
Dicha seriedad queda expuesta a través de la presentación de la protagonista, Edith, una joven perteneciente a la burguesía industrial estadounidense de finales del siglo XIX. Con aspiraciones de convertirse en escritora, Edith no se siente cómoda con el costado más frívolo de su núcleo social. Por el contrario, expresa su rebeldía ante la imposición del molde de lo que debería ser una señorita victoriana, sobreactuando su deseo algo cándido de ir en busca del destino trágico de las escritoras de su tiempo. Por eso no extraña que entre los modelos posibles prefiera el de la viuda Mary Shelley antes que el de la solterona Jane Austen. Por eso mismo no quiere dejarse acorralar en el rincón de las tragedias románticas, territorio al que solía limitarse a las mujeres en la literatura decimonónica, sino que escribe historias de fantasmas. “Pero los fantasmas son una metáfora”, le dice Edith a un editor que con aire paternal intenta convencerla de escribir lo que se espera que escriba una chica bien, como ella.
Edith funciona como alter ego del director, la Madame Bovary de del Toro. A través de ella el director manifiesta y hace suya esa aspiración de que los fantasmas sean metáfora, la expresión romántica (en el sentido de Shelly, pero también en el de Austen) y velada de otra cosa, algo más que no conviene nombrar directamente. Aunque no tan velada, en realidad: a medida que el relato avanza, va quedando bien claro que acá los fantasmas juegan el papel de un Ello que regresa para dejar en evidencia lo que ha sido reprimido. Si bien esta lectura psicoanalítica calza justo con la historia de fantasmas que cuenta del Toro, en la que no faltan autómatas ni un montón de otros elementos propios de la teoría freudiana que no conviene adelantar, también es cierto que se trata de una metáfora demasiado superficial, pero no por eso menos oportuna. Porque además coincide en lo cronológico con ese momento exacto en el que el mundo antiguo termina de colapsar frente a la llegada de una modernidad que se impone –no sólo en términos técnicos, sino también sociales—, que es el escenario histórico de La cumbre escarlata. Así como Edith representa el nuevo paradigma de mujer de cara al siglo XX, los fantasmas cumplen con el rol de señalar la evidencia que descubre el carácter social y moralmente decadente del orden anterior. De todo esto se sirve del Toro para poner en escena este drama gótico con fantasmas metafóricos, pero tranquilamente puede ser vista y disfrutada como una de fantasmas a secas.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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