martes, 5 de septiembre de 2006

CINE: ¡Si Shakespeare se levantara!

En el imperdible número de fin de año de la revista Tólbac, esta columna cerraba de forma muy conveniente, con un interrogante que pretendía ser irónico: ¿para cuándo una buena película argentina? Lejos de ser exitoso, y fiel al precepto improbable que jura que “nada es tan bueno que no merezca ser arruinado”, aquél artículo no podía tener un cierre menos feliz.

Si nadie se opone, los invito a entrar en el chiquero de una vez por todas.

Sería una mentira afirmar que las buenas películas nacionales son como Papá Noél, o como la Revolución Productiva del menemismo; sin embargo tampoco podemos confiar en lo que los propios involucrados dicen acerca de nuestras pantallas, la chica y la grande. Suelen leerse por ahí disparates como “nuestros actores son lo mejor que tenemos” o “comparada con otras, la televisión argentina es excelente”.

Mentiras. Aunque no viene al caso, no está de más confirmar que nuestra televisión es una porquería, y en cuanto a los actores que ahí se incuban, el 92% de ellos - un porcentaje estimado más o menos a ojo - debería agradecerle a Alá cada mañana haber nacido absurdamente alineados al patrón de belleza vigente, detalle sin el cual estarían trabajando de repositores en un supermercado chino o redactando memos en un banco, como tanta gente de verás decente. Por no hablar de productores, grotescos remedos de rey Midas, promoviendo incesantes y violentos accesos al vejado recto del arte por unos cuantos denarios, que ya mismo quisiera uno mismo empezar a cobrar.

Pero dejemos que del asunto de la televisión se encarguen la TV Guía o Jorge Rial, y tomemos otro cine como disparador: la industria norteamericana. El objetivo de casi todas sus producciones es el de crear artefactos mediocres, capaces de transformarse en éxitos apelando a la vulgaridad que comparten con el espectador. Y no podemos decir que la industria norteamericana del cine no sea exitosa en ello. Esa es su pretensión y la concretan; lo cual es un ejemplo de coherencia, pero también una lástima, ciertamente: se nos reduce como público a meros consumidores, no más lucidos que un señor que compra un vino en cajita en el mismo supermercado chino en el que debería trabajar ................... (Por favor, complete la línea de puntos escribiendo sobre ella el nombre de su actor de televisión favorito. ¡Aguante la ficción!).

A diferencia del norteamericano, el cine nacional abunda en pretensiones mucho más elevadas que las leyes del mercado, pero que habitualmente, igual que una masturbación, terminan en el inodoro. Poesía trunca, historias subterraneas intrascendentes, metáforas de segundamano. Dicen que nuestro cine ha tenido su época de oro, aunque tan lejana como nuestras ilusiones de ser una gran nación. Tan, tan lejana, que tal vez no es más que otro cuento que alimenta nuestro narcisista ego nacional.

Por otra parte, sería una necedad no reconocer que hay grandes películas argentinas, tanto como injusto hacer un nombre, a riesgo de olvidar cinco. Si hasta hay algunos buenos actores, pero sólo unos pocos, aunque esta escasez no sea un problema sólo de nuestro medio, sino una constante en el mundo del arte dramático (y del arte en general, si se quiere). Y es que si hubiera muchos que son buenos, ¿cuál sería el mérito? Ser generadores de ese contraste es el verdadero aporte de los malos actores y de las malas películas: sabemos que existe algo a lo que se puede definir como "lo bueno", porque hay mucho de aquello otro que siempre es mucho más fácil de identificar, a lo que normalmente etiquetamos como "lo malo", y sólo gracia a ello.

De entre la producción nacional, por nombrar algunas de las más recientes, pueden destacarse El aura y Tiempo de valientes, dos películas que nos tientan a volver a ver cine nacional. Aunque la primera finge más de lo que en realidad oculta y la otra se basa en una formula gastada por Hollywood, y ambas pueden considerarse un buen paso hacia un cine, al menos, más entretenido - que, al fin y al cabo, de eso también se trata el arte, carajo. Quedará para otra oportunidad hacer algún comentario en particular acerca de ellas. Sólo porque ya me aburrio el tema.

(Artículo publicado originalmente en revista Tólbac)

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