Una película mala puede resultar más entretenida que una buena. Cierto, aunque esto sucede por motivos contrarios a aquellos que impulsaron a sus creadores, ya que la diversión surge del carácter fallido de la obra, de sus defectos involuntarios convertidos en gags que se vuelven maravillosos a fuerza de ir en contra de lo que indican las leyes del buen cine. Algo así ocurre en la Argentina con la película Un buen día (Nicolás del Boca, 2010), que ha motivado “grupos de apreciación” y proyecciones públicas que se llenan de fanáticos dispuestos a celebrar sus gaffes como si se tratara de una de las mejores comedias del cine nacional. Y tal vez lo sea. The Disaster Artist: Obra maestra es el trabajo más reciente del actor James Franco como director, oficio en el que también tiene una carrera prolífica. La misma está basada en la película The Room (2003), creación de la cual es responsable el hasta entonces ignoto Tommy Wiseau, que llegó a convertirse en uno de estos films de culto en los Estados Unidos justamente porque no hay en él ni una sola cosa que esté bien. Lo cual es muy difícil: si alguien se propusiera hacer adrede todo lo que Wiseau hizo mal sin darse cuenta, el resultado no sería tan desastroso como The Room. Pero tampoco tan divertido y ahí está su atractivo.
En The Disaster Artist Franco reconstruye el vínculo entre Wiseau y Greg Sestero, un adolescente que aspira a ser estrella de cine con quien se conocen en un taller de actuación. Sestero queda deslumbrado por la falta de pudor con que Wiseau encara los ejercicios dramáticos, confundiendo ese desprejuicio evidente con una muestra de talento que no es tal. A pesar de una diferencia de edad que es notoria en lo físico pero no tanto en la candidez con que los amigos ven al mundo, Wiseau y Sestero se mudan a Hollywood a expensas económicas del primero, que parece disponer de una cuenta bancaria inagotable. Pero mientras Sestero va consiguiendo sus primeras y modestas oportunidades, Wiseau no deja de acumular rechazos. Lo que los separa no se encuentra dentro del orden del talento, sino que se trata de una mera cuestión estética, porque en tanto el joven Sestero encaja en el patrón de belleza cinematográfico, Wiseau es un tipo de rostro contrahecho y aspecto extravagante. Como las cosas no avanzan tal como ambos ilusamente preveían, deciden hacer su propia película, escrita, dirigida, protagonizada y producida por Wiseau. Esa película será The Room.
Si bien por momentos The Disaster Artist parece burlarse de sus personajes, sobre todo de Wiseau, a fuerza de insistir sobre un absurdo que tiene su origen en la incapacidad de este para reconocer sus limitaciones, lo cierto es que la película trata de otra cosa. En primer lugar de una versión retorcida del Sueño Americano, aquel en el que cualquiera puede volverse un hombre de éxito con solo proponérselo (aunque, como en este caso, siempre ayuda tener seis millones de dólares en la cuenta para filmar un despropósito como The Room). Pero también es una película sobre la amistad, sobre el valor de estar ahí, incluso en los peores momentos del otro, brindando apoyo moral y emocional, ayudando a ver medio lleno un vaso que parece vacío por completo. Finalmente, pero no menos importante, se trata de una película sobre el cine mismo, sobre su capacidad para construir sueños que son los del artista pero sobre todo los del espectador. Existe un postulado dentro de la teoría de la comunicación que indica que el mensaje no es aquello que emite quien lo envía, sino lo que reconstruye el receptor. Es ahí, en las carcajadas que provoca, donde The Room se vuelve por motivos inesperados una película entretenida, querible y a su manera, exitosa. La prueba está en que Wiseau y Sestero se volvieron famosos a partir de ella, que en el fondo era lo que andaban buscando cuando se propusieron filmarla.
Quienes hayan visto The Room tendrán un motivo adicional para certificar la calidad de las actuaciones de los hermanos James y Dave Franco, a cargo de los roles de Wiseau y Sestero respectivamente. Quienes no lo hayan hecho tienen suerte: si algo consigue transmitir la película es la imperiosa necesidad de salir corriendo a ver The Room para comprobar que todo es tan absurdo como se lo muestra acá. Y es que en el fondo The Disaster Artist es una declaración de amor a esa película contra natura que de verdad da gusto ver, de tan inverosímil.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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