Pero es fácil darse cuenta de cuál es la diferencia entre dejar de publicar y dejar de escribir. Porque los escritores escriben y es eso, y no las publicaciones, lo que los define. Algo que se comprobó a poco de su fallecimiento en 2010. Según revelaron sus biógrafos Shane Salerno y David Shields en La guerra privada de J.D. Salinger, hay cinco obras inéditas que el propio Salinger habría confiado a los responsables de su herencia para ser publicados a partir de 2015. Con lo cual es muy probable que este año se conozca el primero de esos libros. Entre ellos se contarían un volumen de cuentos relacionados con el libro Franny y Zoey, de 1961, y una versión retocada de una obra conocida pero aún no publicada, The Last and Best of the Peter Pans (1942), en la que aparece la familia Caulfield, uno de cuyos miembros, el adolescente Holden, protagoniza El guardián entre el centeno.
Como en cualquiera de los órdenes culturales y sociales, la Segunda Guerra Mundial marcó un istmo abrupto en el panorama de la literatura norteamericana. Un filtro insalvable a través del cual la realidad comenzó a trazar cada vez con más fuerza el perfil definitivo de la potencia hegemónica en que la victoria había convertido a los Estados Unidos. Desde el presente la figura de Salinger aparece como la manifestación más clara de la narrativa de ese momento histórico, sobre todo la mencionada El guardián entre el centeno y sus Nueve Cuentos de 1953. Junto a otros autores como Kurt Vonnegut y los integrantes del movimiento Beatnik, conforman la superficie visible de un témpano enorme que desde la literatura retrata y define a su tiempo. Eso explica que en su país haya sido uno de los escritores de mayor celebridad, más allá de los detalles extra literarios que ayudaron a hacer de él una leyenda involuntaria, como haber llevado su decisión de dejar de publicar a extremos insospechados. Un dato interesante lo aporta Edhasa, su casa editorial en la Argentina, quienes antes del fallecimiento del autor debían conformarse con publicar una vieja versión llena de galicismos y giros castizos que acaban convirtiéndose en escollos para los lectores sudamericanos, ya que el propio Salinger se negaba sistemáticamente a autorizar una nueva traducción. Un detalle que, como la ausencia de referencias biográficas, fotografías o reseñas editoriales en contratapa y solapas internas de los libros publicados, funciona como una extensión del carácter hosco y huraño de su autor.

Es cierto que la obra de Salinger tiene un bienvenido carácter revulsivo y que retrata con maestría la desesperanza y turbación de la adolescencia, pero eso no alcanza para estigmatizarla como mera inspiración para psicóticos. Un mecanismo reductivo clásico de una cultura como la norteamericana, que todavía conserva una fuerte marca del puritanismo heredado de algunos de sus primeros colonos, del que también han sido víctimas otras manifestaciones culturales como la aparición del rock and roll en los años ´50. Por eso debe advertirse a quienes busquen violentas apologías en El guardián entre el centeno que acabarán defraudados. En sus páginas Salinger hace el relato en primera persona de una noche en la vida de Holden Caufield, un adolescente que, producto de algunas tragedias y vicios familiares y sociales, no consigue encontrar su lugar en el mundo. Sabiendo que no volverá a ser aceptado en su prestigiosa escuela al año siguiente, Holden decide que es hora de hacer su propio camino antes que tener que enfrentar a sus padres, en quienes no ve otra cosa que mediocridad, estupidez y conformismo, reflejo de lo que percibe en el mundo. Esa noche escapará del colegio para dar vueltas solo por Nueva York, pretendiendo todo el tiempo ser lo que no es. Alquilará una habitación de hotel; intentará tomarse unos tragos y conquistar alguna mujer en un pub de medio pelo; se sentirá víctima del acoso de un antiguo profesor, en quien buscará apoyo. Y sólo acabará encontrando algo del sentido común que busca en el mundo de los adultos en su pequeña hermanita.
Con El guardián entre el centeno, Salinger pone de manifiesto las múltiples formas en que el sistema olvida al individuo y de qué manera es atropellada la inocencia. Todo eso en medio del exitismo imperial de los años ´50 en la floreciente Norte América. Una certera y crítica metáfora social que parece no haber perdido su vigencia, en un mundo cada vez más parcelado, a través de un relato que combina la ternura ácida con una desesperanza para la que parece no haber consuelo. Igual que para aquel escritor que encerrado en un rancho de Cornish creyó que podría olvidarse de ese mundo hostil, o al menos hacer que el mundo se olvidara de él. Pero no ocurrió nada de eso.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo.
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