Escribir sobre el vínculo entre la literatura y los juegos de azar podría haber sido una tarea rápida: empezar por El jugador, la novela de Dostoievski cuyo protagonista es un ludópata, para acto seguido ensayar una genealogía literaria en la que este tipo de juegos aparezcan como tema. En el intento de comenzar ese recuento, de buscar un origen a esa relación, en algún momento surgió la figura mítica de Edipo, retomada desde el drama por Sófocles en Edipo Rey; en particular la escena en que aquella esfinge que aterrorizaba a todos los viajeros que se dirigían a Tebas le propone al futuro parricida resolver el hoy famoso acertijo, a cambio de perdonarle la vida. Pero enseguida apareció el juicio con la intención de descartar el caso por inapropiado, porque un acertijo es antes un juego de ingenio que de azar.
Sin embargo también es posible pensar en cuánto de azaroso hay en los caminos que toma la razón antes de devenir en ingenio y así algunas certezas ajenas llegaron en auxilio de ese atisbo de idea, como la cita bíblica que Jorge Luis Borges repetía para hablar de la inspiración, aquello de que “el viento sopla donde quiere”. Llevando las cosas un poco más lejos puede postularse que todo acto humano (incluyendo los de creación) nace en la confluencia de cientos, decenas o, para ser más modestos, de unos cuantos hechos de azar ocurriendo simultánea o concatenadamente en el lugar o en la persona indicada. De esa manera el origen de la acción individual e íntima de escribir y, por lo tanto, de las obras que de esa acción se siguieran, no son otra cosa que consecuencias de la constitución azarosa de cada escritor. De sus lecturas, de sus influencias, de sus intereses, que de algún modo, sobre todo durante el período de formación, siempre tienen algo de fortuito o de aleatorio. Y de la arbitraria combinación de todo eso durante el proceso de traspaso de lo virtual a lo concreto, el momento en que una idea es trasladada al plano de la palabra escrita para convertirse al fin en una obra. Es decir que se puede pensar a la literatura como el acto de crear a partir de jugar con todos esos azares que le dan forma a la vida de un escritor.
¿Pero qué pensarán ellos, los escritores, acerca de la posibilidad de que su obra tenga menos de voluntad que de ese juego de azar al que algunos llamarán inspiración y otros destino, pero que quizá no sean sino algunas de las máscaras que utiliza el azar para manifestarse? Para J.P. Zooey, seudónimo con el cual se conoce al autor argentino de los relatos incluidos en el libro Sol artificial y de novelas como Los electrocutados y Te quiero, la literatura puede pensarse como un juego de cartas. Convocado por el Suplemento Literario Télam para contestar esa pregunta, Zooey eligió responder con un texto:
“La creación literaria podría emparentarse con un juego de cartas. No digo naipes, digo cartas porque incluso la carta escrita que recibimos y llega desde lejos puede sugerir, estimular una respuesta de nuestra parte, una correspondencia. Asimismo sucede con el naipe, con el juego de cartas. El azar interviene cuando nos llega una carta del mazo (que en esta comparación sería un hecho contingente, inesperado y al margen del control), que suscita literatura. Si llegan dos cartas más ya tenemos para una mano de truco con principio, nudo y desenlace. El escritor transforma las cartas recibidas por azar en cartas elegidas por su arte y las transmuta en una mano de juego, que es su respuesta. Esta es una transformación que no puede ser muy dirigida ni controlada y cuyo éxito se suele atribuir a la inspiración. Es una transmutación que a mí me suena ligada a la principal actividad dedicada a esa faena, que es la obra de milagro, o la transformación del plomo en oro, o del vino en sangre de Cristo; la transformación del acontecimiento contingente en mano de truco (en narración) está emparentada con la misa, el rito religioso o místico. Me parece que para un escritor el principal palo de los naipes no es la espada del guerrero, ni el basto del trabajador o el oro del comerciante, sino la copa del sacrificio religioso y la embriaguez. Un hecho cualquiera, hasta un cuatro de copas, suele ser mejor para el escritor que un as de espada.”
Pero si Zooey abona a la idea de que el juego de azar termina en el momento en que se reciben las cartas, en cambio Ana María Shua, reina madre del microrrelato en la literatura argentina y autora de más libros de los que caben en esta página, parece resignarse a la figura del amanuense. Al rol del escritor ya no como jugador, sino como pieza dentro del tablero. Ella también prefirió responder escribiendo:
“Un golpe de dados no abolirá el azar, decía/escribía, Mallarmé, el azar que se mezcla y se incorpora a la argamasa de todos los actos humanos, de todos los hechos del universo. La conciencia del azar, como la conciencia de la muerte, nos hace humanos. Y en la historia de un escritor, ¡cuánto y qué loco azar! Ucronías: si no hubiera nacido en Argentina ¿cuáles hubieran sido mis primeras lecturas, en lugar de la colección Robin Hood? Ucronías: si no hubiera sabido sobre el concurso de cuento brevísimo de una revista mexicana, ¿hubiera empezado a escribir microrrelato? Cada uno de mis textos, como cada uno de mis actos, está tramado, entre otros juegos, por el azar. Si así no fuera, es decir, si tuviera control sobre el azar, ¿no sería, cada uno de mis cuentos tan bueno como el mejor de mis cuentos? Y sin embargo, la literatura no es un golpe de dados. Es, al contrario, un supremo esfuerzo por no entregarse a él. Estaría tentada a pensar que cuanto más extenso es un texto menos queda librado al azar y sin embargo. Sin embargo, ¿no se multiplican en la extensión las posibilidades de error, de disparate? Una poesía es un golpe de dados, un cuento es un partido de generala, una novela se parece dilapidar la fortuna familiar en la ruleta. Y el acto de escribir es como una partida de póker; podemos blufear, sabemos qué hacer con las cartas que nos tocaron, pero nunca, aunque juguemos durante años, llegaremos a conocer a fondo al maldito rival.”
Suerte o verdad, parece que en el periodismo, que no es más que otro de los oficios de la escritura, la fatalidad también está al mando. Entonces pueden pensarse peguntas, pero en lugar de las respuestas esperadas recibir dos textos literarios tan oportunos como inesperados, escritos para la ocasión. Al fin y al cabo el azar es el que manda y todo es cuestión de permitirle que juegue a hacer su trabajo.
Artículo publicado originalmente en el Suplemento Literario Télam.
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