
Continuando la historia donde la había dejado el film anterior, Alex el león y su mejor amigo Marty la cebra, más los ahora pareja Melman la jirafa macho y Gloria el hipopótamo hembra, se encuentran con que el llamado de la naturaleza no era para ellos. Mascotas domesticadas al fin, deben rendirse a la evidencia de que no son sino bichos de ciudad y hartos de la vida en la selva, quieren volver a la Gran Manzana. Pero para ello necesitan la ayuda de los cuatro pingüinos que a bordo de su avión propulsado por un ejército de monos, están dándose la gran vida en Montecarlo. La excusa perfecta para que la acción cambie de paisaje y se traslade a la aristocrática y vieja Europa, algo que otras películas, como las tres del agente Jason Bourne, ya demostraron que no sólo es posible sino redituable. La referencia no es gratuita: algunas de las excelentes escenas de acción de la nueva Madagascar parecen inspiradas en esa trilogía.
Sobre todo las persecuciones a las que los animales serán sometidos, cuando el fracaso en su intento de pasar desapercibidos en un casino de lujo, los ponga en la mira de una psicótica agente de sanidad animal de origen francés, especie de Terminator que canta y un poco tiene la cara de la Piaff. En este punto puede notarse que, más allá de las situaciones y chistes muy efectivos que la trama va hilvanando, el gran éxito de Madagascar 3 es contar con un elenco de personajes sólidos, capaz de sostener el andamiaje humorístico. Porque no sólo se trata de los cuatro principales sino que, como toda buena película, esta cuenta con secundarios de lujo. Al mencionado comando de pingüinos hay que sumar a Julien, el rey lemur, sus dos ayudantes y, la novedad de esta entrega, una troupe de animales de un decadente circo europeo a la que los protagonistas deben unirse para escapar de su perseguidora, todos ellos destacados.
Los recursos de humor en Madagascar 3 son vastos y tanto pueden ir de clásicas rutinas de slapstick o referencias a los viejos episodios del Coyote y el Correcaminos, hasta chistes de inesperado color político, como aquellos que apelan a las diferencias sociales y laborales entre los Estados Unidos y Europa (o Canadá) y hasta puede oírse por ahí un “¡Bolchevique!”, exclamado con típico acento moscovita. Incluso se permite jugar con el fuera de campo de manera notable, manteniendo en secreto uno de los trucos de circo fundamentales para la trama del film, aprovechando al máximo las posibilidades de lo invisible. Esta suma de grandes personajes, buen humor, impecable diseño visual y un preciso ritmo narrativo da por resultado, de manera inevitable, una buena película. Y eso es Madagascar 3.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
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