
El desafío es inédito, pero no nuevo para Fontán. Basta con recordar cualquiera de sus películas para saber que él es uno de los pocos directores capaces de reciclar en el cine, con luces y sombras, lo que Saer construyó con palabras sobre el papel. Pero sobre todo lo confirma La orilla que se abisma, su segunda película, traducción exquisita de la obra de Juan L. Ortiz, que a partir de paisajes (fijos o en movimiento), de reflejos y claroscuros como fantasmas, y de los sonidos al natural de las riberas entrerrianas, consigue restaurar en la memoria los mejores versos del poeta, y convertir al espectador en lector. Seguramente no habrá sido menor el peso del exitoso experimento cinematográfico que representa La orilla que se abisma, para convencer a los herederos de que, tal vez, no hay mejores ojos que los de Fontán para ver a Juan José Saer desde la mirilla de una cámara filmadora.
Desde Entre Ríos, donde se encuentra ultimando los detalles de lo que será su próxima película, El rostro, Fontán escribió en su blog que su relación con Saer y en particular con El limonero real, no es algo nuevo y que eso multiplica sus sensaciones ante el proyecto. “Durante mucho tiempo la vida de estos personajes me rondó, me asedió, y por el inmenso valor de la obra siento una enorme responsabilidad”, firma el director. Seguro de su trabajo y sus convicciones estéticas, abordar a Saer no deja de ser un gran desafío y Fontán espera estar a la altura, que tiene el tamaño de la obra de uno de los más importantes escritores de la literatura argentina.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura del diario Tiempo Argentino.
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