
A partir de eso puede pensarse, otra vez, en Aquiles, el de los pies ligeros. (Sabrán los lectores disculpar la recurrencia de la obra homérica en esta columna pero, como le ocurre a los misioneros evangelistas con la Biblia, para un amante de los libros no hay nada que no sea posible hallar en esos textos sagrados de la literatura). Decíamos que uno puede pensar que todas las hazañas de Aquiles fueron realizadas bajo el influjo poderoso del miedo, el horror a que cualquier rasponcito en el talón fuera eficaz ahí donde fracasaban tantos héroes. Y hasta el gran Héctor debió sobreponerse al pánico que le causaba el rubio enemigo, antes de que el filo de la espada ajena lo volviera definitivamente inmortal. En ambos casos, el éxito (éxitos muy diversos el uno del otro) que llevó a que sus hazañas se cantaran por siempre, ha sido el escondite perfecto de ese miedo sobrehumano que los empujó a la conquista del honor. Pero, la verdad sea dicha, los más grandes héroes de la literatura -que es lo mismo que decir de la historia-, han sido primero los cobardes más flagrantes de los que se tenga memoria. Es así, irrefutable, fatalmente.
El fin de semana pasado se jugaron los partidos en que dos equipos de primera división y dos del Nacional B, definieron cuáles de ellos jugarán el próximo campeonato de la máxima categoría del fútbol argentino. Entre esos cuatro equipos hubo un cobarde que, como Aquiles, supo encubrir entre módicas capas de gloria (pero gloria al fin) el espanto de tener que volver a encontrarse cara a cara con su Némesis. Abajo, en el infierno, (H)éctor los sigue esperando.
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Columna publicada originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.
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