
Si algo distinguía al film de Park era la naturalidad con que los recursos humorísticos y poéticos y el uso de la violencia eran puestos al servicio de la historia de un hombre condenado a un inexplicable encierro de 15 años y al que su propio deseo de venganza lo empuja todavía más abajo en su derrumbe moral. Una historia conectada con las tragedias de Sófocles, como Edipo Rey o Electra, sin que esto resulte burdo o remanido y que nunca se permite ser indulgente con el espectador. En cambio en la visión de Lee todo es chato, sin matices, haciendo que esas referencias aparezcan más cercanas a la telenovela que al teatro clásico griego. No hay en ella visos de segundas lecturas. Si en el protagonista de la adaptación coreana, por ejemplo, la violencia era el producto a la vez excepcional y natural de un meditado proceso de degradación, en el que un profundo sentido del honor jugaba un rol capital, acá se trata nomás de la violencia de siempre, la que aparece como uno de los recursos que el cine estadounidense utiliza por default en el grueso de su producción. La misma diferencia que separa lo sutil de lo torpe o lo poético de lo prosaico: la recordada escena del martillo y el plano secuencia recién aludido son buenos ejemplos de esto. Las actuaciones excedidas de Samuel Jackson, Sharlto Copley y en menor medida Josh Brolin, tampoco ayudan a mejorar el resultado de la ecuación. Si algo confirma entonces el Oldboy de Spike Lee es que copiar y pegar definitivamente no es lo que mejor le sale a la industria norteamericana.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
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