Sin embargo también es posible pensar en cuánto de azaroso hay en los caminos que toma la razón antes de devenir en ingenio y así algunas certezas ajenas llegaron en auxilio de ese atisbo de idea, como la cita bíblica que Jorge Luis Borges repetía para hablar de la inspiración, aquello de que “el viento sopla donde quiere”. Llevando las cosas un poco más lejos puede postularse que todo acto humano (incluyendo los de creación) nace en la confluencia de cientos, decenas o, para ser más modestos, de unos cuantos hechos de azar ocurriendo simultánea o concatenadamente en el lugar o en la persona indicada. De esa manera el origen de la acción individual e íntima de escribir y, por lo tanto, de las obras que de esa acción se siguieran, no son otra cosa que consecuencias de la constitución azarosa de cada escritor. De sus lecturas, de sus influencias, de sus intereses, que de algún modo, sobre todo durante el período de formación, siempre tienen algo de fortuito o de aleatorio. Y de la arbitraria combinación de todo eso durante el proceso de traspaso de lo virtual a lo concreto, el momento en que una idea es trasladada al plano de la palabra escrita para convertirse al fin en una obra. Es decir que se puede pensar a la literatura como el acto de crear a partir de jugar con todos esos azares que le dan forma a la vida de un escritor.
¿Pero qué pensarán ellos, los escritores, acerca de la posibilidad de que su obra tenga menos de voluntad que de ese juego de azar al que algunos llamarán inspiración y otros destino, pero que quizá no sean sino algunas de las máscaras que utiliza el azar para manifestarse? Para J.P. Zooey, seudónimo con el cual se conoce al autor argentino de los relatos incluidos en el libro Sol artificial y de novelas como Los electrocutados y Te quiero, la literatura puede pensarse como un juego de cartas. Convocado por el Suplemento Literario Télam para contestar esa pregunta, Zooey eligió responder con un texto:

Pero si Zooey abona a la idea de que el juego de azar termina en el momento en que se reciben las cartas, en cambio Ana María Shua, reina madre del microrrelato en la literatura argentina y autora de más libros de los que caben en esta página, parece resignarse a la figura del amanuense. Al rol del escritor ya no como jugador, sino como pieza dentro del tablero. Ella también prefirió responder escribiendo:
“Un golpe de dados no abolirá el azar, decía/escribía, Mallarmé, el azar que se mezcla y se incorpora a la argamasa de todos los actos humanos, de todos los hechos del universo. La conciencia del azar, como la conciencia de la muerte, nos hace humanos. Y en la historia de un escritor, ¡cuánto y qué loco azar! Ucronías: si no hubiera nacido en Argentina ¿cuáles hubieran sido mis primeras lecturas, en lugar de la colección Robin Hood? Ucronías: si no hubiera sabido sobre el concurso de cuento brevísimo de una revista mexicana, ¿hubiera empezado a escribir microrrelato? Cada uno de mis textos, como cada uno de mis actos, está tramado, entre otros juegos, por el azar. Si así no fuera, es decir, si tuviera control sobre el azar, ¿no sería, cada uno de mis cuentos tan bueno como el mejor de mis cuentos? Y sin embargo, la literatura no es un golpe de dados. Es, al contrario, un supremo esfuerzo por no entregarse a él. Estaría tentada a pensar que cuanto más extenso es un texto menos queda librado al azar y sin embargo. Sin embargo, ¿no se multiplican en la extensión las posibilidades de error, de disparate? Una poesía es un golpe de dados, un cuento es un partido de generala, una novela se parece dilapidar la fortuna familiar en la ruleta. Y el acto de escribir es como una partida de póker; podemos blufear, sabemos qué hacer con las cartas que nos tocaron, pero nunca, aunque juguemos durante años, llegaremos a conocer a fondo al maldito rival.”
Suerte o verdad, parece que en el periodismo, que no es más que otro de los oficios de la escritura, la fatalidad también está al mando. Entonces pueden pensarse peguntas, pero en lugar de las respuestas esperadas recibir dos textos literarios tan oportunos como inesperados, escritos para la ocasión. Al fin y al cabo el azar es el que manda y todo es cuestión de permitirle que juegue a hacer su trabajo.
Artículo publicado originalmente en el Suplemento Literario Télam.
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