Poeta, cantora, artista plástica y, sobre todo, un espíritu popular, Violeta Parra es parte de una familia de posición social humilde, pero de una intensidad artística infrecuente. Entre los muchos hermanos Parra, Nicanor y ella llegaron a destacarse como dos de los nombres más importantes de la cultura chilena del siglo XX. Dueños de voces poéticas únicas, ambos supieron recoger el sentir de los que crecen desde el barro, encarnando, en oposición a Neruda (una oposición meramente estética, ya que se admiraban mutuamente), una poética del pueblo.
La película comienza con un ojo pardo, de mujer, partido al medio por la luz del sol. Es un primer plano que sin embargo no permite adivinar si allí hay una mirada o si, aunque vivo, ya no hay nadie detrás de ese ojo. Enseguida se comienzan a desandar de manera simultánea diversos segmentos de la vida de esa mujer: Violeta niña; Violeta viajera; Violeta cantando ahí donde quieran escucharla. Violeta vehemente: como artista, como madre, como amante. El relato va montando una suerte de prisma de tiempo donde las edades de Violeta se reflejan entre sí, aportando sentido a la figura definitiva de esta mujer enorme e imprevisible. El trabajo de Wood parece tener como premisa no ceder a la tentación de contar su historia si no es con las mismas herramientas de las que se sirvió Parra para sostenerse en su paso por el mundo: poesía, canción, respeto por las raíces y una pasión desbordada por vivir la vida con intensidad.
El personaje también le sirve a Wood para esbozar el perfil de una época –la de los convulsionados 60, ávidos de igualdad- y de una sociedad que pretendía consumir las manifestaciones del arte popular sin mancharse los pies. (Tal vez la cosa no ha cambiado tanto). En ese escenario, Violeta Parra es un ángel, a veces dulce, a veces furioso, que transita sus pasiones en carne viva; uno de esos seres de luz potente a los que la felicidad siempre les duele. El trabajo de la actriz Francisca Gavilán es fundamental para conseguir una Violeta Parra vívida y poderosa, lejos de cualquier indeseable caricatura. Que Violeta se fue a los cielos sea la película más vista del año en Chile, ayuda a confirmar el éxito de esa resurrección de Violeta en Francisca. Gavilán no sólo consigue una construcción verosímil de Parra desde lo dramático, sino que hasta se atreve a prestarle su propia voz al personaje: es la propia actriz la que canta todas las canciones, cada una más emotiva y hermosa, que dan forma a la banda sonora del film. Los títulos finales corren sobre una delicada versión de "Gracias a la vida", famosa en la Argentina en la voz de Mercedes Sosa, que le sirve al director para dar un cierre perfecto a su retrato. El de una mujer tan viva que no pudo sino, como tantos otros, buscar el amparo de la muerte.
Violeta se fue a los cielos, de Andrés Wood, se proyecta en los cines Gaumont, Lorca, Arteplex Belgrano y en algunos complejos Hoyts, Village y Showcase. También en Cinema Paradiso, en la ciudad de La Plata.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario