sábado, 12 de julio de 2014

FUTBOL - Los jefes del Maracaná

Para quienes aman jugar con las coincidencias, hay una serie de ellas en la que todavía nadie parece haber reparado. En el mundial de 1950 que también se jugó en Brasil, había un equipo, el local, que era claro favorito para quedarse con la Copa del Mundo y otro que llegaba al partido final como convidado de piedra. Nadie confiaba en las posibilidades de Uruguay, el otro finalista. El excelente documental Maracaná dirigido por Sebastián Bednarik y Andrés Varela, que estuvo a punto de estrenarse en Buenos Aires hace unas semanas, da cuenta del desinterés y la desconfianza con que propios y ajenos evaluaban a aquella selección celeste. Brasil era entonces el mejor equipo del mundo, el que había aplastado a todos dejando a su paso tierra arrasada. 
Pero hubo una persona (sólo una) que sabía que en el fútbol ningún partido se repite y que se permitió el privilegio de la fe, el lujo de la confianza. Obdulio Varela era el capitán de los uruguayos y fue él solito quien convenció a sus compañeros de que ese Brasil invencible era un equipo más, que los partidos se juegan en la cancha, once contra once, y que los de afuera son palo. Varela era un prodigio de garra futbolera, puro huevo, un ejemplo de convicción, de lo que hoy podría definirse como liderazgo motivacional. Y sus compañeros no sólo le creyeron, sino que fueron capaces de dar vuelta un partido que empezaron perdiendo en un estadio Maracaná hinchado por doscientos mil brasileros, pero que terminó en triunfo con un gol épico del gran Alcides Gigghia en el minuto 78 de ese partido. Uruguay fue el campeón del mundo menos esperado de la historia y Brasil el primer gran Goliat del fútbol en recibir semejante pedrada en la frente. Obdulio Varela, humilde Rey David de este cuento y padre del Maracanazo, hoy sigue siendo recordado por todos como el Negro Jefe.
Con la misma percepción de que hay un claro favorito, un equipo capaz de humillar a cualquiera, y con el mismo estadio repleto de brasileros hinchando por ellos, este domingo otro gran Jefe comandará a su equipo buscando adueñarse de una gloria que los que saben (los que dicen que saben) insisten en considerar ajena. Quizá sea así y se trate solamente de coincidencias, de un juego. O tal vez no, porque 64 años después habrá otro Jefe que, alimentado por el mismo espíritu indomable, volverá pisar el campo y bajo sus pies el Maracaná temblará de nuevo con la disputa de otra final del mundo. Un Jefecito que, pase lo que pase y gane quien gane, ya se recibió de Gran Jefe. Pero así y todo quiere más. 

Artículo publicado originalmente en El Gráfico Diario, de Tiempo Argentino.

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