Las películas con enanos parecen estar volviéndose un inesperado subgénero del cine argentino. Está bien: es una exageración. No alcanza con que Francella haya hecho de petiso en Corazón de León y que ahora El secreto de Lucía, de Becky Garello, tenga otro protagonista diminuto como para hablar de tendencia. La exageración es doble, porque en realidad en ninguno de los dos casos se trata de enanos en el sentido estricto. Más allá del tecnicismo, las dos películas insisten en definirlos como tales, y ese detalle se vuelve esencial, brindando una excusa dramática. O una de las excusas. En este caso la otra, no menos importante, es la presencia de Emilia Attias, para cuyo “lucimiento” (en todos los sentidos de la palabra) parece pensada esta historia con enano incluido.
A diferencia de Corazón de León, el film de Garello no se presenta en forma de comedia, aunque a veces ensaye algunos pasos para ese lado (algunos de ellos involuntarios), sino como un drama de época. Ubicado entre los ’60 y los ’70, el relato comienza con Mario, el enano, trabajando para juntar plata. Su madre espera otro hijo y él no quiere que su hermano sufra las secuelas de la enfermedad que lo afecta. Entonces aparece Juan (Carlos Belloso), típico chanta porteño que le propone montar un show de varieté para salir de gira por los pueblitos de provincia. Un número de falsa ventriloquía en el cual el petiso deberá fingirse muñeco. En definitiva, le propone una estafa y él acepta. La película recién acaba de plantear sus conflictos y los problemas empiezan a amontonarse. El primero es el uso de una voz en off que busca emparentar el relato con la serie negra, pero sin peso propio más allá de adelantar, completar o redondear algunas ideas cuando la acción no alcanza. El segundo es un problema de casting: la madre del petiso no parece su madre, volviendo risible las escenas en que uno le dice “mamá” a la otra, cuando en realidad parece la esposa. Tercero, es inverosímil que nadie, ni siquiera apelando a los más burdos estereotipos del provinciano inocente, se creyera que el petiso es un muñeco.
El último problema lo marca la entrada en escena de Attias. Ahí la película quiere convertirse en drama musical estilo Las cosas del querer, donde los números musicales a cargo de la actriz pretenden, sin conseguirlo, aportar detalles dramáticos que engrosen diferentes rincones de la trama. Es cierto que Attias, como el resto del elenco, realiza un trabajo actoral aceptable y tampoco canta mal. Pero tampoco lo hace del todo bien y todo aquello que su voz no aporta naturalmente debe rellenarse con efectos de postproducción que la vuelven artificial. Decisión que equivale a maquillar en exceso el rostro defectuoso de un actor para que se vea mejor, causando el efecto contrario. Un fugaz pero significativo (e innecesario) desnudo de la actriz sobre el final redondean la sensación de que en realidad se trata de la primera película de Attiasxploitation. A pesar de las objeciones, y aunque parezca increible, El secreto de Lucía avanza con cierta dignidad hasta un giro final que busca aplicar un golpe de tragedia, pero que no hace sino acentuar los puntos flojos.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
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