Si hubo un premio cuya justicia difícilmente pueda ser discutida en la edición 2012 del Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (BAFICI), fue el que se llevó Papirosen, de Gastón Solnicki, ganadora de la Competencia Argentina. Se trata de un documental en el que el director realiza un retrato familiar a partir de filmaciones hogareñas, la mayoría registradas por él mismo en video, pero también por sus padres y abuelos en Súper 8 o VHS. Lejos del exhibicionismo banal de los reality show televisivos, esta intrusión (paradójicamente realizada por alguien que no es un intruso) comienza en Polonia poco antes de la invasión alemana que desató la Segunda Guerra Mundial y que arrastra el dolor de los que fueron perseguidos por llevar el estigma de simplemente ser judíos. Pero Papirosen -que significa Cigarrillos en ruso y es el título de una canción tradicional- no es una película elegíaca (aunque en su amplitud los lamentos también tengan un lugar), sino una oda, un canto de amor a la familia que incluye a cuatro generaciones. Tomando como disparador el nacimiento de su sobrino Mateo, que vino a inaugurar la última de esas camadas, Solnicki cuenta una historia en la que la abuela paterna se hace cargo de ser la voz ancestral que la relata. Claro que filmada por el menor de tres hermanos, la película no deja de tener la mirada revulsiva de un hijo hacia sus mayores, una mirada que declara con gracia el amor por los suyos, sin permitirse ser complaciente y no exenta de la impunidad que sólo se da en la más grande cercanía. “Sí, hacer una película de estas características es un acto de mucha impunidad, como sacarle una foto a alguien, conocido o desconocido, pero en situaciones de su intimidad. Incluso son actos de cierta violencia. Esa impunidad está en el centro del registro, pero en un sentido bueno, porque sólo a partir de ella se puede generar un material potente.”
-¿Cómo recibió tu familia el impacto de estar siendo observados?
-Bueno, todas las familias se documentan a sí mismas…
-Sí, pero no como proyecto a ser expuesto.
-Es que el proyecto no fue siempre claro. Ni siquiera para mí, e incluso una vez encarado no dejó de ser un acto muy fantasioso, hasta que llegó a exponerse en una pantalla. El impacto no ocurrió cuando les dije “voy a hacer una película con ustedes”, sino en el contexto mismo de la proyección, particularmente en el BAFICI.
-¿En qué momento te diste cuenta que en esos registros cotidianos de tu familia podía haber una película?
-No sé si hay un momento. Naturalmente la noche del nacimiento de mi sobrino en que empecé a filmarla, todavía no sabía bien lo que estaba haciendo, pero sin embargo lo hice con el rigor de quien cree que está haciendo una película. Recién cuatro años después volví a filmar, tomando ese material como antecedente, sintiendo que había algo interesante para contar a partir del crecimiento de Mateo, en quien me empiezo a ver reflejado en relación a mi infancia. Ahí empieza a aparecer la unión de esos dos puntos.
-Si uno continúa esa línea con que unís a Mateo con tu pasado, también es posible pensar que encontrás un futuro en el retrato que hacés de tu papá, y un futuro más lejano en el que hacés de tus abuelos.
-Sin dudas los vínculos familiares son complicados por esa proyección. Se ven en el otro cosas de uno mismo que gustan o no gustan, y curiosamente creo que eso se traslada al espectador, que puede reflejarse en ese vínculo que muestra la película a través de un voyeurismo que incomoda, porque a la vez que espía también se siente espiado en la medida que se reconoce. No sé cómo es el futuro, pero fue importante haber hecho la película siendo todavía hijo, porque creo que en el centro de ella está la paternidad. Me deja conectado con la idea de ser padre, tener mi propia familia y ver cómo hago para pasar por lo que me toque pasar.
-En tiempos de Reality Show, ¿no sentiste temor de que la película fuera relacionada con un formato tan maltratado?
-Yo mismo la relaciono. Hay algo del morbo de espiar la intimidad de una familia rica, digamos, que genera ese tipo de curiosidad. Pero creo que el recurso no está utilizado de esa manera, e incluso fuimos cuidadosos, porque hay situaciones de mucha fragilidad, ante las que no supe bien cómo posicionarme a la hora de filmar, pero menos a la hora de editar. Creo que la película evita ese tipo de manipulación. Al hacerla me amparé en la idea de sentir que lo hacía por el bienestar familiar y de hecho ha traído buenas consecuencias.
-La película consigue a partir de situaciones triviales, como un paseo de compras por Miami, tocar cuerdas profundas que exceden el marco familiar. ¿Esa trivialidad es una máscara?
-Es lo que tratamos de buscar, en qué puntos genuinos se podía apoyar la película. Creo que se da sobre todo en esta relación entre lo material y lo afectivo que en mi familia es bastante indisoluble. ¿Hasta qué punto se habla de guita y hasta qué punto se habla de amor? Ahí creo que hay una significación más universal y lo difícil era encontrar esa universalidad en la propia familia.
-En esa búsqueda de universalidad, Papirosen ilustra un fragmento importante de la historia judía, pero también retrata a cierta burguesía. En ambos casos lográs distintos grado de crítica sin resignar humor.
-¿Crítica en qué sentido?
-No evitás ser crudo. De hecho uno de los capítulos en los que dividiste la película se titula Los Miserables.
-Sí pero miserable tiene distintas acepciones. Entiendo que es ambiguo, pero miserable es alguien que sufre, que está en la miseria. No quise ponerlo como un insulto.
-Tampoco digo que sea un insulto, pero una vez elegida la palabra uno puede hacerla jugar en todas sus acepciones.
-Entiendo. Pero se trata de una cita al musical basado en la obra de Víctor Hugo, porque mi viejo siempre silba una de sus melodías. Respecto de lo crítico, no siento que haya una bajada de línea, no creo que sea descarnada.
-Tal vez no sea descarnada, pero tampoco condescendiente.
-No, pero no es crítica en un sentido acusador. A mi familia a lo sumo no les gusta verse en camisón o en bolas, pero no sienten que los estoy juzgando. Es más, cada uno cree que la película les da la razón en el marco de las pujas familiares. Lo cual es interesante.
-Y además, con este asunto de la forma en que se entrelazan amor y dinero, incluso te permitís jugar con algunos de los estereotipos más gruesos acerca de los judíos.
-Hasta podrían acusarme de antisemita (risas)
-Si bien no estás ausente, como director te has mantenido oculto en el retrato familiar. Pero en un momento apareces interrumpiendo una charla de tu papá y tu abuela, diciendo fuera de cuadro “no me van a dejar terminar nunca esta película”. Es sólo tu voz en off, pero tu presencia es muy potente en esa escena. Eso habla un poco de que a veces las obras se realizan a pesar el artista. ¿Hay algo de eso en Papirosen?
-Sí. Es interesante que lo veas así, porque hay otra escena donde es mi abuela la que pide el corte. Es una escena muy emotiva donde ella cuenta parte de su historia hasta que en un momento no puede más. Me dice con su acento polaco: “No podemos dejar para otro día, no quiero hablar más. Cortá”. No me dice dejame tranquila, no me molestes. Ni siquiera es “Cortala”. Dice “Cortá” y se coloca ella en el lugar de directora. No lo había pensado tan así, pero tanto que se habla de la ficción documental, ese es un momento en que inconscientemente estoy apelando a la mecánica más clásica del cine de ficción, a las órdenes de Corte y Acción.
-Además, si bien la película se dispara con el nacimiento de tu sobrino y después parece centrarse sobre la figura de tu padre y su lucha por recuperar su propia historia, su identidad, en definitiva la voz que rige la película, la encargada de contar la historia, es la de tu abuela.
-En ese sentido creo que es una película muy abierta, que puede ser leída desde distintos lugares. Ser el hijo menor de una familia; ser niño y que tus padres se separen; ser el padre y ver a tus hijos sufrir; ser una abuela y ver a tu familia desmembrarse. Creo que la película reproduce el organismo familiar en que los vínculos se construyen apoyándose unos en otros, una constelación sobre la que se apoya la película. Estoy de acuerdo con que mi abuela no sólo es la voz de la película, sino también un personaje entrañable. Parte de una generación que se lleva consigo al siglo XX.
Ecosistema BAFICI
En Septiembre de 2010, Papirosen se presentó en la sección Cine en Construcción del Festival Nacional de Cine de Río Negro. El premio se lo llevó Ausente, de Marco Berger, que luego ganaría el premio Teddy en el Festival de Berlín. Por su parte Papirosen compartió una mención con Tierra de los Padres, de Nicolás Prividera. Este año la película de Solnicki ganó la Competencia Argentina del 14º BAFICI, en tanto que la de Prividera no resultó seleccionada para ninguna de sus competencias, hecho que generó una carta pública en la que su director manifestó sus pruritos respecto del sistema de programación del festival y la cosa acabó en polémica. Los trascendidos indicaban que Papirosen había sido rechazada por el mismo festival en su edición anterior, habiéndosele sugerido al director que montara una nueva versión. “Es cierto que la película fue rechazada un año antes, pero nunca me sugirieron re-montarla”, corrige Solnicki. “La película no estaba terminada. Pero ninguna película argentina lo está cuando se presenta al BAFICI y llegan cagando. Pero es cierto que Sergio Wolf [último director de BAFICI, cargo que hoy ocupa Marcelo Panozzo] tenía una tendencia, que puede ser muy cuestionable, a considerar su lugar como dentro de un sistema de estudios, en donde viene el productor y te baja línea. Por más que lo hiciera con buena voluntad, se colocaba en un lugar muy raro que yo he sufrido. El BAFICI tiene derecho a hacer lo que quiera y en ese sentido no estoy de acuerdo con Prividera, más allá de que los criterios de selección sean arbitrarios o injustos y hasta mezquinos. Pero es parte del derecho constructivo de un festival decidir esto sí y esto no. Es raro que con una programación de 400 películas no se la haya mostrado, pero también es cierto que a cierto tipo de película nacional no incluirla en competencia es matarla y en ese caso es mejor no programarlas. En el caso de Papirosen fue positivo aquel rechazo, porque sirvió para terminar de resolver problemas de fondo que tenía. Pero si la película no iba al Festival de Locarno y se legitimaba por otros medios, tampoco sé si hubiera entrado al BAFICI.”
Papirosen se proyecta los viernes a las 20 en Malba, Figueroa Alcorta 3415 y los domingos a las 19:30 en las nuevas salas del Centro Cultural San Martín, Sarmiento 1551.
Versión ampliada del artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario