
Como nada es casual, La princesa y el sapo vuelve a contar en guión y dirección con el tándem de veteranos Ron Clements y John Musker (Aladdin, Hércules y la mencionada La sirenita), y su argumento, como los de Blancanieves o Rapunzel (ya lista para enero 2011), también tiene origen en un cuento de los Grimm Brüder. Se trata de aquel en que un príncipe que ha sido transformado en sapo por el hechizo de una bruja espera recibir el beso de una bella princesa, su verdadero amor, único antídoto capaz de romper el anfibio encantamiento. La necesaria vuelta de tuerca reside en el escenario en el cual se desarrolla la trama: lejos de toda connotación europea y medieval, esta versión transcurre en Nueva Orleans durante las primeras décadas del siglo XX. Y la elección parece un acierto desde lo estético: la cultura afroamericana permite a sus directores trasladar de manera natural algunos elementos centrales sin perder encanto. Así, la clásica bruja es ahora un diabólico chamán vudú de medio pelo, a la vez que se aprovecha la efervescencia melódica de la cuna del jazz y todo el colorido festivo del Mardi Gras (lo más parecido al Carnaval que tienen al norte del río Grande) para los renacidos números musicales.
Porque si la mitad musical que sostenía muchas de las grandes producciones Disney pre Pixar parecía un recurso obsoleto durante los 2000 (la excepción podría ser la reciente Encantada, que de algún modo preanuncia este regreso a las fuentes, incluidos sus tres temas nominados al Oscar), en La princesa y el sapo las canciones vuelven a estar a la orden del día. Sin embargo, aunque la banda sonora cumple su parte con eficiencia, quienes nunca disfrutaron de esos permanentes intermezzos musicales no esperen que ésta sea la excepción.
Pero como las casualidades no existen, la pobre y negra Nueva Orleans le sirve a Disney para reacomodar su universo de fantasía a una nueva realidad política. Si 2009 trajo al primer presidente negro de los Estados Unidos, 2010 le abre la puerta a la primera minoría norteamericana de un modo inédito: La princesa y el sapo representa la aparición de la primera princesa del team Disney surgida de la propia matriz de la cultura afroamericana. Porque hasta ahora las había de todos los colores: princesas chinas e indias, como Mulan y Pocahontas, o árabes, como en Aladdin; y no han faltado heroínas gitanas y hasta mahoríes. Sin embargo, nunca una producción animada de primer nivel surgida de los estudios del gran macartista había tenido una realeza tan negra. ¿Un hecho histórico? No; pero tampoco es un dato menor que la empresa que se ha dedicado a reflejar y propagar el imaginario del American Way, haya decidido incluir después de más de doscientos años de historia norteamericana a una de sus culturas fundamentales, hasta ahora relegada a servidumbre (o papeles de reparto) dentro de su propio escalafón nobiliario. Claro, nada es casualidad.
Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura y Espectáculos, del diario Página 12.
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