viernes, 9 de octubre de 2015

LIBROS - La bielorrusa Svetlana Alexievich ganó el Premio Nobel de literatura: El arte del periodismo

Y un día los apostadores tuvieron razón: la escritora bielorrusa nacida en Ucrania Svetlana Alexievich fue distinguida por los miembros de la Academia Sueca con el Premio Nobel de literatura, luego de ubicarse al tope de las listas de apuestas desde hace meses. Un hecho infrecuente, pero también una anécdota que no merece más que estas líneas y esta sorpresa (que al fin y al cabo no lo fue tanto). Porque la elección de Alexievich ofrece un enorme listado de detalles de interés que merecen ser analizados. Análisis que deberá limitarse, por desgracia, a elementos secundarios respecto de su obra, ya que se trata de una escritora prácticamente inédita en la Argentina y en el mundo hispanoparlante: sólo ha sido traducido al español el más popular de sus libros, Voces de Chernóbil. Crónica del futuro, pero únicamente se lo consigue en el país en una edición digital. El milagro del Nobel hizo que durante el día de ayer la casa Penguin Random House anunciara que el libro también estará disponible en papel a partir de noviembre, y dispusiera un programa de traducción y edición de otros libros de la autora: La guerra no tiene rostro de mujer (2015), Los chicos de latón (2016) y Los últimos testigos (2017). Así que este año no hay especialistas que valgan: casi nadie sabe cómo escribe Svetlana Alexievich, porque no hay forma de leerla. Aunque sí es posible tener referencias de qué es lo que escribe la nueva Nobel.
En primer lugar se trata de la primera autora en recibir el premio cuya obra se apoya sólidamente en un género como la crónica, hasta ahora más vinculado al periodismo que a la literatura, renovando así la discusión acerca de cuáles serían los límites de la materia literaria. La confusión entre literatura y ficción –o su reducción a sus géneros más populares– ha provocado que el Nobel de Alexievich irritara a unos cuantos, que no dudaron en compartir el disgusto en las redes sociales. Ninguno de estos indignados ha leído, en el mejor de los casos, más que las pocas páginas de Voces de Chernóbil que pueden conseguirse gratis en la web. Con lo cual es posible suponer que el enojo proviene del hecho de que no se trata de una escritora que además es periodista, sino al revés: Alexievich es la primera periodista en la historia en recibir el Premio Nobel de literatura. Y lo hace en uno de los peores momentos de este oficio, con las ediciones en papel en franca retirada frente al ubicuo pragmatismo de las versiones digitales, y con las empresas periodísticas pensando más en las utilidades que en el factor humano. 
El premio abre además la discusión acerca de si el periodismo es apenas el oficio de quien informa, donde prima el qué y se desprecia al cómo; o si es posible realizarlo tensando sobre él las cuerdas de la estética y el arte. Frente a esto, aún en la imposibilidad física de realizar una evaluación crítica de la desconocida obra de Alexievich, debe reconocerse el riesgo que la Academia Sueca ha tomado al concederle el premio y saludarlo como un movimiento positivo no sólo para el periodismo sino, sobre todo, para la literatura.
Pero no debe pensarse a la elección de la bielorrusa solamente como un gesto en el que por fin se le concede a la crónica el pedigrí literario, sino que hay otros elementos interesantes que esta premiación invita a analizar. En los días previos se descontaba que el hecho de que la canadiense Alice Munro hubiera recibido el premio en 2013, y conociendo el informal sistema de cupos con que la Academia Sueca parece decidir cada año el destino del mismo, resultaba un indicio en contra del favoritismo de Alexievich. Que en los 114 años de historia del premio sólo 14 mujeres hayan sido honradas en el apartado literario parece una prueba irrefutable al respecto. Sin embargo la Academia, al menos en este caso, parece haber ido en contra de sus propias tradiciones. No es descabellado pensar en ello en relación a los cambios operados este año en la constitución del comité encargado de elegir al ganador, que por primera vez en los dos siglos de historia de la institución es presidido por una mujer, Sara Danius, en remplazo de Peter Englund, quien obraba al frente del jurado desde 2009. Joven, feminista y tal vez deseosa de hacer correr por la casa Nobel un aire renovador ya desde su primer año de gestión, es posible que el rol de Danius en la designación de Alexievich haya sido decisivo. Ella, sin embargo, le resta trascendencia: “Es una bonita coincidencia. Lo único que de verdad importa cuando la Academia toma la decisión de entregarlo es la calidad literaria”.
Así mismo no debe olvidarse que el Nobel de literatura siempre ha tenido un importante costado político que en este caso, por razones obvias, tampoco puede pasarse por alto: Alexievich no escribe poesía, ni cuentos ni novelas, sino crónicas políticas. Una de las primeras cosas que hizo frente a sus colegas periodistas como ganadora del Nobel, fue recordar sus profundas diferencias con las políticas de gobierno del presidente ruso Vladimir Putin y reconocer que a partir de ahora “ya no les resultará tan fácil a los poderosos en Bielorrusia y Rusia rechazarme con un gesto con la mano". Puede decirse, entonces, que si algo ha sido puesto de manifiesto con la premiación de Svetlana Alexievich, ese algo ha sido, una vez más, el sutil pero concreto poder de las palabras.

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo.

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