viernes, 19 de marzo de 2010

CINE - Rosa Patria, de Santiago Loza: La Máscara de la Muerte Rosa



¿He de esperar al deshollinador
de las siete cuando ya a las cuatro
el humo nos ha sofocado?

La espera era una instancia sin sentido para Néstor Perlongher: estos tres primeros versos de Al deshollinador, incluido entre los textos del su libro Parque Lezama, vuelven evidente esa voracidad, el ansia de un poeta de acción. Es agradable creer que no es casual ni gratuito que justo en esa página haya quedado la mancha de sangre que un mosquito aplastado dejó ahí, un estigma impreso junto a esas líneas en el momento mismo de su muerte; una adenda de sentido que el destino se tomó la libertad de incluir en vaya a saber qué trasnoche de lectura. Como la de ese insecto, la sangre de Perlongher también mancha cada una de las páginas que componen su poesía completa siempre incompleta. Pero a diferencia de esa costra ya casi marrón, la del poeta todavía fluye, rosa, por las venas abiertas de sus versos, tan sucia y animal como la sangre del mosquito muerto, pero viva. De esa sangre inquieta, de esa avidez de vida, de sea voluntad de no esperar inmóvil surge el retrato de Néstor Perlongher que el director Santiago Loza ha trazado, a través de los fotogramas de su película Rosa Patria.
Perlongher, Néstor: nacido argentino en 1949, militante por los derechos (homo)sexuales, poeta (maldito en más de un sentido). Exiliado en San Pablo en 1982, profesor universitario, sidoso de tristeza y muerto en esa misma ciudad 10 años después. Toda biografía es inútil, quizá porque nadie puede ser resumido en una entrada enciclopédica, cuya premisa es la simple enumeración y suma de las partes para obtener un todo fiel, pero mínimo y endurecido. En Rosa patria Loza toma distancia de ese recurso: aquí la matemática funciona de otro modo. Es posible aventurar que casi no hay voluntad biográfica en Rosa patria, más allá de que los diferentes testimonios van urdiendo un Frankenstein sin rostro al que todos llaman Néstor, apellidan Perlongher y sólo algunos conocen con el alias combativo de Rosa Luxemburgo.
A lo largo de la proyección, lejos de abreviarse en una definición práctica para la cartera de la dama o el bolsillo del caballero, la figura de Perlongher se expande como un bolo de antimateria. Las cabezas parlantes, que en ocasiones son perfiles y hasta nucas parlantes, van modelando un tótem con palabras surgidas de la nada, tal vez el mejor modo de reconstruir a un poeta. Y es que casi no hay formas que faciliten al espectador un cuerpo, un rostro o una voz sobre las cuales ir ensamblando los detalles que cada testimonio aporta. Quizá no exista más evidencia fotográfica que esas dos o tres imágenes que una mano muestra a cámara, o esas diapositivas distantes que el tiempo ha ido corrompiendo de naranjas. Lo cierto es que no importa: alcanza con saber que era feo, horrible, como sin dudarlo lo definen otros hombres y mujeres que de fealdad parecen saber bastante; alcanza con saber que no soportaba que nadie se atreviera a confundir ni cambiar una sola palabra al recitar sus textos (aunque esa palabra fuera TRACTOR). Alcanza con saber que hasta sus amigos lo consideraban un bicho raro; y eso que entre ellos se cuentan Fernando Noy, Arturo Carrera o Fogwill (también a su modo bichos raros) y que todos lo extrañan, lo respetan y aun lo admiran.
En Rosa patria nunca se intenta enfatizar la figura del Perlongher poeta, revulsivo y neobarroco (o neobarroso, como varios se encargan de recordar), ni la del Perlongher militante, miembro del Frente de Liberación Homosexual (FLH) durante los años 70. Rosa patria quiere abrazarse a ese todo potente llamado Néstor Perlongher, Rosa L. o Rosa a secas, que con la misma pasión ha vivido y muerto haciendo de la poesía y del compromiso un acto de fe, la invocación del movimiento continuo.
Oh Padre
Ayúdenos
a correr a escapar a no quedarnos donde estamos a siempre transflorear cruzar la flor de este jardín por instantáneos pasadizos secretos conociendo que el quedarse es morir que el no quedarse es irse sin morir
[…]
Loza elige dibujar a Perlongher a partir de la memorabilia y la narración anecdótica que despliegan quienes estuvieron cerca de él. Así aparecen viejos panfletos artesanales, en los que las consignas sexuales permanecen manuscritas en unas tarjetitas de cartulina recortadas a mano, con formas de diferentes frutas; o el recuerdo del poeta recitando por primera vez el emblemático Cadáveres, para unas 40 personas apiñadas en el comedor de un departamento de familia. Ante la falta de evidencia física, el director recrea, teatraliza diversas situaciones que ilustran la vida del autor, con imágenes que, por color y por luz, parecen secuencias robadas de algún sueño viejo y olvidado. En ese sueño, Rosa patria va dejando que el fantasma de Perlongher se acomode en las risas, en la adoración con que sus amigos lo retienen junto a sus versos recitados; más vivo que en la memoria, como su amada Evita, alguien dice: ¡Néstor vive! y es verdad. No hay peste rosa capaz de secar la Rosa patria; o Rosa a secas.

Artículo publicado originalmente en la revista Ñ del diario Clarín.

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