domingo, 29 de junio de 2014

LA FOTO - La coronación de los muertos vivos

Nadie sabe si se trata de una epidemia, de un cambio abrupto e imperceptible en el ritmo de la rotación del planeta o simplemente de un capricho divino. Si es que dios existe, claro, porque hay quienes creen que sí existe y que es él en persona el que los mantiene así, todavía erguidos pero lánguidos y con esas miradas que son un espanto. Más allá de eso, no se sabe por qué es que están en pie, cómo caminan, por qué insisten en fingirse vivos cuando es evidente que no. Cualquiera se da cuenta. El asunto es un misterio, pero un misterio al que ellos son ajenos por completo. Simplemente andan como si todos los días fueran el mismo: se lavan los dientes, mandan a las nenas al colegio, van a hacer las compras y después a la oficina. Y a la tardecita pasan a saludar a papá, que desde que se jubiló pasa más tiempo en casa y menos en las boites y los nightclubs. Todos los días repiten el mismo circuito como si anduvieran sobre un riel, como si fueran una de esas bailarinas de cajita musical que sólo saben dar vueltas sobre la punta de un pie, con un bracito levantado y el otro rodeándole la cintura. Tienen una vida a cuerda, lo que es decir una no-vida. Autómatas, eso parecen, pero es apenas una leve semejanza, porque los autómatas siempre fueron autómatas y esto es bien distinto. Porque ellos supieron lo que es sentir el sol sobre la piel; cantarle a la luna; amar y ser amados y hoy no son más que una cáscara vacía, la postal de un mundo que ya no existe pero se empecina en seguir con la fiesta y con la farsa. Solamente andan, caminan, van sin preguntarse nunca ni cómo ni por qué. Esas preguntas le pertenecen a quienes los ven ir de acá para allá como si eso fuera lo más natural del mundo. Pero es inútil: nadie puede explicar ni cómo ni por qué caminan los que están muertos pero todavía no lo saben. 

Columna publicada originalmente en la contratapa del suplemento Cultura de Tiempo Argentino.

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