viernes, 20 de diciembre de 2013

LIBROS - "Calle", de Walter Lezcano: Realismo sucio, poética urbana y cruce de géneros

Hay muchas formas de pensar la literatura, pero no puede decirse que ninguna de ellas sea incorrecta y es tan válido abordarla desde los clásicos, sosteniendo los cánones de la tradición, como desde las vanguardias, buscando promover las nuevas plumas y tendencia. Más allá de las innecesarias impugnaciones, es en la confluencia de estas dos posibilidades donde tal vez se encuentra el equilibrio saludable, porque no hay vanguardia sin tradición ni los clásicos tienen sentido en una disciplina muerta. Pero como los clásicos ya han tenido quién les escriba y la idea de vanguardia hace tiempo huele a clásico, en la actualidad para saber cuáles son los rincones donde germina la literatura nueva, hay que estar atentos a lo que publican las pequeñas editoriales independientes. Estos sellos, emprendimientos pequeños pero con pretensiones con nombres como Tamarisco, Gog y Magog, China Editora, Entropía, Eloisa Cartonera o Wu Wei, entre otras, son el emergente de este fenómeno editorial que no tiene más de diez años. Estas editoriales se dedican sobre todo a publicar a autores nuevos o emergentes, muchos de los cuales ya cuentan con un importante currículum como periodistas o críticos de diferentes disciplinas.
Es el caso de Walter Lezcano, quien acaba de publicar Calle, su primera novela, a través de la editorial Milena Cacerola, pero la relación de Lezcano con el oficio de escribir no nace con ella. Como periodista freelance colabora hace años con diferentes medios, como las revistas Rolling Stone, Ñ o Brando, o los suplementos Ni a palos y Cultura de Tiempo Argentino; como editor es fundador de la editorial La mancha de aceite, autodefinida como la segunda más chica de Latinoamérica, y como poeta publicó Humo, en editorial Vox. Lezcano parece vivir su relación con la escritura de manera pasional y vertiginosa (prueba de ello son las constantes diatribas que lanza a través de las redes sociales), y la lectura de Calle viene a confirmar esa afirmación. Calle está ordenada a partir de un relato múltiple que realiza un curioso narrador, quien cuenta la historia de su infancia como niño y la de su juventud como mujer. El autor va construyendo la vida de Manuel/Sandra a partir de un realismo sucio que no disimula la influencia de diversos afluentes de la cultura popular. En la prosa de Lezcano es posible detectar una gran cantidad de intenciones, desde la práctica de una poesía barrosa casi como una militancia en contra de las grandes palabras de la poética tradicional, o pinceladas de un humor prosaico que nunca resbala hacia la vulgaridad gratuita ni el lugar común. "Siempre pensé que el mundo que pretendía retratar era lo que marcaba el pulso del lenguaje que iba utilizar", dice Lezcano al respecto. "Los giros, el léxico, la selección de palabras y la manera de ordenarlas estaban supeditados a esa cosmovisión de los personajes y los territorios que quería explorar. Teniendo en cuenta esto, el lenguaje me sirve para que la historia tenga una primera capa de verosimilitud", agrega.  

–¿Vivís el trabajo con el lenguaje como un espacio de resistencia? ¿Resistencia en contra de qué?  
–La resistencia se da a un nivel estético. Quiero decir que uno tiene que hacer hablar a su historia de la única forma posible para poder materializar todo lo que quisiste decir y hacerlo llegar de la mejor manera. Lo ideal es que no se vean los hilos de tu artificio y nunca caer en ese pozo ciego llamado estereotipo: de clase, de sexualidad, de raza, de lo que sea. Que fluya, como si la historia fuese creada por el lector y hablara su propia lengua. Es la ilusión que me interesa crear.  
–La novela recoge ciertos relatos marginales, como el de las mujeres de clase humilde que viven con una naturalidad no exenta de dolor la maternidad a la distancia, o el del niño que comienza a reconocer su homosexualidad casi como una consecuencia de las burlas y abusos de sus compañeros de primaria. ¿Cómo llegan hasta vos esos temas?  
–Lo que quería con Calle era ponerme en una situación de escritura donde la tensión pudiera ser productiva. Porque los narradores de este país no ponen en jaque, desde el narrador, su propia sexualidad. La máxima jugada siempre resulta ser convertirse en el otro sexo. Y tener un narrador así, primero homosexual y luego travesti, me permitía abrir el juego y derrotar mi propio universo de prejuicios. Y cuando vos indagás en la vida de una sexualidad que confronta con la comodidad que te rodea, lo más probable y natural es que vayan apareciendo personajes que bucean un mundo no reconocido a simple vista. Porque lo marginal es solamente una perspectiva del otro que juzga.
–¿Qué dificultades narrativas tuviste que enfrentar para encontrar las voces de este personaje dual, a partir de un cambio tan determinante como el del género?
–Siempre consideré que las cuestiones genéricas tienen un trasfondo universal. Porque en el fondo todos queremos lo mismo: satisfacer deseos. Y mi personaje se manejaba con las mismas intenciones y manifestaciones que las de cualquiera. En ese sentido, descubrir su voz llevó un tiempo, pero cuando eso apareció fue como si se rompiera un dique de contención: lo demás siguió esa fuerza de la marea inicial.
 –¿Cómo se hace para no caer en el miserabilismo que muchas veces es una consecuencia indeseada a la hora de abordar estos temas?
–La miseria de un narrador emerge cuando lo que pretende es un efecto inmediato o cuando cree tener la certeza de que con articular algunas escenas perturbadoras para la clase media que tiene aspiraciones de country, estas van a ser interpeladas. Los personajes tienen que tener dimensión, las historias deberían mostrar esas particularidades, detalles y sensaciones que no siempre se tienen en cuenta para esa zona que todos creen conocer. Lo miserable, en narrativa, es no mostrar los matices y rendirse a las expectativas y preconceptos del sentido común social reinante.
–Calle está estructurada de modo sherezadiano, en referencia a la protagonista de Las mil y una noches. Manuel/Sandra va alimentando el relato con una cantidad de historias disímiles que parecen capaces de hacerlo infinito. ¿La novela debe ser un objeto inacabado, un fragmento de una narración mayor que el autor decide oscurecer para iluminar apenas un detalle?  
–Lo que percibo es que, en mi caso, la narración larga funciona como una factoría de relatos. Del Quijote para acá, las historias que me interesan son aquellas que pueden abarcar lo más que pueden. Me cabe la generosidad del autor, el derroche sin caer en la negligencia ni la indulgencia. Y, claro, si seguimos esta ruta lo más probable es que podamos percibir la ambición como algo desatado y que pueda crear textos que rompan el paso del tiempo en ese momento que alguien abre ese libro. El tema es que la vida sigue y las novelas en algún momento hay que terminarlas. Para esta novela me gustaba dejar la sensación de que la vida de un personaje pudiera seguir en la cabeza de los que lean, aspirar a que pudiera tener una fugaz inmortalidad en algún lado.  
–En las redes sociales cuestionaste el papel de la crítica. ¿Ves a la crítica como a un enemigo?
–No considero que todos los textos que hablen sobre una obra sean críticas: muchas son reseñas y comentarios. No tengo ningún problema ni con la reseña, el comentario, ni con la crítica per se. Lo que sí me parece es que muchas veces se utiliza la figura de la crítica para encumbrar operaciones de posicionamiento. Y es ahí donde el crítico, o el que se pretende y se imagina como tal, construye una figura o un personaje unidimensional donde todo responde a tener que rendirle pleitesía a un modelo de conducta. Marchando por ese camino es muy probable que prime la opinión y que "el crítico" le entregue todas sus fichas a tratar de legitimar un "gusto". Eso de ninguna manera hace crecer el arte que se intenta criticar.  
–¿Creés que hay una forma correcta y una incorrecta de hacer crítica o que debería tener un límite? ¿O directamente pensás que se trata de una práctica estéril que no debería existir?  
–Esos son cuestionamientos válidos que deberían hacerse todo el tiempo las personas que están entre las obras y la gente. Lo que yo me preguntaba, sin tener ninguna respuesta convincente a la vista, era algo viejo: ¿puede hacer una crítica valiosa de una obra alguien que no conoce los mecanismos sutiles, desde el lugar de creador, del arte sobre el que descarga sus opiniones? La crítica va seguir existiendo y me parece perfecto. En ningún momento me pongo en contra de la crítica porque forma parte de un sistema al cual está integrada. En todo caso, cada uno sabe de qué manera hace una crítica o reseña, las motivaciones primeras y últimas, y si puede sostener en una sobremesa lo que escribió en el suplemento.

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino. 

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