Quien alguna vez haya tenido que sostener de manera simultánea más de una relación sentimental (y quien no, también) conocerá la regla de oro que recomienda no mezclar el ganado, útil metáfora rural que podría traducirse como “cada quien en su lugar, mientras más lejos mejor”. La no observancia de esta máxima suele ser un disparador común al que recurren muchas comedias románticas. Es el caso de Cena de amigos, nueva comedia no tan romántica de la directora y guionista Danièle Thompson, quien vuelve a un terreno que parece conocer bien: el de personajes de mediana edad acosados por los fantasmas de la frustración pequeño burguesa.
Organizar una cena para reunir a un grupo de conocidos antes que amigos, es el extraño plan que tienen ML y Piotr, una pareja de cuarentones cuya vida en común hace rato transita por una larga y uniforme continuidad de nada. Como a cada uno se le va ocurriendo sumar algún invitado a la reunión sin consulta previa, y como la mayoría de estos ni siquiera se conocen entre sí, la velada promete ser de pronóstico reservado. ML invitará a un famoso abogado que le ofrece la oportunidad de unirse a su bufete, sin saber que él está casado con una antigua noviecita de Piotr. Por su lado, Piotr invitará al diseñador que acaba de refaccionarles la cocina, ignorante de que este ha sido reciente amante de ML y que aun sigue enamorado de ella. Ellos y el resto de los convidados, darán un ejemplo soberbio de relaciones disfuncionales y de cómo la madurez en el individuo de clase media contemporánea se ha convertido en una prolongación de la adolescencia por otros medios. Como en cualquier reunión donde un protocolo de apariencias sirve de refugio para evitar incomodidades, el torrente vital de Cena de amigos fluirá bajo la mesa y a media lengua. Muy cerca del concepto de la regla áurea mencionada al comienzo, alguien dirá esa noche que “en el amor, decirse todo raramente termina bien”; tal vez tenga razón.
Porque mientras en la superficie abundan la ironía, la impostación del sufrimiento y la maniobra calculada, una compleja red de nuevos lazos y viejos vínculos clandestinos se irá tejiendo sotto voce, y cuando los anfitriones pretendan reeditar la cita un año después, ya no será posible. Como regados por Heráclito, los comensales no volverán nunca de aquella cena, sino que serán otros, para bien o para mal, quienes se retiren renovados y saciados de bigos, ese guiso polaco que es la especialidad de Piotr.
Aunque ya se ha dicho de Danièle Thompson que ha mostrado facilidad para este tipo de comedia de relaciones, tan agridulcemente afrancesada, debe notarse que no es menor el influjo de Christopher Thompson, hijo de la directora, co guionista de sus cuatro películas y parte del elenco en casi todas ellas, quien también suele colaborar en los libretos de Thierry Klifa (La historia de un amor), otro director francés que ha transitado el género. De la narración de reconocible perfil clásico a los ingeniosos contrapuntos entre sus personajes (cuando el diseñador, que insiste en hacer notar su herida de amor a su anfitriona y ex amante, diga que es hombre de una sola mujer, ella le recomendará guardar esa lealtad para la patria), no pocos elementos confluyen para hacer de Cena de amigos un entretenimiento grato. Sin embargo no debe dejar de mencionarse cierta tendencia al abuso de moldes, estereotipos y melodramas de manual, tanto como la inoportuna debilidad de un final de amargas felicidades redentoras. Entre los títulos de cierre, la receta del bigos; una sorpresa simpática para los amantes del canal Gourmet.
Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura y Espectáculos del diario Página 12.
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