viernes, 6 de enero de 2012

CINE - Cine catástrofe y el fin del mundo: ¡Vamos que se acaba!

Si algo hay que reconocerle a Roland Emmerich, nacido en Alemania pero uno de los nombres más destacados del cine industrial norteamericano, es su capacidad para repensar la catástrofe. No sólo eso: él es el responsable de que todos en el mundo conozcamos el dato (más o menos) certero de que este año que recién comienza nos traerá, una vez más, el fin del mundo. Él es el director de la película 2012, famosa justamente por tomar libremente una predicción del tradicional calendario maya, para reescribir el mito de anticipación por excelencia, en el cuál es un especialista: el Apocalipsis. Emmerich cuenta en su filmografía con títulos como El día después de mañana o Día de la Independencia, donde el planeta llega al borde de su extinción a partir del cambio climático en la primera, o una invasión alienígena en la otra. Sin embargo el mito del fin del mundo ha sido puesto en pantalla en infinidad de versiones previas.
Los norteamericanos crearon el cine catástrofe como género. Puede decirse que se estableció con fuerza en la década del 70, con películas como Aeropuerto (1970) y sus secuelas Aeropuerto 75, Aeropuerto 77 y Aeropuerto 79 (todas ellas parodiadas por la genial ¿Y… dónde está el piloto?, de 1980, dirigida por Jim Abrahams y los hermanos Zucker); La aventura del Poseidón (1972); o Infierno en la torre y Terremoto, ambas de 1974. Aunque estas películas narran tragedias masivas circunscriptas a espacios limitados, como un avión, un barco o un edificio, todas están poseídas por el espíritu del fin del mundo. Porque, para la lógica norteamericana (y occidental en gran medida), cualquier eventualidad que amenace el reinado de la tecnología humana es, sin dudas, un pequeño final del mundo. Al menos en los términos en que ellos conciben al mundo. Con la llegada del Sida en los 80, el fin del mundo se volvió viral, tendencia que el pánico terrorista magnificó en las últimas dos décadas. El final de la reciente El Planeta de los Simios: (R) Evolución o 12 monos, de Terry Gilliam, proponen algo de eso, más allá de la coincidencia zoológica.
Pero la última versión disponible de un Fin del Mundo cinematográfico es la que realizó el descarriado danés Lars von Trier. El creador de títulos como Contra viento y marea, Dogville o Bailarina en la oscuridad, se despachó el año pasado con Melancholia, presentada en la competencia oficial del último Festival de Cannes. Dividida en mitades que tienen como protagonista a dos hermanas, la película cuenta en su primera parte la frustrada boda de la menor de ellas (Kirtsen Dunst), donde el universo familiar completo se desmorona con la violencia (a veces subterránea, a veces explicita) que caracteriza a muchos de los trabajos del director. La segunda mitad sigue a la hermana mayor (Charlotte Gainsbourg), que hace malabares a gran escala para sostener a la menor, que tras las fallidas nupcias entra en una crisis psicológica. Eso sin descuidar a su marido y su hijo, ni la trayectoria de un inmenso planeta, llamado con el excesivo nombre de Melancolía, cuya órbita estelar amenaza con hacerlo chocar contra la Tierra. Desmedida, megalómana y New Age, Melancholia es manipuladoramente bella y narrativamente truculenta. El trabajo de un hombre que parece vivir cada hora como si el fin del mundo se le viniera encima y quisiera vengarse de los que vamos lo más tranquilos a ver sus películas.


Artículo publicado en la sección cultura de Tiempo Argentino, como parte del informe "Guía para enfrentar el fin del mundo", escrito por Ivana Romero. Ver nota completa >>ACA<<

No hay comentarios.: