Y si nadie conoce la existencia de este enorme santuario en el que todavía es posible encontrar infinidad de especies zoológicas y botánicas que prácticamente se han extinguido fuera de sus límites, menos se podrá saber que las tierras fueron pasando de mano en mano desde su expropiación a los pueblos originarios que las habitaban y todavía hoy las reclaman. Ni que uno de sus dueños fue Jorge Born, quién se desprendió de ellas antes de abandonar el país en 1976, pocos años después de su secuestro a manos de la organización Montoneros. Ni que Born le vendió esa estancia a los hermanos Roseo, dos italianos hijos de una familia de la servidumbre histórica del Castel Gandolfo, el palacio de vacaciones de los papas católicos. Ni que el menor de ellos, Manuel, la conservó hasta su violento asesinato, ocurrido en el pueblo de Castelli, cercano a su propiedad, en 2011. Ni que desde entonces la propiedad se encuentra en un complejo trámite sucesorio en el que, entre otras cosas, se evalúa convertirla en parque nacional debido a su incalculable riqueza como reserva biológica.
El documental realiza un racconto histórico eficiente, en el que queda claro el papel que desempeñaron los grandes capitales empresarios como principales responsables de la devastación forestal llevada adelante en lo que fuera el Gran Chaco. Los mismos que han convertido a toda el área en un gran desierto verde al que hoy se conoce como República de la Soja. Datos que no hacen más que subrayar la necesidad de conservar un santuario natural de las proporciones de La Fidelidad. En cambio nunca consigue acercarse a revelar la trama detrás del asesinato de Manuel Roseo, sin dudas víctima de una red de intereses muy difícil de exponer.
Artículo escrito para ser publicado en la sección Espectáculos de Página/12.
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