
Habiendo revelado la parcialidad que me liga a Cortázar y a su obra, entenderán la alegría que representa para mí ser ese “periodista argentino”, el responsable de abrir uno de sus libros desde ahora y para siempre, aunque se trate de uno que tal vez nunca habría sido publicado si de él hubiera dependido. Y también comprenderán la gratitud que me liga al responsable de haberme impuesto tan formidable compromiso. Me alegro y lo agradezco, a pesar de que la cita no es del todo completa y de que mi nombre haya sido relegado tras las máscaras de mi oficio y nacionalidad, privándome del orgullo de verlo impreso en la primera página de un libro de mi admirado Cortázar.
Se me ocurre que esta omisión no es una anomalía ni una contingencia, sino producto de la forma en que habitualmente se considera a quienes ejercemos ese oficio: buena compañía cuando se necesita difusión; figura trivial a la hora de citar correctamente en las páginas de un libro cualquiera (aunque este no sea para mí cualquier libro) nuestro nombre y el del medio para el cual escribimos. Ciudadanos de segunda en la comunidad de la cultura, temo sin embargo que esto no hubiera sucedido si el periodista en cuestión escribiera en El País de España y no en Tiempo Argentino. De cualquier manera, nada me quita la alegría de saber que son mis anónimas palabras y no otras las que inauguran estas Clases de Literatura de Cortázar. Menos mal, pienso: voy a poder seguir yendo al supermercado sin preocuparme por la incomodidad que me produciría que las personas se dieran vuelta al verme pasar, codeándose entre sí mientras comentan en voz baja: “Mirá, ese es el periodista argentino del prólogo de Cortázar”.
Incluso se me ocurre que el anonimato, como le gustaba pensar a Borges, es el mejor destino al que cualquier autor puede aspirar. Gracias también por eso, por regalarme un paraíso borgeano que nunca hubiera elegido habitar por voluntad propia. Vaya entonces mi gratitud para quien creyó que ese mínimo juego de ingenio con el que comienza el artículo acerca de aquellos “cinco apretados volúmenes” de Cartas, era la mejor de las opciones para dar la bienvenida a un nuevo libro de Cortázar. No puedo imaginar mejor suerte para un puñado de palabras escritas por un periodista argentino.
Haciéndo CLICK ACÁ pueden leer completo el artículo citado en la primera frase del prólogo al libro Clases de Literatura, Berkeley, 1980, de Juilo Cortázar
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