
La razón de estar contigo es el último de ellos y su receta incluye todos los ingredientes de un Hallström auténtico. Se trata de una película cuyo protagonista es un perro, con voz en off y todo, que tiene además un elemento fantástico al filo de la espiritualidad new age. En realidad se trata del espíritu (o la consciencia) de un perro que va transmigrando, viviendo las vidas de cinco perros distintos pero conservando, digamos, la “memoria astral”. Sin dudas Hallström se debe haber enamorado de inmediato de un proyecto así, que no sólo le permitió quintuplicar la cantidad de golpes emocionales, sino que le brindó la posibilidad única de filmar cinco finales manipuladores en una misma película. Y hasta se da el lujo antológico de incluir una toma subjetiva desde adentro de la nariz de uno de los perros.
Aún así hay un momento inicial en la película, que le corresponde a la segunda de las historias del can reencarnante, en la que parece que todo correrá por caminos similares a los de la exitosa Marley y yo, de David Frenkel, contando la vida de una familia a través de su vínculo con el perro. Sólo que en lugar de transcurrir en la actualidad está ambientada en los ’60. En ese largo segmento, que es el principal, el guión se concentra en sus personajes, en los vínculos entre ellos, en sus deseos y en sus fracasos, generando una atmosfera narrativa que se sigue con interés. En el camino ofrece un retrato modesto pero efectivo de una época en la que los estadounidenses despertaron del sueño americano, comprobando que el estado de confort de la posguerra no era más que una ilusión. Pero el inesperado ciclo de resurrecciones hace que todo eso se desmorone de golpe, permitiendo que La razón de estar contigo se extravíe sin remedio y para siempre en el caprichoso berenjenal del universo Hallström.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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