
Abandonado por su madre e hijo de un padre militar muy riguroso, Wolff recibe desde chico una estricta educación marcial y es entrenado en disciplinas de combate para compensar la debilidad de su afección. Lo distintivo de El contador es que toma ese trastorno neurobiológico para convertirlo en origen de un gran poder y a Wolff, por lo tanto, casi en un X-Men. Porque es sobre el camino del (super)héroe, tan de moda tanto en el cine como en la televisión desde hace más de 15 años, que el film va montando su estructura. Como muchos personajes provenientes de ese nicho, el protagonista tiene un pasado tormentoso y traumático que al crecer le permite convertir en virtud lo que en principio parecía una maldición. Wolff utiliza su oficio como fachada, del mismo modo en que Clark Kent o Peter Parker se ocultaban detrás del periodismo, y combinando la habilidad contable con su efectividad en la lucha y el uso de las armas, se dedica a asesorar a distintas mafias alrededor de todo el mundo en el lavado de dinero. Por supuesto, ese es apenas el punto de partida de un relato que se va complejizando de a poco.
Es cierto que no son pocas las veces que El contador termina haciendo equilibrio sobre el filo de su propio verosímil y también que se excede en la acumulación de giros, sorpresas y vueltas de tuerca. Aun así nunca pierde la punta del hilo en la maraña de su trama, ni la atención del espectador, manteniendo alta la tensión del relato hasta el final. Además O´Connor hace gala de un gran manejo coreográfico de la acción y el guión se permite encontrar un costado humorístico para las distintas situaciones cotidianas a las que el protagonista se enfrenta en su dificultad para socializar, permitiendo que el balance final sea positivo. Y consigue aprovechar el perfil hierático de Ben Affleck para ponerlo a favor del personaje. ¿Qué más se le puede pedir?
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario