sábado, 27 de marzo de 2010
CINE - La mosca en la ceniza, de Gabriela David: El inevitable destino de mirar para otro lado
La gente desaparece. Cambian los motivos, los nombres, las épocas, pero algunas cosas no cambian: la gente todavía desaparece. Victimario y víctima responden casi por regla siempre al mismo perfil. Unos: abusivos, anónimos, incapaces de reconocer más sujeto que el propio; los otros, inocentes, reducidos sólo a rostros que no son sino manchas en fotografías cada vez más viejas. Marita Verón desapareció hace 8 años y todo hace creer que fue secuestrada por una banda dedicada a la trata de personas. Desde entonces su madre ha dedicado su vida al intento de encontrarla, consiguiendo en el camino la liberación de muchas otras víctimas de este delito, iluminando la existencia de un negocio tan redituable como inmundo. En ese mismo camino, Marita sigue perdida y su rostro tal vez ya no sea el de esas fotos que la recuerdan feliz. Sin tomar el caso Verón como disparador, pero sí alguno de los tantos otros que han ido apareciendo en estos años, Gabriela David ha escrito y dirigido La mosca en la ceniza, su segunda película que acaba de estrenarse.
Nancy está obsesionada con las moscas: las asecha, las sigue y las atrapa para ahogarlas en un frasco con agua, pero enseguida se olvida de ellas. Nancy y Pato son dos jóvenes amigas de provincia, casi hermanas. Nancy es algo mayor, pero Pato se encarga de cuidarla porque Nancy es un poco inocente, tonta. Sin embargo cuando son tentadas para ir a trabajar como chicas de limpieza a Buenos Aires, es Nancy la que no quiere aceptar. Pero Pato no necesita consultarla para hacerlo en nombre de las dos. Quien hace el contacto es una vecina, que deja a las chicas en manos del hombre encargado de llevarlas a la ciudad y ubicarlas. Aunque la historia repite otras, antiguas y contemporáneas, David no ha buscado la simple dramatización de la realidad: “No fue mi intención hacer cine documental ni de registro, pero sí una película de compromiso. Es imposible hacer cine sin plasmar una mirada que siempre es propia”.
Ya en la ciudad, Nancy y Pato son llevadas sin escalas a una vieja casona en un barrio céntrico, donde una mujer que es casi un hombre les informa que van a tener que trabajar atendiendo tipos, que si lo hacen bien no van a tener problemas. Como Nancy parece una nena, aunque ya no, a ella la visten con un guardapolvos y los tipos van pasando; como Pato se resiste, a ella la cagan a palos y la tienen atada, tirada en un baño. Atrapadas como moscas. A pesar del empeño por construir desde la ficción, la presencia de la realidad impone su sombra, por eso la directora busca marcar un límite preciso. “La fantasía es tranquilizadora porque da la posibilidad de la certidumbre, de manejar los destinos de los personajes a gusto”, dice. Desde la tranquilidad de esa ficción, su película intenta mirar los rincones oscuros de la condición humana: “Siempre tuve claro que quería indagar en eso, porque quienes ejecutan y demandan este delito no son extraterrestres sino que, como sus víctimas, forman parte de esa condición”.
La trata de personas es un delito ligado a la pobreza y muchas veces a las migraciones que esta provoca. El caso paradigmático es el de Europa, que a partir de la disolución de la Unión Soviética y la caída del muro, ha abastecido el mercado de la prostitución con la explotación de jóvenes traídas del Este. Durante el año pasado se estrenaron tres películas, bien diversas entre sí, que tenían al tráfico de personas como telón dramático. Se trata de Promesas del Este, de Cronemberg, La desconocida, de Tornatore, y El silencio de Lorna, de los hermanos Dardenne. Como en todas ellas, la pobreza y la migración están presentes en La mosca en la ceniza y para David ese contexto es el ineludible origen del problema. “Es en los 90, en esa Argentina exuberante y mentirosa que lo destruyó todo, desde los valores culturales al patrimonio económico, es en esa década frívola e inmoral que surge esa imagen de prostíbulo donde todo está en venta”. Aquellas relaciones carnales...
Lejos de “la hipocresía de los medios de comunicación, que mientras informan del horror al que son sometidas tantas chicas y chicos, se permiten la complicidad de promocionar dudosos servicios sexuales”, Gabriela David asume “que la trata de personas es un delito colectivo, que necesita no sólo de la connivencia entre el delincuente y las instituciones del estado, sino del silencio de todos. Porque el estado justamente somos todos”. La mosca en la ceniza es la versión esperanzada de una realidad en la que los desaparecidos siguen sin estar, ni los culpables reciben castigo. Yo, argentino.
Artículo publicado originalmente en la revisat Ñ del diario Clarín.
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