Foto: Daniel Baca
A partir de mañana en el espacio de la fundación Proa (Pedro de Mendoza 1929, en La Boca) se desarrollará un ciclo programado nada menos que por el director Martín Rejtman, nombre fundamental dentro de una generación de cineastas notables que, de manera amplia y hasta un poco caprichosa, terminó agrupada bajo el famoso rótulo de Nuevo Cine Argentino. Compuesto por tres films elegidos por el director, el ciclo incluye la presentación de Cromosoma 3, film de 1979 del director canadiense David Cronemberg; Un mal hijo (1980), del francés Calude Sautet; y el estreno de Verano, del chileno José Luís Torres Leiva, presentada dentro de la programación del último BAFICI. Junto a ellas se proyectarán tres de los títulos pertenecientes a la obra del director: Silvia Prieto (1999), Los guantes mágicos (2003) y Copacapana (2007). Autor de la fundacional Rapado (1992) y de varios libros de ficción, Rejtman aceptó el desafío de apartarse de sus oficios de cineasta y escritor, para compartir parte del universo de sus pasiones cinematográficas con quienes se acerquen hasta Proa. “Esta invitación me permite la posibilidad de estrenar una película como Verano, que de otro modo tal vez no se vería en Buenos Aires”, dice Rejtman. “De alguna manera lo siento como el poder de hacer el bien. Me encantaría que pasara lo mismo con películas mías en otros países y pudieran estrenarse en lugares donde nunca se vieron.”-¿Qué forma diferente de relato te permite tramar esta incursión como programador, distinta de las que desarrollás como director de cine o escritor?
-Tal vez el que surge del tipo de películas elegidas. Me interesa el registro más directo que tienen estas películas comparadas con las que directores como Cronemberg o Sautet hicieron después. Y esa crudeza también aparece en Verano, que es una película de 2011. Creo que es eso lo que me interesa. Pero la selección hecha corresponde más bien a un capricho que al intento de demostrar algo a través de ella. Simplemente se trata de películas que me gustan.
-Supongo que la esencia de programar, del mismo modo que ocurre cuando se hace cine o literatura, consiste sobre todo en aplicar cortes que marcan un límite entre lo que queda y lo que se descarta.
-Hay cortes, pero intentando encontrar una lógica y un equilibrio. En el texto de presentación del ciclo escribí que, según google, a lo largo de la historia del cine se han filmado algo así como dos mil millones de películas, por lo tanto elegir sólo tres te obliga antes al ejercicio de dejar de lado que al de incluir. Además te vas dando cuenta de que hay cosas que podés hacer y otras que no: hubo un montón de películas que hubiera elegido pero que no están disponibles.
-Entre tus elecciones está David Cronemberg, que es un director que se intuye es muy respetado e influyente entre los directores de tu generación.
-A mí me gusta mucho más el Cronemberg de los 70, un poco más trash, que el que vino después. Aunque siempre demostró inteligencia y es uno de los pocos autores que hoy trabaja dentro del sistema industrial del cine anglosajón. Me interesa cierta forma en su manera de hacer trabajar a los actores o de su puesta en escena, tan esencial y directa en la forma en que hace avanzar las historias. Después se volvió un poco más manierista, pero me sigue interesando.
-Y dentro de tus propias películas, ¿hubo algún criterio con el que las elegiste?
-Es que esas las eligió Proa, yo sólo programé las otras tres. Cuando me preguntaron qué me parecía incluir mi filmografía les dije que no, pero que si ellos de todos modos querían hacerlo por su cuenta, debía quedar claro que yo no tenía nada que ver. La cosa autorreferencial me parece ridícula, nunca haría algo así, no me parece apropiado. Sé de directores de cine que dan clases poniendo de ejemplo sus propias películas y eso me parece paródico. En todo caso ahí hay un trabajo de curaduría que es responsabilidad de Proa.
-¿Esta experiencia como programador te ha representado un espacio placentero que te gustaría volver a atravesar?
-Es que es una situación muy cómoda y es importante destacarlo: el trabajo de programador no debe ser desmerecido, es mucho más incómodo que el mío, porque tiene que estar al tanto de todo y yo no lo estoy. Apenas fui convocado para hacer algo un poco excepcional dentro de mi oficio y me lo puedo tomar de otra manera. Entonces sí, obvio, si me ofrecen hacerlo de vuelta lo voy a hacer, porque es un placer mostrar películas que de otro modo tal vez nunca serían vistas. ¿A quién no le gusta eso?
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
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