jueves, 24 de agosto de 2017

CINE - "Valerian y la ciudad de los mil planetas" (The city of a thousand planets), de Luc Besson: Regurgita, regurgita, que algo quedará

Nueva película de ciencia ficción con aspiraciones de saga y pensada para un público adolescente, Valerian y la ciudad de los mil planetas es además el último mega proyecto del director y productor francés Luc Besson. Este último dato funciona como una definición cinematográfica en sí misma y permite hacerse una idea rápida y somera de qué es lo que se puede esperar de ella. Desborde imaginativo basado casi exclusivamente en un dispositivo visual barroco; la utilización del recurso del humor como fin antes que como medio y la acción sin pausa como norte narrativo, son algunas de las características que definen a la categoría “Film de Luc Besson” y que en este caso se cumplen a pies juntillas.
Basada en una historieta de origen francés, Valerian... es la historia de dos agentes especiales de un estado interplanetario, a quienes se les encomienda la misión de recuperar un objeto extraño y valioso del cual lo ignoran todo. Pero, claro, todo lo que pueda fallar, fallará, dando pie a la aventura. Deudora de emblemáticas sagas espaciales tanto en lo estético como en lo narrativo, la película no le aporta nada nuevo ni interesante al universo imaginativo de este tipo de productos. Como la mayoría de los trabajos en los que Besson participa, sea como productor, director o ambos, Valerian... es un producto de exploitation, que en este caso sería Spacexploitation. Besson fagocita, vampiriza y parasita antes que releer, reescribir o ampliar el género del cual se alimenta, dando como resultado una película pobre, chata y predecible.
 El principal argumento para tratar de convertir a Valerian... en un éxito de ventas es la promoción de un despliegue visual con pretensiones de vanguardismo, que sin embargo no es tal. Aunque se invirtieron millones en su diseño y realización, el universo imaginativo de la película es, empero, muy limitado, atado a cuanto estereotipo se le cruza. Ejemplo claro de esa morosidad es la secuencia que transcurre en un mercado intergaláctico clandestino. De modo predecible, dicho mercado no solo remite al modelo de las ferias persas o turcas, suerte de La Salada del espacio, sino que se encuentra enclavado en un plantea desértico. Y como hay desierto, el director llena todo de una ornamentación arábiga adaptada a lo cósmico, incluyendo ridículos personajes con turbantes, una arquitectura y una banda sonora al tono, y un ambiente babélico similar al que George Lucas creó para su emblemática taberna de mercenarios.
Besson no imagina: regurgita. Avatar, La guerra de las galaxias, Viaje a las estrellas, los videojuegos en primera persona: Valerian... es una caricatura mala en la que las referencias se superponen a la velocidad de la luz, como si lo que se buscara fuera abrumar al espectador para no darle tiempo a pensar. Un desborde que como contrapartida apela todo el tiempo a discursos explicativos, en busca de echar agua pero sin conseguir que nada se aclare (y tampoco es que hiciera falta).

Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.

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