El día de san Valentín parece ser muy importante para los norteamericanos, con su cultura (¿manía? ¿obsesión?) de tener un día para cada cosa. En realidad da la impresión, viéndolo desde afuera, que lo que en realidad necesitan es otra excusa para gastar, gastar, gastar. Día de los enamorados –cuyo título original es simplemente El día de san Valentín- no es mucho más que eso: una excusa para despilfarrar dinero en un elenco que parece un álbum de figuritas. Aunque sin dudas es la mejor inversión que han hecho los productores de esta película, ya que a fin de cuentas ese elenco representa el único motivo que más o menos justifica pagar la entrada: es eso o quedarse viendo la tele.
No hay forma de intentar escribir en un párrafo la trama de Día de los enamorados sin sentir que la vida ya no tiene sentido: son tantas las historias, tan fragmentadas. Es tanta la necesidad de que cada figurita del elenco tenga al menos tres escenas en la película, que algunas de esas escenas no tienen ningún otro motivo valedero para haber sorteado con éxito la etapa de montaje que esa: que todos aparezcan al menos en tres escenas. Para muchos de estos actores, la fortuna que habrán cobrado por sólo siete minutos en pantalla, de seguro representa el dinero más fácilmente ganado de sus carreras (¡hasta Joe Mantegna aparece en un cameo que, por lo inesperado, tal vez sea lo mejor de la película!). De más está decir que ninguno de ellos necesita ese dinero. Eso sí, todos muy profesionales, diciendo sus cinco líneas como verdaderas estrellas.
En fin: se trata de las historias cruzadas de muchos personajes en la ciudad de Los Ángeles que, algunos solos, otros en pareja, en su mayoría aun no han encontrado el verdadero amor, aunque muchos crean que sí. Idas y vueltas, desengaños y el amor que surge donde menos se lo espera. Lo cual es sólo otra forma de decir. Las historias cubren todo target posible: niños, adolescentes, adultos y tercera edad; héteros y homos; parejas mono y multiraciales; fieles e infieles, civiles y militares; sexo telefónico, mejores amigos y hasta algún Edipo sin resolver. Lo único que no hay son pobres. De todo, como la vida misma pero en Hollywood, que no es lo mismo.
Día de los Enamorados equivale a esas tarjetitas que reparten los chicos en el subte o el tren, llenas de ositos afectados y frases románticas prefabricadas, para que les den a cambio unas monedas. Películas pensadas para mendigar tickets: ese argumento que últimamente muchos creen que es el único que justifica el enorme esfuerzo que involucra hacer cine. Ahí está.
Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura y espectáculos del diario Página 12.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario