La escena representa un primer trazo del retrato certero que el documental de Federico Rotstein, bautizado justamente Satori Sur, hace de su protagonista. O al menos de la versión de Grinberg que aparece en el film, porque está claro que se trata de un personaje imposible de abarcar en apenas 70 minutos. Por supuesto se menciona su curiosidad poética, que lo impulsó a convertirse en el primer traductor argentino de la literatura Beatnik y que le permitió forjar amistades con personalidades de la talla del poeta Allen Ginsberg, el cineasta Jonas Mekas, el escritor y monje Thomas Merton, el novelista Henry Miller o grandes nombres del rock local, como Luis Alberto Spinetta. Se cita, claro, su labor vital como editor de revistas que en los ’60 introdujeron vertientes literarias desconocidas en el país. Se aborda también su costado espiritual y místico, además de su persistente labor periodística, que junto a su incansable alma rockera le permiten a los 82 años conducir desde hace casi 15 el programa Rock que me hiciste bien, que se emite los sábados de 2 a 4 am por Radio Nacional.
Pero Satori Sur le escapa al recuento biográfico. En su lugar se deja seducir por la capacidad de Grinberg de recordar historias, hilándolas en relatos siempre atractivos a los que su prosa oral les confiere un aura mítica. El director resuelve muy bien un problema que suele aquejar a los documentales de presupuestos medios o bajos: el que surge cuando se intenta complementar de forma gráfica el contenido de lo dicho por los personajes. En algunos de estos casos, Rotstein opta por crear tensión entre la imagen y el sonido en busca de que el roce entre ambos genere un sentido nuevo, que sirva para ilustrar lo expresado por el discurso. Hay una secuencia en donde dicho procedimiento se percibe con claridad.
“Crecíamos protegidos de la realidad violenta del siglo XX”, dice Grinberg al recordar la forma en que sus padres los mantenían a sus hermanos y a él bien lejos de los problemas cotidianos, gracias al truco de hablar de esos temas en polaco o yiddish, sus lenguas de origen. A esa revelación le siguen imágenes muy crudas del bombardeo a la Plaza de Mayo en 1955, a las que en lugar de acompañar con una banda sonora lúgubre y oscura, que sería lo estándar, se decidió musicalizar con una melodía dulce que recuerda a una canción de cuna. Sus acordes corporizan esa muralla, la que los padres de Grinberg levantaban con sus idiomas secretos entre sus hijos y lo más cruel de la realidad.
La participación de Mekas en Satori Sur es tan rica que merecería un texto aparte para hacerle justicia. Las secuencias en las que se divide la comunicación que Grinberg y él tienen a través de Skype, no solo captura la intensidad del pensamiento del cineasta lituano, sino que revela la ternura con que la película los retrata, que de repente dejan de ser dos eminencias para convertirse en un par de abuelitos superados por la tecnología. Pero incluso así, todo lo que dicen tiene la potencia de un legado. Que en el caso de Mekas, muerto en 2019, constituye casi una obra póstuma.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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