La Fox parece haberse encariñado con el enorme éxito obtenido con la saga de La era del hielo, que va por su cuarta entrega, y como quien elige no cambiarse el saco o las medias sólo por cábala, por primera vez encara la distribución de una película animada de Dreamworks que también sucede en la prehistoria. Teniendo en cuenta que la última entrega de la serie mencionada fue por lejos la película más vista de 2012 en la Argentina, con casi 4 millones y medio de espectadores, no resulta inesperada la insistencia con el espacio y el tiempo de las cavernas. Sin necesidad de recurrir al truco de los animales antropomorfos que son la clave de La era de hielo, en Los Croods la humanidad vuelve a escena, para recuperar un protagonismo que había perdido en la primera aventura en la que Manny el mamut, Diego el tigre dientes de sable y Sid el perezoso atravesaban la estepa para devolver a un niño humano extraviado a su tribu de origen. En este nuevo trabajo de Dreamworks es una familia de cavernícolas la que ocupa de manera exclusiva el centro de la atención. Pero igual que en las películas de Fox, la trama gira en torno a la idea de un éxodo forzoso originado por la pérdida del hogar a causa de los cataclismos de un mundo en permanente cambio.
Los Croods son una familia típica del mundo paleolítico: numerosa (padre, madres, tres hijos y una suegra) y sedentaria a fuerza de miedo. Es que Grug, pater familias de la edad de piedra, sabe que el mundo es peligroso y que más allá de los límites de su precario hogar acechan las enfermedades y las bestias. Él mismo se ha encargado de instruir a los suyos a través breves cuentos, que ilustra dibujando con sus manos sobre la piedra, en los que diversos personajes tiernos que se atreven a aventurarse hacia lo desconocido acaban invariablemente muertos. Como ocurre en otras películas animadas recientes, el contrapunto de ese padre conservador es Eep, su hija adolescente: lo mismo ocurría en Hotel Transilvania (Genndy Tartacovsky, 2012), en la que el conde Drácula hacía lo imposible para evitar que su hija diera siquiera un paso fuera del castillo.
Los Croods no puede sino comenzar platónicamente, con Eep trepando la pared de piedra del desfiladero en el que se encuentra su caverna familiar, para intentar ver el sol poniente por encima del risco. Es que ahí, encerrada en el fondo de la cueva, la niña sabe que apenas ha visto los reflejos de un mundo que imagina maravilloso más allá de los límites que le impone su padre. Los Croods apenas conocen una difusa sombra de los que es la tierra que habitan. Cuando las montañas comiencen a temblar y su hogar se destruya, la familia estará obligada a enfrentarse a un mundo tan grande y bello, como desconocido y efectivamente peligroso.
La nueva película de Dreamworks mantiene la estética y el diseño de trabajos anteriores del estudio, sobre todo la épica vikinga Cómo entrenar a tu dragón (2010). Como en esta, y a diferencia del realismo paleontológico de La era de hielo, el universo de Los Croods se encuentra poblado por una flora y fauna de fantasía, cargada de criaturas coloridas que combinan de manera caprichosa los rasgos de diferentes animales reales. En lo narrativo Los Croods cubre la cuota esperada de situaciones cómicas y personajes simpáticos, y cumple con un final aleccionador en el que todos aprenden algo luego de atravesar un mundo que literalmente se desmembra. Sin embargo, como ocurre con Grug y sus cuentos, el relato no consigue escapar de las estructuras conservadoras de las películas infantiles. Es mucho más lo que puede esperarse de un estudio que ha imaginado películas maravillosas, como la primera Shrek o Madagascar 3.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
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