“El cuerpo es el templo viviente de los sentimientos, quien no les dé lugar, aquel que niegue sus tesoros, quien quiera desentenderse de su existencia, no hará más que negarse la posibilidad de vivir.” La frase que sirve de apertura a la película En el cuerpo, de Alberto Maslíah, pertenece a Kazuo Ohno, prócer estético y espiritual del Butó, la tradicional danza japonesa. La misma expresa una suerte de manifiesto esencial de dicha disciplina que fácilmente puede aplicarse a otras muy diversas, incluido el cine, e incluso pensarse como una máxima para la vida misma. Con ese precepto como horizonte, la película de Maslíah retrata el trabajo de un cuerpo de danza contemporánea que incluye algunos bailarines con discapacidades motrices, mientras planifica y ejecuta una obra cuyos actos representan distintas situaciones vinculadas al proceso histórico de la última dictadura en la Argentina. Quizá no haya un protagonista más apropiado que este peculiar grupo de danza, ni una experiencia artística más oportuna, para representar ese carácter espiritual que Ohno le atribuye al cuerpo humano.
Articulada en dos mitades bien delimitadas tanto desde lo estético como desde lo narrativo, En el cuerpo presenta al mismo tiempo los ensayos que realizan los bailarines como la puesta en escena de las diferentes coreografías que integran la obra. Una suerte de película que incluye su propio making-of. Las secuencias correspondientes al primer grupo están realizadas en blanco y negro y ligadas a partir de un montaje que busca traducir visualmente ese carácter de obra en construcción. Las que pertenecen al segundo grupo están realizadas en color, utilizando como escenario distintas locaciones del Parque de la Memoria, y fueron editadas con la lógica del cine clásico, buscando hilar un relato de cierta linealidad. En ambos casos la fotografía de Mariana Russo resulta fundamental para garantizar el éxito de las propuestas.
Es cierto que en esta ambición de representar las dos mitades de la puesta en escena, para mostrar las dificultades del proceso tanto como el resultado final, En el cuerpo por momentos se convierte en un producto híbrido que no termina de concretar una identidad definida. Sin embargo también consigue varios méritos, en especial en el terreno de lo visual. El mayor de ellos reside en la potencia del trabajo que el director realiza sobre los rostros y su gestualidad, en su forma de retratar a los cuerpos como maquinarias que motorizan la acción, sirviéndose tanto de sus capacidades como, sobre todo, de sus incapacidades. Es ahí donde encarna el espíritu de lo cinematográfico del relato. Además la película traza un recorrido que va creciendo a medida que avanza, alimentado por coreografías cada vez más lúcidas y emotivas. Ese hacerle honor a la frase de Ohno representa quizá el mayor logro del documental de Maslíah.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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