Si hubiera que ubicar un lugar en el mundo en el que los argentinos se sienten en casa estando fuera de ella, no serían pocos los que sin dudar exclamarían: ¡Uruguay! Tierras gemelas separadas al nacer –nunca un lugar común fue tan oportuno-, Uruguay y Argentina comparten un adn cultural mucho más intenso que el que los liga a otros parientes de la familia latinoamericana. La música, la literatura, el fútbol y ahora también el cine, son algunas de las áreas en las que el vínculo se hace innegable. Sin embargo no abundan las noticias, las novedades que se pueden tener de la vida cultural al otro lado del río y por eso no hay que desaprovechar las oportunidades que se presentan para poder ver desde acá qué es lo que pasa en la orilla de enfrente. Eso es lo que representa Eucaliptus, libro de cuentos notable de Agustín Acevedo Kanopa, que lentamente comienza a distribuirse por la red de librerías independientes de Buenos Aires.
La historia de Acevedo Kanopa es curiosa. Psicólogo en ejercicio y periodista, oficio en el que se destaca su lúcido trabajo como crítico de cine, este joven escritor es hijo de Eduardo Acevedo, reconocido futbolista (hoy director técnico) que integró la selección de su país que participó del mundial de México ’86, en donde enfrentó al equipo argentino capitaneado por Diego Maradona. Pero los textos que Acevedo Kanopa decidió incluir dentro de su primer libro de cuentos no tienen nada que ver con el fútbol, aunque en ellos se conserve cierta dinámica kinética que los activa y emparienta, lejanamente, con una disciplina como el fútbol, que también se basa en el arte del movimiento. Una característica que comparten con el cine, espacio que no le es ajeno a este escritor uruguayo que se ha formado en la crítica cinematográfica. “Soy un fiel defensor de la crítica como género en sí mismo”, dice el escritor. “Entre el público, pero también entre críticos, hay como una intuición ingenua –y anacrónica, diría- de que la obra a reseñar es un objeto discreto que uno puede capturar más o menos bien, cediendo a un proceso de producción de subjetividad, cuando la misma crítica –al menos la que yo busco- es un proceso de transformación de la obra en sí misma”. La crítica también la ha aportado a Acevedo Kanopa algunas certezas acerca del papel del lector a la hora de escribir: “Cuando escribo una reseña me importa poco si la crítica le va a servir al que la lee para saber si vale la pena gastar su entrada en el cine. En la medida de lo posible –hay veces en que uno está menos inspirado- trato de abordar la crítica como si fuera un cuento, también recurriendo a la idea de imágenes, o casi de una especie de trama, dentro de la misma narración.
-¿En base a eso se puede decir que tu oficio como crítico ha sido una influencia definitiva para tu oficio de narrador?
-El efecto que el cine ha tenido en mí es inestimable, en tanto toda mi forma de ver está como cincelada desde la primera película que vi: la idea de primer plano, de ralentí, del montaje en sí mismo. Todos fuimos reprogramados por ese invento. Es imposible de medir, uno ya ve con esos lentes y nunca se los puede quitar del todo.
-¿Cómo llegás a la publicación de Eucaliptus, tu primer libro de relatos luego de haber publicado poesía (Caja negra, 2007) y novela (Antes del crepúsculo, 2009)?
-Este es el primer libro de relatos que publico, pero no el primero que escribo. De hecho, mis primeros trabajos escritos fueron cuentos y llegaron a formar dos libros bastante gordos que posiblemente nunca llegarán a ver la luz. Lo del libro de poesía –el primero que edité oficialmente- fue casi un accidente, y casi nunca me he sentido del todo cómodo con el género. Recién creo que es con Eucaliptus que pude hacer las paces con la poesía, luego de descubrirme recurriendo en el armado de cuentos a ciertos métodos que originalmente solía utilizar para dicho género.
-¿De qué manera vinculás ambos géneros dentro de la estructura del cuento?
-Cuando comencé a escribir cuentos solía tener una idea clara de principio, desarrollo y final, una empresa en la cual la escritura se trataba de poder trazar un puente entre las dos orillas. Con el tiempo ese método fue deformándose, y creo que más que un puente fui desperdigando rocas a lo ancho de ese río, como si uno sólo pudiera llegar al otro lado a partir de saltitos. Esas rocas serían ciertas imágenes, sensaciones o palabras que me interesan colocar en la extensión del cuento y que valen más que la historia en sí (al menos para mí). Ese armado, creo, tiene mucho de cómo solía armar los poemas, a partir de una larga base de datos de ideas e imágenes que iba almacenando para armar collages. Creo que es en esa medida que logré un punto en el que es medio indefinible el procedimiento de lo narrativo o lo poético, por más que en sus resultados sea más concreto, o visible.
-Aunque los relatos del libro en general son cortos, decidiste comenzar y terminar el libro con los dos más largos, “Eucaliptus” y “El tilo”, que casi podrían haberse extendido como nouvelles. ¿Te sentís más cómodo en ese formato del textos más extenso?
-Cuando terminé de escribir el cuento “Eucaliptus” me subí a un ómnibus rumbo a Atlántida (el balneario de mis abuelos y mi infancia) y recuerdo que entonces me sumergí en una extraña certeza de que ahora podía quemar todo lo que había escrito antes. Soy bastante sentimental y cachivachero como para haber llevado al acto ese pensamiento, pero de ahí en más nunca pude escribir cuentos de aquella manera lineal en que los solía hacer. La otra vez hablaba con Ramiro Sanchiz, un amigo escritor, sobre las diferencias entre novela y cuento, y llegamos a la conclusión de que muchas novelas que solemos leer son cuentos largos y que muchos cuentos son novelas en miniatura. Creo que, aun sí escribiera un cuento de dos carillas, siempre estoy construyendo, por la forma en que me importa la composición del “lugar” (más que lo que acontece), una especie de novela. No sólo es una forma disipada cuyo efecto me puede mucho más; también me gusta esa noción o ese gesto del despilfarro gratuito, agarrar una subhistoria que podría ser una novela en sí misma y mencionarla como al pasar, algo que me partió la cabeza (al punto de enojarme, fascinado) cuando leí 2666, de Bolaño. La pregunta correcta podría ser, entonces, por qué no escribo una novela en estricta regla, y la única respuesta válida es que carezco de la disciplina para hacerlo.
-Además, casualidad o no y más allá de sus particularidades (“Eucaliptus” está escrito en primera persona y “El tilo” en tercera, por ejemplo), ambos llevan por título el nombre de dos árboles aromáticos que se presentan como talismanes liberadores para los protagonistas y los dos comienzan con una pareja dentro de un automóvil en movimiento, como sí la narración (y por ende, todo el libro) sólo pudiera nacer de la potencia cinética. ¿Hay un motivo para esto?
-Es complejo ese punto, yo creo que justamente “Eucaliptus” y “El tilo”, que son cuentos de viaje, tienen la particularidad de ser cuentos sobre la inmovilidad. La principal idea que los une es la de una especie de éxtasis del pensamiento, cuando te quedás observando algo y sos víctima de una especie de arrebato que te ata a tu silla. En ese sentido, esos árboles son talismanes liberadores en la misma medida que son un peligro, porque en la misma medida en que desencadenan un proceso de deriva mental que a los protagonistas les da un respiro de su cotidianeidad horrorosa, uno se puede perder en ellos.
-¿Cómo se inscribe tu obra en el panorama literario del Uruguay en la actualidad? ¿Cuál es el estado de la literatura uruguaya contemporánea?
-En los últimos años el panorama literario uruguayo –sobre todo el joven- se ha venido moviendo mucho. Es algo en lo que no sólo ayudó el trabajo de varias editoriales como Hum, Estuario, o Irrupciones, que se la juegan por escritores jóvenes, sino también por algunos eventos como el Ya te conté (que agrupaba a escritores de Argentina y Uruguay) que ayudan a generar una especie de realidad o fantasía de una “generación”, o algo así. Yo no soy fanático de la rigurosidad terminológica, pero es verdad que en poco tiempo nos vamos leyendo más entre nosotros, nos amigamos y nos peleamos, y eso parece algo mucho más real y palpable que ese desierto en el que yo me sentía cuando recién empezaba a escribir cuentos. Si yo pudiera armarme una constelación de referencias, o escritores uruguayos con los que me identifico, tendría que mencionar a Leandro Delgado, Felipe Polleri, Diego D’Avila, Horacio Cavallo (todos muy amigos) y Roberto Appratto, a quien no conozco personalmente, pero respeto muchísimo. Lo curioso es que, más allá de las amistades, hay una especie de ida y vuelta en ese reconocimiento, por lo que podría decirse que en alguna medida se van conformando grupos, se va conformando un campo.
Eucaliptus, de Agustín Acevedo Kanopa se consigue en librería La Liebre, Bolívar 646, San Telmo. Información y consultas al 4343-5328.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
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