Me hubiera gustado conocer a Wilcock tanto como a Borges o a Cortázar. Será que los he leído tanto (quizá no tantas veces, sino con tanto gusto: ¿o no es preferible el placer de una noche que cuántas desperdiciadas?) que hasta llegué a creer que de veras nos conocemos y que han escrito para mí, para que yo los quisiera y quisiera dormir sobre una cama construida con sus libros, para poder cubrirme con sus páginas en invierno o abanicarme en las noches de verano. Sucede que a Borges y a Cortázar los conocemos más gente, pero a Wilcock sólo los que somos sus amigos. Amigos de sus libros, en realidad: todos ellos tienen la virtud de convertir a la lectura en un juego y uno imagina que escribirlos para él era jugar. El estereoscopio de los solitarios es uno de esos libros y según el autor se trata de una novela con 70 personajes que nunca llegan a conocerse. Disfrazarse, sabemos todos, es uno de los juegos favoritos de cualquier chico, por eso no es extraño que a este se le ocurriera la travesura de disfrazar de novela un libro compuesto por 70 relatos de una poesía y un humor inigualables. Aunque tal vez sea al revés. Quisiera conocer a Wilcock, aunque ya lo conozca.
Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.
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