
El interés no pasa, entonces, por la incertidumbre, por saber si la fatalidad tendrá lugar o no. Ni siquiera por conocer la forma en que los personajes reaccionarán y se desenvolverán ante las desgracias que el destino les vaya proponiendo. Si en ese sentido el trabajo de Berg parece volverse tan sencillo y prolijo como certero es porque, en primer lugar, nunca se olvida de que sus cartas siempre están sobre la mesa y que el espectador las conoce desde el comienzo.Ante ese panorama, el director parece entender que su trabajo se sostiene en dos pilares fundamentales. El primero consiste en delinear personajes arquetípicos, algunos de ellos construidos a partir de representaciones sumamente conservadoras, con los que el público pueda identificarse y conectar con facilidad. Un héroe obrero con una familia hermosa por la cual pelear (Mark Wahlberg); un capataz que es un campeón de la ética, acorralado por la lógica maliciosa de los negocios (el eterno Kurt Russell); un empresario mezquino e inescrupuloso para quien el factor humano es apenas uno de los términos dentro de una ecuación financiera (John Malkovich, eficaz como de costumbre); una joven profesional y moderna que se abre paso en un mundo de hombres pero que, tarde o temprano, necesitará ser salvada por uno de ellos (Gina Rodríguez); y una madre y esposa que con coraje y estoicismo no renuncia a la esperanza y además está buenísima (Kate Hudson).
A partir de ese logro, que así enumerado parece un trabajo simple cuando no lo es, Horizonte profundo consigue producir y sostener un estado de ansiedad motorizado por el hecho de poner al espectador a ser testigo de las situaciones límite a las que cada uno de estos personajes modélicos van quedando expuestos. Esa tensión constante es la segunda columna que sostiene la efectividad de la película. Para apuntalarla, Berg no sólo apela a presentar los hechos a partir de una progresión dramática en la que los indicios van apretando el relato en un embudo que desemboca en el desastre, sino que no duda en recurrir a otras herramientas clásicas del cine. Entre ellas una banda sonora minimalista, que no necesita hacer aspavientos para convertir al espectador en una bola de nervios.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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