Alguna vez los dinosaurios fueron los dueños de la Tierra. Fue hace mucho y durante muchos años. Después, la historia es conocida: cayó un meteorito o alguien mando un diluvio (aunque tal vez fuera el cambio climático), y ya no hubo espacio para dinosaurios. El festival de Internacional de Cine de Mar del Plata nació en los años 50 bajo el gobierno del presidente Perón y durante algunos años fue un símbolo para el cine en la Argentina, pero también lo fue para la política. Por eso no es extraño que muchos meteoritos y diluvios hayan amenazado su existencia tal como se la conoce. Fueron muchos los gobiernos y los años en que el festival estuvo suspendido por motivos ajenos al cine. El hecho de que la edición que acaba de empezar el sábado a la noche sea la número 25, como una cicatriz en la cara, es un recuerdo vivido de esos años en los que se lo dio por muerto. El Festival de Mar del Plata hoy todavía vive y goza de buena salud.
Para la gala de apertura vinieron todos (casi): el gobernador Daniel Scioli; la presidenta del Instituto del Cine, Liliana Mazure; el presidente provisional del senado José Pampero; el presidente del Instituto Cultural, Juan Carlos D'Amico; el intendente del partido de Gral. Pueyrredón, Gustavo Pulti, y el presidente del Festival, el ovacionado José Martínez Suárez. No falto ni Gabriela Radice, siempre sobria maestra de ceremonias. Y, en consonancia con lo dicho en el primer párrafo, hay quienes eligieron entender y valorar el festival desde sus méritos relativos al cine y quienes insistieron con una mirada de tono más político. Pero por suerte, cuando se apaga la luz se enciende la pantalla. Y el Festival empieza a respirar. El primer latido fue la película Somewhere, en algún lugar del corazón, de la norteamericana Sofía Coppola. Aunque hace años dejó de ser la hija de Francis Ford, no sobra recordarlo, sólo para tener presente que la chica nació en el cine, lo comió desde chiquita y tiene el infrecuente don de cierto talento. Y también los medios para expresarlo. Este, su cuarto largometraje, mantiene la impronta de su filmografía, pero demasiadas veces parece más la reescritura de Perdidos en Tokio, su película más exitosa, que una película original. No sólo porque su protagonista es un actor con problemas existenciales, sino por el extrañamiento con que sus personajes se mueven en un mundo híper capitalista. Sólo que aquí Coppola parece doblar la apuesta: no hace falta dar la vuelta al mundo para tener la certeza de que el mundo nos ignora. Alcanza con no salir de la propia ciudad. Un defecto (o dos): Stephen Dorff, aun haciendo un gran trabajo, no es Bill Murray, ni Elle Fanning es Scarlett Johansson. Pero tal vez esos sean más defectos propios de un mal espectador que un problema de la película.
Con tres competencias de importancia –la Internacional, la Latinoamericana y la Argentina- el Festival ofrece no sólo una gran cantidad de películas, sino mucha variedad y calidad. Dentro del panorama del cine nacional se destacan no sólo las que participan en su sección, sino las tres incluidas en el rubro internacional. Fase 7, de Nicolás Golbart, es una comedia negra de alto impacto, sobre el conflicto entre un grupo de vecinos encerrados en un edificio en cuarentena. Una estupenda versión nacional del fin del mundo, con las inesperadas presencias de Federico Luppi, Daniel Hendler y Yayo (sí, el de Tinelli). Aballay, el hombre sin miedo, de Fernando Spiner, propone un regreso de las películas de gauchos (pero no gauchescas), acerca de un gaucho criminal con puntos de contacto con los próceres del rubro, Martín Fierro y Juan Moreira; protagonizada por Pablo Cedrón. La tercera es De caravana, de Rosendo Ruíz, suerte de western urbano, en la que un fotógrafo debe cubrir a desgano un recital de la Mona Jiménez y se ve envuelto en el oscuro mundo de la noche.
Pero el mundo del festival no se acaba en las competencias, sino que se multiplica en una buena cantidad de homenajes (retrospectivas de los directores Marco Ferreri y Hal Hartley, y al gran actor suizo Bruno Ganz, con la proyección de dos películas, incluida La caída, donde interpreta nada menos Adolf Hitler) y secciones especiales que tienen ejes temáticos como cierto humor que corre por carriles poco convencionales; cierta mirada extraña del mundo; o cierta marginalidad geográfica, como la que reúne un buen número de producciones de Europa Oriental.
Con una semana por delante, es cierto que esto recién empieza. Nunca mejor dicho.
La nacional destacada del día
Como ya lo hiciera Carlos Sorín con su inolvidable La película del Rey, el director Lucas Turturro revisita con su documental Un rey para la Patagonia la fabulosa historia de Orèlie Antoine de Tounens, auto proclamado Rey de la Patagonia y Araucanía. Como la de Sorín, Un rey para la Patagonia se basa en un proyecto que el publicista y cineasta Juan Fresán se propuso llevar al cine en 1972, con el nombre de La Nueva Francia. Como el intento de Tounens, el proyecto de Fresán quedó inconcluso pero, en una suerte de budismo zen cinematográfico, el alma de su idea transmigró en dos nuevas películas, las de Sorín y la de Turturro, de las cuales esta última se proyecta en el Festival de Cine de Mar del Plata, como parte de la competencia argentina.
Artículo publicado originalmente en la sección cultura del diario Tiempo Argentino.
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