miércoles, 4 de diciembre de 2013

PREMIOS - "Mis días con Giselle Rímolo en la cárcel", de María Silvina Prieto: Contar el encierro

Una las primeras lecciones que suelen recibir los alumnos de todas las escuelas de periodismo, se refiere al carácter en esencia extraordinario de la noticia y suele resumirse en una frase, que a fuerza de reiteraciones se ha convertido en un lugar común: “No es noticia que un perro muerda a una persona; la noticia sería que la persona mordiera al perro”. Según esta idea, las noticias deben dar cuenta de aquellos hechos imprevisibles o sorpresivos que van contra la naturaleza misma. Desde esa lógica simple puede afirmarse que la mitad de las noticias que se publican en los diarios en realidad no lo son. Por ejemplo, la corrupción parece tan propia de la clase política como el morder es natural en un perro. La noticia sería entonces que un político estuviera limpio de sospechas. O, ya que esta es la sección de cultura, vale mencionar el caso de los escritores. No debiera ser noticia que los buenos escritores recibieran premios por sus mejores trabajos. En ese caso la noticia sería otra, por ejemplo: “Pésimo escritor recibe Gran Premio de Literatura”. Lo increíble es que esto a veces ocurre, pero es raro que los diarios lo comenten.
Con las cárceles pasa lo mismo. ¿Por qué serían noticia el estallido de un nuevo motín; o las pésimas condiciones sanitarias de los penales; o maltrato que reciben los internos por parte del personal penitenciario o de de sus propios compañeros de encierro? ¿No es eso lo que se espera que ocurra en una cárcel, ese espacio que en el imaginario de la clase media pequeño burguesa representa poco menos que el infierno? Lo cierto es que los diarios no acostumbran a dar buenas nuevas relacionadas con las cárceles cuando, justamente, esas serían las auténticas noticias. Por eso es grato informar que María Silvina Prieto, una mujer de 46 años detenida en el Penal de Mujeres de Ezeiza, es la ganadora del Primer Premio de Crónicas La Voluntad, organizado por la Fundación Tomás Eloy Martínez, editorial Planeta y revista Anfibia. Una verdadera noticia no sólo porque contradice las expectativas, sino porque expande la definición de la realidad y demuestra que el mundo es mucho más grande que los límites que imponen los prejuicios.
Titulada Mis días con Giselle Rímolo en la cárcel, la crónica de Prieto pone en primer plano al personaje mediático de la falsa médica y utiliza como excusa la experiencia de un espacio de reclusión compartido, para realizar un relato sotto voce (pero no tanto) de la vida carcelaria. Un retrato que justamente es sorprendente porque se aleja de los sórdidos clisés que cierto morbo editorial necesita encontrar en un relato carcelario. Pero este logro de Prieto no es casual. Más bien se trata de un ejemplo del ejercicio de la voluntad, en un estupendo caso de sincronía que le hace honor al nombre del concurso. Es que Prieto, condenada a prisión perpetua, decidió usar su encierro para cambiar su vida. Participó en infinidad de talleres de escritura, de poesía, de narración; fue parte de la película Lunas cautivas-Historias de poetas presas, de Marcia Paradiso, y junto a Liliana Cabrera, una de sus compañeras de prisión, fundó la editorial cartonera Me muero muerta, que funciona dentro de la unidad carcelaria 31 de Ezeiza, a través de la cual editan sus libros.
Para Eduardo Anguita –quien formó parte del jurado que premió el texto de Prieto, tarea que compartió con Paula Pérez Alonso, Martín Caparrós, Ezequiel Martínez y Cristian Alarcón-, esta primera edición del Premio de Crónicas La Voluntad fue un éxito, con más de 150 trabajos recibidos. Anguita considera que uno de los méritos del texto de Prieto es que consigue darle “un toque de originalidad a un personaje intrascendente como Giselle Rímolo” a partir de hacerla aparecer “en una serie de escenas que podrían ser más un relato costumbrista que de una crónica profunda o un relato antropológico”. Luego de elegirla ganadora, la confirmación de que la autora se encontraba detenida representó para él un llamado a la memoria. “En lo personal, no pude evitar recordar las cosas que escribían mis compañeros cuando estábamos presos, aquellos los relatos publicados en La Gaviota Blindada, un periódico sensacional que editábamos clandestinamente en el penal de Rawson”. 
Por eso Anguita no duda cuando afirma que el trabajo premiado es un relato de libertad. “Hay una frase tumbera que circula entre los presos que toman pastillas para dormir 16 horas por día, que dice que de ese modo ‘le robás horas al juez’. De esa manera estás libre, te alienás un poco para no sentir el peso de la prisión. Lo que hace Prieto es un ejercicio de libertad creativo y consciente, porque logra en el momento en que escribe estar ajena al hormigón y a los barrotes. Cuando escribe Prieto está libre.”  

La mesa está servida (Un Fragmento) 

Por lo general se dice que en un penal de hombres se ven más visitas que en uno de mujeres. Tal vez la fidelidad femenina se destaca más en estas circunstancias. Es cierto que las oportunidades de trabajo para los masculinos son menores que para las mujeres. Mantenerse dentro de un penal no es fácil. También convengamos que las mujeres tenemos más gastos: maquillaje, maquinitas de afeitar, jabón perfumado, ropa, algún perfume permitido, corpiños de encaje para alguna ocasión especial en las visitas íntimas (ya no se usa el término “higiénicas”, porque de higiénicas no tienen nada y debería extenderme en una explicación que no viene al caso por ahora). Pero es verdad. Si uno pudiera pararse a observar la entrada en ambos penales a la misma hora, vería la diferencia. Por eso es que cada vez que alguien recibe visita todo se transforma en una fiesta. Se le da mucha importancia porque es lo que conecta con el afuera, con la familia, con los afectos, las noticias del día, los manjares que no se prueban hace años. Manjares que una minoría disfruta de manera ilegal, pero que con la venia de los penitenciarios se vuelven tan legal como el agua que sale de los grifos.
Pasamos veladas encantadoras, hacinadas en el Sum, con chicos que juegan a la pelota y usan los termos de agua caliente para sus arcos de fútbol, escuchando de fondo la música ensordecedora de los himnos de la cárcel (cumbia villera, cumbia santafesina, salsa de la buena, bachata y algún que otro rock and roll), manos de enamorados que se pierden bajo los manteles que sospechosamente están más caídos de un lado que del otro. Los baños, tanto para los visitantes como los que usan las internas, rotos desde hace años, dejan una estela de agua que decanta, por el desnivel del piso, hacia el patio con jardín y todo eso. Da la sensación de estar pasando un día genial en un recreo en el Delta del Paraná.

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Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

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