven Santiago Maldonado son un ejemplo más, herederas directas de aquellos bandos virreinales. La demostración de que la comunicación mural sigue siendo una tradición con vigencia plena y larga vida por delante.

El Borges de los muros


Al regresar de su estancia europea a comienzos de la década de 1920, Jorge Luis Borges trajo consigo algunas ideas novedosas aprendidas en su contacto con el ultraísmo y no tardó en llevarlas a la práctica. Empujado por su propia juventud y en compañía de amigos como Guillermo de Torre, Eduardo González Lanuzza y su primo Guillermo Juan, Borges fundó la revista Prisma, una publicación mural de poesía en la que los integrantes del grupo difundían textos de su autoría, con ilustraciones de Norah, la hermana de quien llegaría a ser el mayor autor de la literatura en lengua castellana del siglo pasado. El número inicial de Prisma se editó en noviembre de 1921 y sus propios creadores se encargaron de salir por las noches a pegar los ejemplares por toda la ciudad. Hoy resulta difícil imaginarse al Borges más famoso, ya viejo y ciego, vandalizando las paredes de Buenos Aires, pero la historia no deja mentir. A través de ella no sólo se puede confirmar que Borges alguna vez fue joven y anarquista, sino que también tuvo sus noches de descontrol. A juzgar por la corta vida de la revista (solo se publicaron dos números, el segundo en marzo de 1922), podría pensarse que Prisma no tuvo ningún éxito. Sin embargo se trata de un antecedente directo de otra, Martín Fierro, que tal vez sea la publicación literaria más importante del siglo XX en la Argentina.

Artículo publicado originalmente en el Suplemento Literario Télam.

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