domingo, 26 de agosto de 2012

LA COLUMNA TORCIDA - Los mostros domésticos

A Dante lo fascina lo monstruoso y acepto que un poco soy responsable de esa avidez que el chico siente. Desde antes de que empezara a hablar ya le leía a la hora de dormir las ominosas historias de la mitología griega -o de la germánica, aun más brutal y pagana-, tomadas de un libro que mi abuela me regaló cuando yo mismo era un chico que adoraba esas fantasías crueles y fascinates. Aun así su afición me preocupa: se la pasa dibujando espantos y tiene cuadernos llenos de criaturas con bocas de sanguijuela que lo ven a uno directo a los ojos con sus miradas espiraladas. U otras, con vértebras filosas asomándoles entre la carne desgarrada de la espalda y en cuyos brazos musculosos (siempre más de dos y generalmente números impares) cargan espadas, pinchos o espolones por demás intimidantes. También diseña injertos de monstruo y máquina, donde lo mecánico se combina con lo tentacular y lo membranoso. Mi escozor aumentó cuando su maestra de tercer grado nos citó este año para decirnos que el nene se la pasa dibujando en clase en lugar de hacer las cuentas y nos entregó una libreta cargada con sus coloridos engendros. Debo reconocer que la mayoría de ellos eran muy ingeniosos y eso, sin remedio, me preocupó todavía más.
Entonces ocurrió lo inesperado.
La noche del día del niño Dante quiso venir a dormir a casa. Preparamos una mochila con la ropa del colegio en la que él, para variar, metió tres muñecos de sus monstruos favoritos: un Alien, un villano de historieta llamado Abomination, y Kratos, un personaje de videojuego, todos tan horribles que dan gusto. Se despidió de su madre, de su hermana, de la perra y nos fuimos. Ya en casa y en pijama, se tiró a jugar a las luchas con los bichos y antes de ir a la cama le preparé un Toddy con cereales. Después me puse a ordenar el departamento pero al rato nomás me asomé, para ver en qué andaba. Sentado en el piso, Dante tomaba un sorbo de chocolatada y enseguida le ofrecía un trago a cada uno de sus muñecos, a los que había sentado con él formando una ronda. Cada uno de ellos sostenía entre sus garras deformes un copo de maíz azucarado.
Pensé que Dante también alimentaba a sus monstruos antes de dormir.

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Columna originalmente publicado en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.

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