
En los ’80 no había Internet ni Playstation y para entretenerse había que tener imaginación y buena voluntad. El punk me llegó entonces, en el momento justo, y pasé los tres años más divertidos de mi vida. ¿Se percataron de que Mitología y Mitomanía son hermanas por parte de madre? Digresiones al margen, decía que la pasé bien. Una de las ventajas del punk es que permite la recreación individual, la demolición de un modelo al que se detesta y la construcción de otro nuevo a partir de los restos. Es por eso que al punk le encanta andar todo roto, como en ruinas. Fue en ese momento que empecé a cambiar las camisas que me compraban en casa por remeras intervenidas, en las que el viejo Fido Dido mostraba sus atributos; u otra, donde bajo un pene erguido y musculoso yo mismo firmaba “Soy un pija.” Pero mi máximo logro fue la mutilación de una campera de gamuza, a la que le injerté 75 tornillos Phillips en la espalda. Una noche de razzia, un suboficial me la elogió muy seriamente antes de llevarme a dar una vuelta en patrullero. Me dijo: “Sacate esa porquería, nene, que me vas a arruinar el tapizado.”
En los ’80 no había Internet ni playstation; tampoco teléfonos con cámaras digitales. Pagaría por una foto de aquellos años. Pagaría… pero no mucho. La fotografía no se lleva bien con los mitos.
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Columna publicada originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.
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