Aunque Fernando Sorrentino es dueño de una importante obra publicada entre cuentos, novelas y literatura infantil, en las portadas de sus dos libros más conocidos el nombre de otros escritores relega al propio a un segundo plano. Es que Sorrentino es el autor de Siete conversaciones con Jorge Luis Borges y Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares, interesantes volúmenes de permanente reedición. Y el efecto de tener intercalado “esos” nombres en su bibliografía no es menor para su obra. Si bien no puede tildárselo de borgeano o de “bioysta”, los cuentos que conforman su último libro, El crimen de San Alberto, se alinean dentro del género fantástico que popularizaran ambos escritores. Línea que por cierto agrupa gran parte de la mejor literatura argentina del siglo XX: Cortázar, Denevi, Walsh, Ocampo y los olvidados pero no menos notables José Bianco y J. Rodolfo Wilcock.
El crimen de San Alberto puede ser dividido en dos mitades casi exactas; la segunda sólo contiene al cuento que le da título y que es además el más logrado. En él, bajo la cómoda forma del policial (otro puente tendido hacia sus modelos), un acomplejado profesor de geografía parece desandar la historia de su silencioso amor por una colega, alimentado por años de contemplación muda en el ambiente poco favorable de una sala de profesores. Pero es su desigual relación con un amigo de la infancia la que signa el mundo de espejos deformantes que propone el cuento y la que en definitiva lo lleva a su desenlace.
El libro de Sorrentino puede leerse además de un modo integral, donde cada pieza es un detalle de azulejos dentro de un mosaico. El crimen de San Alberto se propone como una suerte de imaginario fantástico del barrio de Palermo -que es además el del propio escritor. Los narradores de los cinco textos que lo conforman (todos escritos en primera persona) comparten la insistencia catasrtral de mencionar cada calle y cruce por los que deambulan, delimitando su universo entre “nombres de exploradores o naturalistas” y “países centoamericanos”. Los obsesivos personajes que acumula El crimen de San Alberto, son el emergente de un narrador también obsesivo que no evita abundar ni reiterar detalles, de cuya enumeración muchas veces devienen auténticos mapas que evidencian el anhelo de encajar sus relatos fantásticos en la realidad.
Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura del diario Perfil.
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