Lituania ha sido uno de los territorios más importantes para el desarrollo de la cultura judía en Europa. Su asentamiento en la región data del siglo XIV, cuando este estado báltico aún era un ducado que le permitió a comerciantes y mercaderes judíos desarrollar sus oficios de forma libre. No exenta de las persecuciones que el pueblo de Israel sufrió a lo largo de la historia en el viejo continente, la relación sin embargo se fue haciendo fuerte y los judíos establecieron allí colonias pequeñas pero numerosas, denominadas shtetl, que hacia finales del siglo XVII funcionaban como un microcosmos de relativa autonomía. En uno de esos shtetl y en esa época tiene lugar la historia que se narra en Golem, la leyenda, película israelí dirigida por los hermanos Yoav y Doron Paz.
omo se sabe incluso sin necesidad de tener ni una gota de la sangre de Abraham corriendo por las venas, la del Golem es uno de los mitos hebreos más conocidos. Y en su divulgación el cine ha cumplido un rol determinante, a partir del estreno de Der Golem (Carl Boese y Paul Wegener, 1920), uno de los clásicos más populares del expresionismo alemán y título fundamental del cine de terror en el período mudo. Como en aquella, el film de los Paz cuenta una historia de persecución en la que una aldea judía, acosada por un invasor externo, utiliza para defenderse el poder oculto de la Kabbalah. Según esta, a través de la sabiduría cabalística es posible insuflarle vida a un homúnculo protector moldeado en arcilla, a partir un conjuro que incluye las 72 letras secretas de Dios. Pero en ambas películas jugar con ese poder creador acaba volviéndose en contra de quienes lo invocan. Un castigo previsible para quienes se atrevieron a arrogarse el poder creador reservado a la divinidad.
Aunque es presentada incluso desde el tráiler como una película de terror cuyo origen israelí le aporta una dosis extra de exotismo, Golem, la leyenda trabaja menos sobre ese género que a partir de las reglas del drama y lo fantástico. Y en principio el uso equilibrado de esos ingredientes, sumado a un oportuno aprovechamiento del contexto histórico, el conocimiento de una tradición tan rica y el oficio de los directores para crear climas densos, da por resultado una película que se desenvuelve con cierta elegancia que es impropia del grueso de lo que se filma a la sombra de las reglas del cine de terror. Y eso a pesar de una breve secuencia inicial, previa al título, que hace temer lo peor.
La elección del guion de poner a una mujer en el rol protagónico potencia al universo de origen de Golem, la leyenda. Su deseo de no volver a ser madre tras la muerte trágica de su único hijo, la decisión de ocultarle a su marido esa voluntad y su empecinamiento por estudiar en secreto los misterios de esos libros que su condición de mujer vuelve doblemente prohibidos, ayudan a darle cimientos sólidos a la película. También resulta inteligente no presentar al Golem con un aspecto monstruoso y establecer un vínculo simbiótico con su creadora. Pero la película se desinfla sobre el final, como si las obviedades y convenciones fueran un hechizo fatal del que es imposible deshacerse.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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