Pero El invitado a la boda no sirve solo para destacar la capacidad de producción del director, sino para confirmar la amplitud de sus intereses, que van de la comedia al romance y del policial al drama, pasando por el musical, el género bélico o el cine político. Muchos de estos géneros se entrelazan en la trama de este film, cuyo eje se organiza sobre el molde del thriller geopolítico. Elementos como la tensión, la acción y una narración áspera y austera definen su primera parte. En ella, un hombre de rasgos que tanto pueden ser indios como árabes arriba a Paquistán y atraviesa el país cambiando de autos alquilados, de celulares prepagos y comprando armas. Cuando llega hasta un pueblo en el que se realizará una boda queda claro que ahí se encuentra su objetivo, pero no cuál es este.
Hasta acá se trata del modelo clásico del héroe solitario puesto a cumplir una prueba, pero pronto comenzarán a darse pequeños giros que de a poco irán haciendo derivar la historia hacia otros destinos. Hay un secuestro, un escape a la India, el encuentro con un contratista que se niega cumplir una parte del acuerdo. Aunque la tensión se sigue acumulando, otros elementos narrativos comienzan a intervenir sobre el ambiente del relato. En particular la banda sonora, que durante la primera parte había sido seca y austera, pero que ahora comienza a ponerse atmosférica y connotativa. A partir de ahí la música va unos pasos adelante del guión y quién esté atento a ella podrá predecir los giros que irán jalonando la trama. Es cierto que esto como juego puede resultar entretenido, pero también amenaza con convertirse en una experiencia algo anticlimática.
El gran cambio tiene que ver con el vínculo que el secuestrador comienza a crear con su víctima, al verse obligado a convivir con ella más de lo que esperaba. El solitario resigna la seguridad de su soledad y con ella también va perdiendo el balance necesario para mantener la cabeza fría. Aunque El invitado a la boda atraviesa en su recorrido algunos lugares comunes, el oficio de Winterbottom para narrar cinematográficamente logra que el interés por el destino de los personajes se mantenga. Incluso el final, predecible y casi cantado, no pierde ni la gracia ni cierta sorpresa gracias a un buen manejo del tempo y el ritmo. Como dirían los Rolling Stones: es solo rock ‘n’ roll, pero me gusta.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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