Mientras más tiempo pasa entre un hecho del pasado y el momento en que se lo recuerda, la memoria va perdiendo precisión. A veces de manera inconsciente esos agujeros que el tiempo cava son intervenidos por una mezcla de intuición y ficción. Otras veces esos recuerdos permanecen así, raramente incompletos, más parecidos a un sueño que a la memoria. A 24 años del atentado que destruyó la sede de la mutual judía AMIA, matando a 85 personas e hiriendo a otros 300, es esperable que el tiempo ya haya comenzado a hacer ese trabajo evaporador. Por eso es necesario contar una y otra vez lo que ocurrió, no sólo para seguir reclamando el esclarecimiento de un crimen que continúa impune, sino para no olvidar ni a los que se fueron dejando el hueco de su ausencia, ni a los que quedaron cargando con el dolor. De eso se ocupa de forma inusual el documental Ikigai, la sonrisa de Gardel, del director Ricky Piterbarg, que a pesar de comenzar con una serie de textos que recuerdan lo ocurrido el 18 de julio de 1994, sin embargo cuenta la historia de Mirta Regina Satz, una profesora de arte aficionada al tango, quien se propone realizar en el frente de su casa en Parque Patricios un mural dedicado a la sonrisa del Morocho del Abasto.
Piterbarg fue convocado por Mirta para registrar el proceso de construcción del mural y así se termina enterando de que ella es una de las sobrevivientes de aquella tragedia. De esa misma manera el tema fue incorporado a la película. “Me resultó difícil trabajar con lo que le pasaba a Mirta y su memoria”, dice el director. “Tan así que yo me enteré de que era sobreviviente de AMIA unos meses después de que comenzamos con la grabación del proceso de construcción del Mural. Fue a partir de ese momento comenzamos a hacer la película”, agrega. Ikigai comienza con el registro de ese proceso en el que Mirta y los participantes de su taller, que en su mayoría son vecinos del barrio, trabajan en diferentes versiones del retrato de Gardel realizadas con la técnica del mosaico, para integrarlos en un gran mural que ocupará toda la fachada de la casa. ¿Pero por qué Gardel, por qué su sonrisa? ¿Qué es lo que Mirta encuentra en ese gesto convertido en símbolo? Y más aún, ¿cuál es el vínculo entre ese mural y el atentado de la AMIA? Cuando Ikigai pase sus primeros dos tercios de relato aparecerán algunas respuestas.
Reunidos en torno a la mesa de un bar, un grupo de sobrevivientes de la AMIA comparten recuerdos de aquel día. Algunas de las memorias que van apareciendo lo hacen de esa forma difusa y fragmentada por la corrosión del tiempo, que les da un aire de cosa soñada. De pesadilla. “Hay algo que les sucede a los sobrevivientes de cualquier tragedia, que primero necesitan negar esa memoria para poder seguir”, afirma Piterbarg. “Con Mirta fuimos abriendo hendijas por donde esa memoria pudiera aparecer. El sobreviviente necesita ir para adelante, Mirta logra eso eligiendo qué recordar, como cuando elige cada pedacito de azulejo”, completa. El director cree que “lo difícil fue brindarle la confianza para que la memoria apareciera lo más franca posible”.
Para Piterbarg uno de los elementos que más influye sobre la forma que va adoptando la memoria a través del tiempo es la culpa. Y tal vez el fervor puesto en ese trabajo sobre la figura de Gardel que Mirta convierte en una actividad comunitaria tenga el doble valor de aligerar la culpa e intentar cerrar las heridas que el horror le provocó aquella mañana de invierno hace casi medio siglo. “Creo que ella es consciente de que ese trabajo con los otros, ese empoderamiento espiritual a través del arte que surge del compartir, del crear, le hace más liviana la mochila de la culpa”, especula el director.
Como la palabra japonesa Ikigai que le da título a la película y significa “volver a vivir”, la figura de Gardel y su sonrisa representan la esencia multicultural de la identidad argentina. Piterbarg cree que “una de las pocas cosas de las que los argentinos podemos enorgullecernos” es de esa identidad multiétnica. “Mirta y yo estamos hermanados por ser judíos, por ser inclusivos y por sentir ese abrazo múltiple”, afirma. “Pero somos muchos más y bien diversos los que apostamos a la apertura, la inclusión. El título de la película da por hecho algo que me inquieta: definir nuestra identidad como sociedad”, sostiene el director. Y concluye: “A este país lo reconstruimos todos o nos van a seguir tirando bombas”.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
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