martes, 5 de febrero de 2008

CINE - El fin de la inocencia (Twelve and holding), de Michael Cuesta: Postales de niños que sufren

Muchas películas apuestan a conmover al espectador y, de todas ellas, algunas lo consiguen. El éxito o no de esta empresa depende de muchos factores, algunos predecibles: un guión trabajado; la habilidad narrativa del director para acertar en los tonos y la intensidad que cada escena demanda; la capacidad dramática del elenco. Pero también existen argumentos universales, que tienen por sí mismos la virtud de potenciar las tragedias en el imaginario colectivo. Poner niños en situaciones incómodas suele dar buenos réditos: un ataque directo a la resistencia emotiva, que consigue exponer el costado vulnerable del espectador medio a partir de la identificación de sus propios miedos con situaciones del presente o del pasado que le son familiares. Más breve: “Pongan un nene a sufrir sobre un escenario y conseguirán una multitud desconsolada”. Ese es el plan de El fin de la inocencia, de Michael Cuesta, hombre acostumbrado a hacer sufrir chicos en pantalla; basta ver L.I.E., su ópera prima. Y con ese objetivo no se privará de abrir la película con la muerte de Rudy, que es quemado vivo de manera accidental por dos chicos más grandes que se burlan de su acomplejado gemelo Jacob, quien tras una máscara de hockey al estilo Martes 13, oculta una mancha de nacimiento que le cubre media cara. La muerte de Rudy no será para Jacob sino el subrayado que remarque las diferencias con ese hermano a quien admira, envidia y padece, y hasta puede presentirse que vive su ausencia casi con alivio. Pero también se volverá permeable al dolor desbordado de sus padres, y no sin confusión se obligará transitar ese camino como si fuera propio.
Aprovechando el formato coral que tantas satisfacciones le ha dado (justa o injustificadamente) a no pocos directores contemporáneos, El fin de la inocencia narra la historia de un grupo de preadolescentes que, como la mayoría, comienzan a manifestar su incomodidad frente a los problemas que plantea el ingreso a la madurez. Junto a la de Jacob está la historia de Leonard, un niño obeso por herencia, víctima de una madre esclava de las calorías que no puede comprender su deseo de una vida mejor; o Malee, hija de una psicóloga progresista y un padre ausente, que se enamora de un paciente de su madre, un ex bombero atormentado por los horrores de su profesión y acosado por una pesadilla en la que se repite la melodía de “Burnin’ for you”, de Blue Öyster Cult. Con el fuego como símbolo de un dolor purificador, la película de Cuesta, como la reciente Juegos prohibidos, de Nick Cassavetes, vuelve a desnudar una sociedad en la que los chicos crecen fuera del alcance de padres que miran sin ver, más atentos a sus fantasías que a los conflictos de sus hijos, víctimas ellos también de un mundo que no cumple sus promesas de felicidad para todos. Con un sólido trabajo del elenco infantil, El fin de la inocencia promete chicos sufriendo y, aun con excesivas convenciones, cumple.


Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos y Cultura de Página/12.

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