Como en otros documentales que narran diferentes etapas de los movimientos obreros y los cambios sociales en la Argentina (ver El día que cambió la historia, codirigido por Jorge Pastor Asuaje y Sergio Pérez; o Clase media, de Juan Carlos Domínguez), Simón, hijo del pueblo comienza con el final de la campaña del desierto. Luego de que los ejércitos de Julio Argentino Roca sepultara la barbarie, masacrando a la población natural de la Patagonia y ganando aquel “desierto” para la civilización, surgió la máxima contradictoria que indicaba que gobernar era poblar. Justamente lo opuesto de lo que Roca acababa de hacer. Nació así el impulso de la inmigración, cuyo principal objetivo era reemplazar el indeseable salvajismo de los pueblos originarios, importando de Europa población civilizada. Ese falso gesto de brazos abiertos al mundo ocultaba una necesidad: la de una mano de obra barata para ocupar los puestos de trabajo que la creciente industria nacional, ligada sobre todo a los productos agrícolo-ganaderos, precisaba para apuntalar su progreso. Millones de trabajadores europeos desocupados llegaron entonces con sus familias a la Argentina, en busca de esa vida próspera que una Europa atestada y en crisis les negaba. Pero acá no los esperaba el paraíso.

Antes de ser elegido como jefe de policía, el coronel Falcón había sido un miembro destacado del ejército de Roca, en el cual se distinguió particularmente en las matanzas de indios. Las familias de los trabajadores muertos nunca recibieron resarcimiento alguno por sus familiares asesinados por la represión ordenada por Falcón. Simón, el hijo del pueblo cuenta la historia de Simón Radowitzky, miembro de una familia de inmigrantes ucranianos enrolados en el anarquismo. Los movimientos libertarios afirman que cuando la justicia desde arriba (el estado) no funciona, entonces el pueblo tiene derecho a ejercerla desde abajo, sobre todo en contra de los grandes tiranos. Simón fue elegido por sus 18 años edad, ya que por ser menor no podía ser condenado a muerte, para llevar a cabo un acto de justicia popular: matar a Ramón Falcón, uno de los hombres que más homenajes tiene actualmente en Buenos Aires incluyendo monumentos, calles y parques públicos que llevan su nombre. Por el contrario, Simón Radowitzky fue detenido y recluido en el penal de Ushuaia, y casi nadie recuerda su nombre.
La película lo rescata a través de un doble relato: por un lado la narración histórica realizada por Bayer; por el otro una ficcionalización que gira en torno a Julián, un sobrino bisnieto de Simón, personaje creado para la ocasión, quien descubre el vínculo a partir de la portada de una revista con la foto de su antepasado. Sin embargo en esta subtrama no todo es imaginario, ya que incluye parientes reales de aquel muchacho que sacrificó su libertad en pos de una justicia que tal vez pueda ser cuestionada en sus métodos, pero no en sus fines. Estos descendientes encarnan el clásico relato familiar en el que se sostiene y legitima toda tradición. Realizado con medios limitados pero con información abundante y precisa, Simón, el hijo del pueblo consigue algunos aciertos estéticos, como una interesante utilización de la música y sobre todo del material microfilmado, cuya dinámica y diseño son aprovechados también para una gráfica atractiva y oportuna de los títulos de la película, dos detalles que pueden parecer menores, pero que ayudan a crear un marco atractivo para lo verdaderamente importante: la información. Y allí el documental cumple con su cometido principal: transmitir un relato histórico que no debe perderse, porque forma parte legítima e indispensable del nacimiento de la nación Argentina y de una forma particular de reverla por fuera de toda canonización hegemónica. Porque la historia, si lo que busca es comprender el conjunto completo, debe ser primero el relato de los pueblos y no una mirada parcial impuesta desde el poder.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
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