Aunque el calendario es una convención utilizada para organizar el tiempo –que lejos de prestarse a ser enjaulado en almanaques o relojes fluye sin pausa–, lo cierto es que los finales de año representan una marca que destaca el carácter efímero de la humanidad. 2018 termina hoy, es verdad, pero su paso dejó una serie de hitos que quedarán grabados en la memoria colectiva. Desde esta página recorreremos diez hechos del ámbito de la cultura ocurridos este año y que lo volverán inolvidable.
Hebe Uhart y Osvaldo Bayer. Se trata de dos nombres que dejaron una huella permanente en la cultura argentina. Ella a partir de su trabajo en la literatura, que la convirtió en una de las autoras más importantes de los últimos 50 años. Él desde su rol de historiador y defensor de todas las causas perdidas de la historia nacional, siempre a favor de los olvidados y los desposeídos.
El llanto de Macri en el Colón. Durante el G20 se presentó en el primer coliseo argentino el espectáculo performático Argentum. Entre el púbilco estuvieron todos los presidentes invitados. La puesta fue criticada por diferentes personalidades, entre ellas Federico Fernández, primer bailarín del cuerpo de ballet del teatro, pero emocionó al presidente Macri hasta las lágrimas.
El rechazo a Pablo Avelluto. Como si la degradación de la cartera de Cultura de ministerio a secretaría no fuera suficiente, el ahora secretario padeció una serie de rechazos públicos. El primero durante la Feria del Libro, donde una protesta por el cierre de los bachilleratos nocturnos en la ciudad le impidió completar su presentación. En noviembre su aparición en la apertura del Festival de Cine de Mar del Plata provocó un abucheo generalizado. Algo similar ocurrió hace dos semanas durante el balance del Teatro Cervantes, solo que en lugar de silbarlo muchos de los presentes eligieron abandonar la sala cuando el Secretario de Cultura tomó la palabra y regresaron al finalizar su intervención.
Sin Nobel de Literatura. Por primera vez desde 1949 la Academia Sueca no entregó el célebre premio. El motivo detrás de la decisión no tiene nada de literario: 18 mujeres señalaron públicamente a Jean-Claude Arnault, esposo de la académica Katarina Frostenson, como responsable de haberlas agredido sexualmente y acusaron a la Academia de complicidad. Arnault fue hallado culpable del delito de violación y condenado a dos años de prisión.
La quinta mujer. La poeta uruguaya Ida Vitale se convirtió en la quinta escritora de la historia en recibir el Premio Cervantes, el galardón literario más prestigioso del mundo hispanohablante, que se entrega desde 1976. Otra muestra de la diferencia con que las instituciones se vinculan con hombres y mujeres.
Un ícono pop del feminismo. Al calor de la lucha por los derechos de las mujeres volvió a ponerse de moda Rosie, la remachadora, la famosa imagen pop de la operaria industrial de look pin-up que exhibe uno de sus bíceps bajo el slogan “We Can Do It” (Podemos hacerlo). Se trata de uno de los emblemas más populares del feminismo, aunque nadie sabía quién era la mujer detrásdel poster. Hasta que una investigación publicada hace unos años por la revista People la encontró. Se trataba de Naomi Parker Fraley, quien durante la Segunda Guerra Mundial trabajó como remachadora en una estación aero naval. Parker Fraley falleció el 20 de enero a los 96 años.
Lenguaje inclusivo vs. la RAE. El intento de imponer el lenguaje inclusivo fue uno de los hechos salientes del año. Sin embargo la Real Academia Española rechazó su uso en su manual de estilo presentado hace unos días. Darío Villanueva, director de la institución que pretende legislar la lengua, indicó que el problema radica en “confundir la gramática con el machismo". Los colectivos feministas repudiaron la decisión, que también cuenta con sus defensores.
La muerte de Stan Lee. Guionista y editor de historietas, el estadounidense Stan Lee creó una pléyade de íconos de la cultura pop. Personajes como El Hombre Araña, El increíble Hulk, Los 4 Fantásticos o los X-Men surgieron de su imaginación y poblaron la fantasía de varias generaciones de niños, jóvenes y adultos. Y sigue.
Turner y Calder en Bs. As. En 2018 tuvieron lugar dos muestras ineludibles. Se trató de Teatro de encuentros, integrada por piezas creadas por el estadounidense Alexander Calder, que pudo verse en Proa, y de J. M. W. Turner. Acuarelas, que se presentó en el Museo de Bella Artes y trajo por primera vez al país la obra del británico. Esta última se vio opacada por la discusión en torno a la gratuidad de los museos públicos.
Obituario. El 2018 no ahorró en despedidas. Entre las más destacadas pueden mencionarse las de la poeta argentina Irene Gruss; el cantante francés Charles Aznavour; la soprano catalana Montserrat Caballé; el poeta chileno Nicanor Parra; Tom Wolffe, uno de los creadores del Nuevo Periodismo; el ganador del premio Nobel de Literatura V. S. Naipaul y el eterno candidato a ganarlo Philip Roth; el escritor mexicano Sergio Pitol; el físico Stephen Hawking; la escritora de ciencia ficción Ursula K. Le Guin; y el psicoanalista argentino Germán García.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
domingo, 30 de diciembre de 2018
viernes, 28 de diciembre de 2018
CINE - "Enamorado de mi mujer" (Amoreux de ma femme), de Daniel Auteuil: Casi, casi una de Olmedo y Porcel
Puestos a jugar a las ucronías e imaginando qué tipo de comedia podría hacer hoy el dúo integrado por los fallecidos Alberto Olmedo y Jorge Porcel, obligados a adaptarse a un mundo de mujeres revolucionadas, puede pensarse que la cosa no andaría lejos de Enamorado de mi mujer, cuarto trabajo como director de ese emblema del cine francés que es Daniel Auteuil. De más está decir que si bien esta película podría significar un progreso para los famosos capocómicos, en el caso del francés la misma no le hace ningún favor. Como un reloj descalibrado, el film no solo atrasa en el tipo de humor que elige exhibir sino en cada uno de los rubros en los que se la evalúe.
Daniel, interpretado por Auteuil, se encuentra con su amigo Patrick (Gérard Depardieu), al que no ve desde que éste se separó de su mujer, que además es la mejor amiga de la suya, Isabelle. Patrick le pide que arme una cena para presentarles a su nueva novia, Emma, una española 30 años menor. Pero Daniel teme que Isabelle se niegue a recibirlos por una cuestión de lealtad con su amiga. Es en ese momento que la película revela el recurso que la define, poniendo en escena la discusión que Daniel imagina tendrá con Isabelle cuando le sugiera invitar a la pareja. A partir de ahí Enamorado de mi mujer alternará entre la realidad y la imaginación del protagonista, que pasa de ser una nota al pie a adueñarse de a poco del relato.
El hecho de que Daniel acabe alucinando con levantarse a la noviecita de su amigo convierte a la película en una versión ramplona de Las puertitas del Señor López, gran clásico de la historieta argentina. Pero su imaginación no lo llevará nunca hacia esos universos paralelos de erotismo y liberación que eran la marca registrada del personaje de Carlos Trillo y Horacio Altuna, sino que, por el contrario, nunca logra ir más allá del ceñido corset de la fantasía unidimensional del infiel. Pero con tan poco coraje, que al imaginar su propio fracaso el personaje termina convencido de que es mejor la realidad. Conclusión a la que jamás hubiera llegado López, para quien lo real representaba una cárcel, un monstruo del que era necesario evadirse.
La película ofrece un final en el que el personaje de Auteuil, tras haber evaluado como un ajedrecista todos los finales posibles para su fantasía de infidelidad, concluye que el amor por Isabelle es más valioso que la aventura. “Mejor malo conocido…”, digamos, para resumir. La coda romántica con la pareja paseando en góndola por Venecia no permite segundas interpretaciones. Al final resulta que hasta las películas de Olmedo y Porcel eran mejores: al menos ellos elegían sus minas con total convicción y nunca por cobardía.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
Daniel, interpretado por Auteuil, se encuentra con su amigo Patrick (Gérard Depardieu), al que no ve desde que éste se separó de su mujer, que además es la mejor amiga de la suya, Isabelle. Patrick le pide que arme una cena para presentarles a su nueva novia, Emma, una española 30 años menor. Pero Daniel teme que Isabelle se niegue a recibirlos por una cuestión de lealtad con su amiga. Es en ese momento que la película revela el recurso que la define, poniendo en escena la discusión que Daniel imagina tendrá con Isabelle cuando le sugiera invitar a la pareja. A partir de ahí Enamorado de mi mujer alternará entre la realidad y la imaginación del protagonista, que pasa de ser una nota al pie a adueñarse de a poco del relato.
El hecho de que Daniel acabe alucinando con levantarse a la noviecita de su amigo convierte a la película en una versión ramplona de Las puertitas del Señor López, gran clásico de la historieta argentina. Pero su imaginación no lo llevará nunca hacia esos universos paralelos de erotismo y liberación que eran la marca registrada del personaje de Carlos Trillo y Horacio Altuna, sino que, por el contrario, nunca logra ir más allá del ceñido corset de la fantasía unidimensional del infiel. Pero con tan poco coraje, que al imaginar su propio fracaso el personaje termina convencido de que es mejor la realidad. Conclusión a la que jamás hubiera llegado López, para quien lo real representaba una cárcel, un monstruo del que era necesario evadirse.
La película ofrece un final en el que el personaje de Auteuil, tras haber evaluado como un ajedrecista todos los finales posibles para su fantasía de infidelidad, concluye que el amor por Isabelle es más valioso que la aventura. “Mejor malo conocido…”, digamos, para resumir. La coda romántica con la pareja paseando en góndola por Venecia no permite segundas interpretaciones. Al final resulta que hasta las películas de Olmedo y Porcel eran mejores: al menos ellos elegían sus minas con total convicción y nunca por cobardía.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
jueves, 27 de diciembre de 2018
CINE - "Terremoto" (Skjelvet), de John Andreas Andersen: Acá no está Dwayne Johnson
Si bien no son habituales las sagas provenientes de cinematografías que no sean la estadounidense –mucho menos frecuente todavía es que estas se estrenen en la Argentina–, Terremoto, de John Andreas Andersen, vendría a ser la excepción a esa regla. No es esta la única rareza de este film producido, rodado y protagonizado por un elenco completamente noruego. Se trata además de un exponente clásico del cine catástrofe, género que por una cuestión presupuestaria pertenece a Hollywood de forma casi exclusiva. Pero ya con La última ola (2015), que el año pasado tuvo su estreno local y en el cual se desarrolla el universo original que ahora tiene continuidad en Terremoto, el cine nórdico había probado capacidad técnica para desarrollar propuestas de este tipo. Esta película representa un paso adelante en ese camino, que además sostiene las virtudes narrativas del film anterior, que no por módicas dejan de ser virtudes. Aunque acá ciertas características de los materiales de construcción comienzan a mostrar algunos signos de fatiga.
Lo mejor de la película es el balance entre el suspenso del segmento que pone en escena la calma que antecede al cataclismo del título y la tensión de la lucha por sobrevivir. Kristian Eikjord es un geógrafo que se convirtió en héroe al salvar mucha gente durante un tsunami que sumergió a un pueblito turístico enclavado entre los fiordos, acciones que motorizan a la película anterior. Ahora Kristian está sumido en su propio estrés postraumático, combinación letal entre la paranoia provocada por la posibilidad de que un hecho como aquel vuelva a sorprenderlo, su sentido de la responsabilidad por proteger las vidas que podrían verse afectadas por ello y la culpa que siente por los muertos que no pudo salvar. Todo esto lo ha llevado a volverse un ermitaño con algo de mesiánico al que su familia abandonó para instalarse en Oslo, donde intentan reconstruirse luego de la tragedia.
La muerte de un colega, ocurrida en un derrumbe en uno de los túneles submarinos que ordenan el tránsito entre los fiordos de la capital noruega, activan los ataques de pánico del protagonista. Andersen juega bien sus cartas, en las que la amenaza de un sismo en Oslo se confunde con la inestabilidad emocional de Kristian. Los hechos terminarán demostrando que este no estaba tan “loquito” como las autoridades pretenden. El terremoto finalmente ocurre y la película lo muestra de forma impresionante, pero con una sobriedad que dista mucho de ese redoblar la apuesta de forma constante que tienen las películas estadounidenses del género. El último cuarto del relato le hace lugar a la lucha de Kristian por salvar a su esposa y a su hija, que han quedado atrapadas en los niveles superiores de un hotel de 34 pisos que amenaza con colapsar. El final, no del todo feliz, vuelve a marcar el contraste. A diferencia del omnipotente Dwayne Johnson, Kristian es noruego: eso lo vuelve humano y, por supuesto, falible ante el poder de la naturaleza.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
Lo mejor de la película es el balance entre el suspenso del segmento que pone en escena la calma que antecede al cataclismo del título y la tensión de la lucha por sobrevivir. Kristian Eikjord es un geógrafo que se convirtió en héroe al salvar mucha gente durante un tsunami que sumergió a un pueblito turístico enclavado entre los fiordos, acciones que motorizan a la película anterior. Ahora Kristian está sumido en su propio estrés postraumático, combinación letal entre la paranoia provocada por la posibilidad de que un hecho como aquel vuelva a sorprenderlo, su sentido de la responsabilidad por proteger las vidas que podrían verse afectadas por ello y la culpa que siente por los muertos que no pudo salvar. Todo esto lo ha llevado a volverse un ermitaño con algo de mesiánico al que su familia abandonó para instalarse en Oslo, donde intentan reconstruirse luego de la tragedia.
La muerte de un colega, ocurrida en un derrumbe en uno de los túneles submarinos que ordenan el tránsito entre los fiordos de la capital noruega, activan los ataques de pánico del protagonista. Andersen juega bien sus cartas, en las que la amenaza de un sismo en Oslo se confunde con la inestabilidad emocional de Kristian. Los hechos terminarán demostrando que este no estaba tan “loquito” como las autoridades pretenden. El terremoto finalmente ocurre y la película lo muestra de forma impresionante, pero con una sobriedad que dista mucho de ese redoblar la apuesta de forma constante que tienen las películas estadounidenses del género. El último cuarto del relato le hace lugar a la lucha de Kristian por salvar a su esposa y a su hija, que han quedado atrapadas en los niveles superiores de un hotel de 34 pisos que amenaza con colapsar. El final, no del todo feliz, vuelve a marcar el contraste. A diferencia del omnipotente Dwayne Johnson, Kristian es noruego: eso lo vuelve humano y, por supuesto, falible ante el poder de la naturaleza.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
domingo, 23 de diciembre de 2018
LIBROS - ¿Dónde está Perón?: Buscando al General entre la gran masa del pueblo
¿Dónde está Perón? ¿Estará en Puerta de Hierro, sentado en un sillón de mimbre, charlando con Tomás Eloy Martínez? ¿O viajando en la cañonera paraguaya hacia la eternidad del exilio? ¿Se habrá quedado a vivir en el balcón de la Rosada o estará en el Luna Park, apretando la mano del Mono Gatica? ¿Seguirá abajo del paraguas de José Ignacio Rucci para no mojarse el quincho o estará todavía encerrado en el charter de Alitalia, sin poder volver a pisar el suelo de la Patria? ¿Seguirá sosteniendo a Evita de la cintura en la 9 de Julio, para que ella pueda cumplir con el sacrificio de su renunciamiento? ¿Estará en Ezeiza, en medio de la multitud salvaje, o en la Base de Morón, apenas rodeado por su comitiva y unos cuantos curiosos bien informados? ¿Está a la derecha o está a la izquierda?
¿Dónde mierda está Perón?
La figura del tres veces presidente Juan Domingo Perón siempre ha sido por lo menos escurridiza. Preguntarse dónde está representa un dilema que no es ajeno a ninguno de sus compatriotas, que deben pasar por esa prueba en algún momento de sus vidas, aunque posiblemente sin encontrarle una respuesta definitiva. Más fácil resulta encontrar a Perón en el libro titulado, justamente, ¿Dónde está Perón?, en cuyas páginas el desafío de hallar al líder se convierte en una tarea más concreta que la de atravesar sanos y salvos el laberinto ideológico construido en torno a él.
Inspirado en los libros de entretenimiento ¿Dónde está Wally?, en los que se debe encontrar al popular personaje de anteojos y polera rayada perdido entre la multitud, en ¿Dónde está Perón? al que hay que hallar entre la gran masa del pueblo es al General, que siempre llama la atención del lector con su clásico saludo a dos manos. Quienes acepten el desafío podrán buscarlo en una escena que recrea la Plaza de Mayo del 17 de octubre de 1945, en la que no faltan los afiches que recuerdan la dicotomía fundacional del peronismo Braden o Perón, o un dirigible que promociona al IAME (Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado), la famosa fábrica de autos y aviones peronistas. Pero en medio del amontonamiento también es posible dar con algunos objetos disruptivos, como el hipopótamo de Pumper Nic, uno de los extraterrestres tentaculados de Los Simpson o los honguitos del video juego Super Mario Bros.
Editado por Galería Editorial, sello que se dedica a la publicación de libros gráficos, ¿Dónde está Perón? da en el clavo al cruzar la mitología peronista con numerosos elementos provenientes de la cultura pop, haciendo que la búsqueda se multiplique en simpáticos guiños que apelan a un imaginario común. Pennywise (el payaso de IT), Patoruzú, Alf, Robocop, la vaca de la película Top Secret! o el nenito rubio de una conocida marca de suavizante para ropa son algunos de los personajes que es posible cruzarse mientras se busca a Perón.
Pero el libro ofrece más, escondiendo entre la muchedumbre famosas obras de arte y reconocidas figuras de la cultura popular que pueden estar vinculadas o no al peronismo, pero que forman parte de un universo común. Julio Cortázar, Mirtha Legrand, Diego Maradona, Los Beatles y Vincent Van Gogh se cuentan entre las figuras, mientras que entre las obras de arte es posible hallar a La civilización occidental y cristiana, de León Ferrari; La vuelta del malón, de Ángel Della Valle; o La lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp, de Rembrandt.
El libro incluye diez láminas que trasladan el juego a diferentes ámbitos como la fábrica, la Ciudad de los Niños, Mar del Plata o el Luna Park, cada una acompañada por una frase de Perón que ayuda a poner a la imagen en contexto. Y a modo de cierre suma un álbum de figuritas que añade información sobre personajes o hechos –míticos o reales— vinculados al universo peronista, como José López Rega, Walt Disney, Arturo Illia o el Aluvión Zoológico.
Por todo eso ¿Dónde está Perón?, que va por su segunda edición, es una pieza destinada a convertirse en un objeto de culto dentro de la nutrida memorabilia peronista.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino
¿Dónde mierda está Perón?
La figura del tres veces presidente Juan Domingo Perón siempre ha sido por lo menos escurridiza. Preguntarse dónde está representa un dilema que no es ajeno a ninguno de sus compatriotas, que deben pasar por esa prueba en algún momento de sus vidas, aunque posiblemente sin encontrarle una respuesta definitiva. Más fácil resulta encontrar a Perón en el libro titulado, justamente, ¿Dónde está Perón?, en cuyas páginas el desafío de hallar al líder se convierte en una tarea más concreta que la de atravesar sanos y salvos el laberinto ideológico construido en torno a él.
Inspirado en los libros de entretenimiento ¿Dónde está Wally?, en los que se debe encontrar al popular personaje de anteojos y polera rayada perdido entre la multitud, en ¿Dónde está Perón? al que hay que hallar entre la gran masa del pueblo es al General, que siempre llama la atención del lector con su clásico saludo a dos manos. Quienes acepten el desafío podrán buscarlo en una escena que recrea la Plaza de Mayo del 17 de octubre de 1945, en la que no faltan los afiches que recuerdan la dicotomía fundacional del peronismo Braden o Perón, o un dirigible que promociona al IAME (Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado), la famosa fábrica de autos y aviones peronistas. Pero en medio del amontonamiento también es posible dar con algunos objetos disruptivos, como el hipopótamo de Pumper Nic, uno de los extraterrestres tentaculados de Los Simpson o los honguitos del video juego Super Mario Bros.
Editado por Galería Editorial, sello que se dedica a la publicación de libros gráficos, ¿Dónde está Perón? da en el clavo al cruzar la mitología peronista con numerosos elementos provenientes de la cultura pop, haciendo que la búsqueda se multiplique en simpáticos guiños que apelan a un imaginario común. Pennywise (el payaso de IT), Patoruzú, Alf, Robocop, la vaca de la película Top Secret! o el nenito rubio de una conocida marca de suavizante para ropa son algunos de los personajes que es posible cruzarse mientras se busca a Perón.
Pero el libro ofrece más, escondiendo entre la muchedumbre famosas obras de arte y reconocidas figuras de la cultura popular que pueden estar vinculadas o no al peronismo, pero que forman parte de un universo común. Julio Cortázar, Mirtha Legrand, Diego Maradona, Los Beatles y Vincent Van Gogh se cuentan entre las figuras, mientras que entre las obras de arte es posible hallar a La civilización occidental y cristiana, de León Ferrari; La vuelta del malón, de Ángel Della Valle; o La lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp, de Rembrandt.
El libro incluye diez láminas que trasladan el juego a diferentes ámbitos como la fábrica, la Ciudad de los Niños, Mar del Plata o el Luna Park, cada una acompañada por una frase de Perón que ayuda a poner a la imagen en contexto. Y a modo de cierre suma un álbum de figuritas que añade información sobre personajes o hechos –míticos o reales— vinculados al universo peronista, como José López Rega, Walt Disney, Arturo Illia o el Aluvión Zoológico.
Por todo eso ¿Dónde está Perón?, que va por su segunda edición, es una pieza destinada a convertirse en un objeto de culto dentro de la nutrida memorabilia peronista.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino
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viernes, 21 de diciembre de 2018
CINE - "Chaco", de Ignacio Ragone, Juan Fernández Gebauer y Ulises de la Orden: Lo invisible y lo invisibilizado
Cuando en materia social se habla de invisibilización se suele hacer referencia a problemas que padecen las minorías, pero que son desconocidos por el grueso de las mayorías. Sin embargo lo invisibilizado no es lo mismo que lo invisible. Si esto último es aquello que cuya naturaleza misma lo vuelve imperceptible a los sentidos, lo invisibilizado necesita de la voluntad y el trabajo activo de alguien que se encargue de hacerlo desaparecer de la vista. Ese proceso tiene que ver en gran parte con la ausencia de dichos asuntos en las agendas de los gobernantes, de los políticos en general y de los grandes medios de comunicación, pero también con la pereza de las mayorías, que prefieren mirar para otro lado con tal de no perder la comodidad.
El abandono y el saqueo que sufren los pueblos originarios que habitan el Gran Chaco, como los wichi o los qom, deben ser los dramas invisibilizados menos invisibles de la Historia argentina. El cine independiente, sobre todo el documentalismo, es uno de los espacios que más ha hecho para poner ese asunto bien a la vista de todos. Alcanza con recordar títulos recientes como Sip’ohi, el lugar del manduré (Sebastián Lingiardi, 2011), El etnógrafo (Ulises Rosell, 2012), o Toda esa sangre en el monte (Martín Céspedes, 2018), a la que ahora se suma Chaco, documental filmado a seis manos por Ignacio Ragone, Juan Fernández Gebauer y Ulises de la Orden. Todos ellos, cada uno a su manera, se han ocupado de quitar los velos con que los intereses económicos ocultan las miserias de estos pueblos empobrecidos.
“Da igual si somos argentinos: a nosotros ninguna ayuda nos llega”, dice alguien, que con elocuencia describe la sensación permanente de abandono con la que conviven los miembros de estos pueblos. Serán muchas las voces que se sumarán a lo largo de los 80 minutos de este documental, en los que se combinan los testimonios en primera persona con un relato en off que le da al asunto una perspectiva histórica. Cada una de esas voces aporta su parte para darle al relato mayor profundidad, para tratar de abarcar el problema desde la mayor cantidad de ángulos posible. Se destacan entre ellas las de Pedro Balquinta y Melitón Domínguez, quienes fallecieron en 2015, durante el rodaje del documental a las edades de 106 y 80 años, lo que los convierte en testigos directos de matanzas y persecuciones. Sus relatos son invaluables.
“Nosotros conocíamos el miedo, pero nunca habíamos visto demonios”, afirma el relato en off que acompaña una serie de animaciones sencillas pero estilizadas, que la película utiliza para destacar algunos hitos del vinculo entre los nativos y los hombres blancos. El eficaz manejo que los directores hacen del lenguaje cinematográfico está bellamente puesto al servicio de ese fin. Por eso tal vez el mayor mérito de Chaco sea su voluntad de visibilizar el atropello histórico, de propalar las voces silenciadas por la indiferencia de la mayoría.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
El abandono y el saqueo que sufren los pueblos originarios que habitan el Gran Chaco, como los wichi o los qom, deben ser los dramas invisibilizados menos invisibles de la Historia argentina. El cine independiente, sobre todo el documentalismo, es uno de los espacios que más ha hecho para poner ese asunto bien a la vista de todos. Alcanza con recordar títulos recientes como Sip’ohi, el lugar del manduré (Sebastián Lingiardi, 2011), El etnógrafo (Ulises Rosell, 2012), o Toda esa sangre en el monte (Martín Céspedes, 2018), a la que ahora se suma Chaco, documental filmado a seis manos por Ignacio Ragone, Juan Fernández Gebauer y Ulises de la Orden. Todos ellos, cada uno a su manera, se han ocupado de quitar los velos con que los intereses económicos ocultan las miserias de estos pueblos empobrecidos.
“Da igual si somos argentinos: a nosotros ninguna ayuda nos llega”, dice alguien, que con elocuencia describe la sensación permanente de abandono con la que conviven los miembros de estos pueblos. Serán muchas las voces que se sumarán a lo largo de los 80 minutos de este documental, en los que se combinan los testimonios en primera persona con un relato en off que le da al asunto una perspectiva histórica. Cada una de esas voces aporta su parte para darle al relato mayor profundidad, para tratar de abarcar el problema desde la mayor cantidad de ángulos posible. Se destacan entre ellas las de Pedro Balquinta y Melitón Domínguez, quienes fallecieron en 2015, durante el rodaje del documental a las edades de 106 y 80 años, lo que los convierte en testigos directos de matanzas y persecuciones. Sus relatos son invaluables.
“Nosotros conocíamos el miedo, pero nunca habíamos visto demonios”, afirma el relato en off que acompaña una serie de animaciones sencillas pero estilizadas, que la película utiliza para destacar algunos hitos del vinculo entre los nativos y los hombres blancos. El eficaz manejo que los directores hacen del lenguaje cinematográfico está bellamente puesto al servicio de ese fin. Por eso tal vez el mayor mérito de Chaco sea su voluntad de visibilizar el atropello histórico, de propalar las voces silenciadas por la indiferencia de la mayoría.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
jueves, 20 de diciembre de 2018
LIBROS - Gabriel Rolón y "La voz ausente", su última novela: El psicoanalista como detective
Todos los detectives literarios tienen un método que organiza su pensamiento y su forma de entender el mundo. Un sistema que los distingue y al mismo tiempo los hace atractivos para el lector ávido de misterios irresolubles. En el caso de Sherlock Holmes, por ejemplo, se trata de la lógica positivista, y en el del Padre Brown, personaje creado por G. K. Chesterton, del dogma católico. ¿Pero cuál podría ser el método para un investigador argentino, que al mismo tiempo le diera una personalidad propia y lo identificara culturalmente con el país? La mejor respuesta la dio Gabriel Rolón, conocido por su trabajo radial junto a Alejandro Dolina, por sus exitosos libros y, sobre todo, por su profesión: psicoanalista. ¿Y qué puede ser más argentino que un psicoanalista?
Rolón es el creador del Licenciado Pablo Rouviot, personaje con visos de alter ego que fue el protagonista de la novela Los padecientes. La misma no solo alcanzó estatura de bestseller instantáneo, sino que fue llevada al cine en 2017 con idéntico éxito y Benjamín Vicuña en el rol principal. A comienzos de noviembre llegó a las librerías La voz ausente, segunda novela en la que este psicoanalista inteligente y sensible vuelve a enredarse sin querer en una compleja trama policial. Ahora debe convencer a la policía de que su mejor amigo, quien fue encontrado con un tiro en la cabeza, no intentó suicidarse, sino que se trata de un homicidio fallido. Así, mientras su amigo agoniza, Rouviot recurre a sus mejores armas, las del psicoanálisis, para revelar la identidad de un asesino en el que sólo él cree.
Aunque está claro que Rouviot no es detective, sino un psicoanalista al que las circunstancias obligan a investigar, no está mal indagar en su linaje literario. “Creo que Pablo Rouviot está lejos del Padre Brown, porque es un psicoanalista y no un hombre de fe religiosa. Ser psicoanalista y creer en Dios es algo muy difícil. Rouviot está más cerca de Kierkegaard, de ese existencialismo duro, más cerca de la desesperación que de la fe”, analiza Rolón a su criatura. “En cambio tiene mucho de Sherlock Holmes, por el método deductivo, si bien Holmes se basaba en lo aprehensible y Rouviot tiene en cuenta lo que se dice sin ser dicho. Analiza lapsus, sueños y tiene las herramientas que le da el psicoanálisis a las que, por supuesto, les he sumado esta cosa medio racionalista, porque me parece que funciona mejor en la literatura”, continúa.
-¿Pero no es posible decir que Rouviot confía en las herramientas de psicoanálisis casi como un hombre religioso en su fe?
-Sí, porque Rouviot es un hombre de fe, pero no de fe en Dios. Es un hombre que confía en el psicoanálisis. El dios de Rouviot –es decir: nuestro dios, el de los psicoanalistas— es el Inconsciente. Nosotros no confiamos en que Dios nos va a dar un sentido para entender lo que le pasa al paciente, sino en que el paciente va a cometer un acto fallido, va a traer un síntoma o va a hacer un chiste y de algún modo mostrará lo que su Inconsciente lo empuja a hacer. Tenemos fe de que en algún momento el Inconsciente va a aparecer si como analistas conseguimos crear lo que se llama el dispositivo analítico. Ese es nuestro trabajo: armar un marco en el cual podamos esperar no un milagro, sino esa aparición del Inconsciente.
-Aunque se trata de una novela, La voz ausente también incluye una mirada que excede lo ficcional y alude de forma directa la realidad, oportunidad que usted no desperdicia para abordar de manera crítica una cantidad de temas políticos y sociales muy actuales.
-Creo que un autor, si tiene ganas, debe aprovechar ciertas oportunidades para jugar también lo que piensa. No es una obligación del que escribe una novela, pero a mí me gusta ser un hombre situado y comprometido con mi país y con mi momento. El libro que más marcó, casi desde mi infancia, es Los miserables, y entendí que más allá de la novela extraordinaria lo que Víctor Hugo jugaba era una mirada política, un compromiso ideológico e intelectual. Yo pensaba que un miserable era una persona que hacía cosas espantosas y ahí aprendí que miserables son los que sufren la miseria. Y que los espantosos eran aquellos que mantenían a la gente en esa miseria. Aprendí que se puede jugar con el arte, con una historia que te atrapa, sin por eso estar a años luz de la realidad que vivís. A mí me gusta comprometerme de algún modo y decir que soy un autor, que además es un psicoanalista, que escribe thrillers en la Argentina del año 2018.
-La voz ausente tiene una estructura derivativa que surge de las redes intertextuales que Rouviot teje para resolver el misterio. El recurso remite a la figura de Sherezade, pero también a la de Dolina, que ha convertido a su programa en un ciclo eterno alimentado cada noche por una nueva historia.
-Mi vínculo con Dolina es un vínculo filial desde el punto de vista artístico. Aprendí muchísimo con Alejandro. Y además encontré esto que vos describís bien al compararlo con Sherezade, porque como decían los griegos: "nada resulta más hermoso que una linda historia". Yo trato de hacer eso y quiero que el lector en algún momento se lleve por delante historias que desconocía. Que sepa algo más de Jack el destripador; que se lleve por delante la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel; algunas ideas que lo entusiasmen y sean para él tan bellas e importantes como lo fueron para la trama del libro. Creo que es lindo ir tejiendo una trama así, amueblada de visitantes bellos. Estas cosas las aprendí con Alejandro y después, por supuesto, me encargué de ponerle mi tono personal que tiene que ver con el psicoanálisis y con otras cosas. Pero me di cuenta que esto de apelar a la intertextualidad funciona muy bien e intento desarrollarlo.
-Una figura recurrente dentro de su novela es la del hombre que afirma que daría la vida por una mujer. ¿No teme que en tiempos en que el amor romántico es puesto en cuestión esta idea de la masculinidad pueda ser juzgada como algo anticuada?
-No creo que el libro esté recorrido por una idea de la masculinidad, sino de la caballerosidad. No es lo mismo. Quiero decir que los personajes –al menos los que amo, porque los que detesto podrán ser otra cosa, incluso un poco machistas— son ampliamente feministas. Idealizan a la mujer, te diría. Es cierto que tocándose en un punto con la idea del amor cortés, que yo creo es una de las primeras maneras del feminismo. Creo que el amor visto desde ese lugar es subversivo.
-¿Por qué?
-Porque fue el primer momento en el que la mujer fue más importante que el hombre. El hombre iba a dar su vida en un combate por el amor de una mujer que ni siquiera le daba un beso. Los caballeros elegían una dama que casi siempre estaba comprometida o casada con otro y a la que no tendrían nunca, porque en cuanto lo hacían aparecía la tragedia, como en Tristán e Isolda. Es una idea muy poética la del amor cortés y en ese sentido considero que es la primera subversión del poder del hombre sobre la mujer, al decir que los hombres somos esclavos de la mujer que amamos. Es cierto que hay algo cortesano en la forma en que aman Rouviot y otros personajes de la novela, pero si recorrés el libro también te vas a dar cuenta de que los personajes femeninos no son el estereotipo de mujer subyugada al poder masculino.
-Más allá de la idea del amor cortés, es evidente que Rouviot tiene problemas para establecer vínculos amorosos.
-Porque no termina de creer que es digno de ese tipo de amor. Además tiene esta idea interior de que todo lo que toca lo lastima y entonces ama de un modo tal que no quiere lastimar. Tanto, que prefiere renunciar. Es un personaje digno de ser analizado. Me gustaría tenerlo de paciente.
-Rouviot dice que hoy "los homosexuales ya no necesitan esconderse". Pero la realidad es que más allá de ciertos sectores progresistas las comunidades LGBT no han dejado de sufrir distintos tipos de persecución. ¿No cree que se trata de una afirmación inocente para un personaje que ha mostrado una mirada tan desencantada de la realidad?
-Creo que esto que señalás es cierto. Pero lo que Rouviot quiere decir es que en Buenos Aires caminamos y vemos dos chicas dándose un beso en Plaza Congreso, dos chicos abrazados en un subte y ya no hace falta que vayan a un boliche gay. Y si el boliche es mayoritariamente gay, ya no está escondido en un sótano. No necesitan ir a tener sexo al baño de la estación de Banfield, porque pueden entrar en un hotel sin problema. Lo cual no quiere decir que la lucha haya terminado y menos en los tiempos que corren: de Trump bajando por Bolsonaro y escuchando algunas voces que se levantan en la patria, yo tengo un miedo tremendo. El otro día escuchaba a alguien con altas ambiciones políticas, que amparado en una visión religiosa decía que tenía la voluntad de ir contra todo lo que sea antinatural. ¡Como si hubiera algo natural en el ser humano! Porque si vamos contra todo lo antinatural, entonces nuestros hijos se van a tener que morir de tuberculosis. ¿Porque dónde está la naturalidad de los antibióticos? ¿O Dios creó también el Amoxidal? Si vamos contra todo lo antinatural vamos a dejar que las mujeres se mueran en los partos en lugar de atenderlas, hacerles una cesárea o ponerles suero... Es una locura.
-Recién habló de tener a Rouviot como paciente y el libro ofrece motivos suficientes para creer que al personaje le vendría bien una terapia. ¿Se anima a esbozar un diagnóstico para explicar qué pasa en la cabeza de Rouviot?
-Pablo Rouviot es un hombre bien analizado, que ha pasado por el diván. No podría ser un gran analista si no fuera así. Pienso sin embargo que no ha llegado al final de su análisis, porque Lacán definía esta instancia como "el estado de poder sostener la soledad sin sentir tristeza". Y Pablo debería estar solamente triste, pero por momentos está angustiado y algo tiene que hacer con eso. Lo que pasa es que a mí me sirve que en vez de hacerlo en un análisis lo haga apasionándose con alguna relación o en el descubrimiento de un caso. Me sirve un Rouviot capaz de ver o escuchar lo que los otros no ven ni oyen, o de resolver situaciones en las que los demás no saben qué hacer, pero que de repente no pueda con algo tan sencillo como "me gusta esta mujer y me angustio porque no sé qué hacer, porque no estoy preparado para el amor”. Me pareció más interesante hacer este neurótico, ya que me pedís un diagnóstico. Un neurótico obsesivo un poco torturado, que se debate entre la idealización de un padre cuya ausencia no termina de superar y la angustia por una madre a la que no termina de contener. Y qué, obviamente, ante en la imposibilidad de resolución edípica resulta incapaz de armar una pareja. Este es el problema clínico de Rouviot y me encantaría trabajarlo, pero por ahora me sirve más que ande por la vida intentando resolver crímenes.
Artículo publicado originalmente en la revista Quid.
Rolón es el creador del Licenciado Pablo Rouviot, personaje con visos de alter ego que fue el protagonista de la novela Los padecientes. La misma no solo alcanzó estatura de bestseller instantáneo, sino que fue llevada al cine en 2017 con idéntico éxito y Benjamín Vicuña en el rol principal. A comienzos de noviembre llegó a las librerías La voz ausente, segunda novela en la que este psicoanalista inteligente y sensible vuelve a enredarse sin querer en una compleja trama policial. Ahora debe convencer a la policía de que su mejor amigo, quien fue encontrado con un tiro en la cabeza, no intentó suicidarse, sino que se trata de un homicidio fallido. Así, mientras su amigo agoniza, Rouviot recurre a sus mejores armas, las del psicoanálisis, para revelar la identidad de un asesino en el que sólo él cree.
Aunque está claro que Rouviot no es detective, sino un psicoanalista al que las circunstancias obligan a investigar, no está mal indagar en su linaje literario. “Creo que Pablo Rouviot está lejos del Padre Brown, porque es un psicoanalista y no un hombre de fe religiosa. Ser psicoanalista y creer en Dios es algo muy difícil. Rouviot está más cerca de Kierkegaard, de ese existencialismo duro, más cerca de la desesperación que de la fe”, analiza Rolón a su criatura. “En cambio tiene mucho de Sherlock Holmes, por el método deductivo, si bien Holmes se basaba en lo aprehensible y Rouviot tiene en cuenta lo que se dice sin ser dicho. Analiza lapsus, sueños y tiene las herramientas que le da el psicoanálisis a las que, por supuesto, les he sumado esta cosa medio racionalista, porque me parece que funciona mejor en la literatura”, continúa.
-¿Pero no es posible decir que Rouviot confía en las herramientas de psicoanálisis casi como un hombre religioso en su fe?
-Sí, porque Rouviot es un hombre de fe, pero no de fe en Dios. Es un hombre que confía en el psicoanálisis. El dios de Rouviot –es decir: nuestro dios, el de los psicoanalistas— es el Inconsciente. Nosotros no confiamos en que Dios nos va a dar un sentido para entender lo que le pasa al paciente, sino en que el paciente va a cometer un acto fallido, va a traer un síntoma o va a hacer un chiste y de algún modo mostrará lo que su Inconsciente lo empuja a hacer. Tenemos fe de que en algún momento el Inconsciente va a aparecer si como analistas conseguimos crear lo que se llama el dispositivo analítico. Ese es nuestro trabajo: armar un marco en el cual podamos esperar no un milagro, sino esa aparición del Inconsciente.
-Aunque se trata de una novela, La voz ausente también incluye una mirada que excede lo ficcional y alude de forma directa la realidad, oportunidad que usted no desperdicia para abordar de manera crítica una cantidad de temas políticos y sociales muy actuales.
-Creo que un autor, si tiene ganas, debe aprovechar ciertas oportunidades para jugar también lo que piensa. No es una obligación del que escribe una novela, pero a mí me gusta ser un hombre situado y comprometido con mi país y con mi momento. El libro que más marcó, casi desde mi infancia, es Los miserables, y entendí que más allá de la novela extraordinaria lo que Víctor Hugo jugaba era una mirada política, un compromiso ideológico e intelectual. Yo pensaba que un miserable era una persona que hacía cosas espantosas y ahí aprendí que miserables son los que sufren la miseria. Y que los espantosos eran aquellos que mantenían a la gente en esa miseria. Aprendí que se puede jugar con el arte, con una historia que te atrapa, sin por eso estar a años luz de la realidad que vivís. A mí me gusta comprometerme de algún modo y decir que soy un autor, que además es un psicoanalista, que escribe thrillers en la Argentina del año 2018.
-La voz ausente tiene una estructura derivativa que surge de las redes intertextuales que Rouviot teje para resolver el misterio. El recurso remite a la figura de Sherezade, pero también a la de Dolina, que ha convertido a su programa en un ciclo eterno alimentado cada noche por una nueva historia.
-Mi vínculo con Dolina es un vínculo filial desde el punto de vista artístico. Aprendí muchísimo con Alejandro. Y además encontré esto que vos describís bien al compararlo con Sherezade, porque como decían los griegos: "nada resulta más hermoso que una linda historia". Yo trato de hacer eso y quiero que el lector en algún momento se lleve por delante historias que desconocía. Que sepa algo más de Jack el destripador; que se lleve por delante la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel; algunas ideas que lo entusiasmen y sean para él tan bellas e importantes como lo fueron para la trama del libro. Creo que es lindo ir tejiendo una trama así, amueblada de visitantes bellos. Estas cosas las aprendí con Alejandro y después, por supuesto, me encargué de ponerle mi tono personal que tiene que ver con el psicoanálisis y con otras cosas. Pero me di cuenta que esto de apelar a la intertextualidad funciona muy bien e intento desarrollarlo.
-Una figura recurrente dentro de su novela es la del hombre que afirma que daría la vida por una mujer. ¿No teme que en tiempos en que el amor romántico es puesto en cuestión esta idea de la masculinidad pueda ser juzgada como algo anticuada?
-No creo que el libro esté recorrido por una idea de la masculinidad, sino de la caballerosidad. No es lo mismo. Quiero decir que los personajes –al menos los que amo, porque los que detesto podrán ser otra cosa, incluso un poco machistas— son ampliamente feministas. Idealizan a la mujer, te diría. Es cierto que tocándose en un punto con la idea del amor cortés, que yo creo es una de las primeras maneras del feminismo. Creo que el amor visto desde ese lugar es subversivo.
-¿Por qué?
-Porque fue el primer momento en el que la mujer fue más importante que el hombre. El hombre iba a dar su vida en un combate por el amor de una mujer que ni siquiera le daba un beso. Los caballeros elegían una dama que casi siempre estaba comprometida o casada con otro y a la que no tendrían nunca, porque en cuanto lo hacían aparecía la tragedia, como en Tristán e Isolda. Es una idea muy poética la del amor cortés y en ese sentido considero que es la primera subversión del poder del hombre sobre la mujer, al decir que los hombres somos esclavos de la mujer que amamos. Es cierto que hay algo cortesano en la forma en que aman Rouviot y otros personajes de la novela, pero si recorrés el libro también te vas a dar cuenta de que los personajes femeninos no son el estereotipo de mujer subyugada al poder masculino.
-Más allá de la idea del amor cortés, es evidente que Rouviot tiene problemas para establecer vínculos amorosos.
-Porque no termina de creer que es digno de ese tipo de amor. Además tiene esta idea interior de que todo lo que toca lo lastima y entonces ama de un modo tal que no quiere lastimar. Tanto, que prefiere renunciar. Es un personaje digno de ser analizado. Me gustaría tenerlo de paciente.
-Rouviot dice que hoy "los homosexuales ya no necesitan esconderse". Pero la realidad es que más allá de ciertos sectores progresistas las comunidades LGBT no han dejado de sufrir distintos tipos de persecución. ¿No cree que se trata de una afirmación inocente para un personaje que ha mostrado una mirada tan desencantada de la realidad?
-Creo que esto que señalás es cierto. Pero lo que Rouviot quiere decir es que en Buenos Aires caminamos y vemos dos chicas dándose un beso en Plaza Congreso, dos chicos abrazados en un subte y ya no hace falta que vayan a un boliche gay. Y si el boliche es mayoritariamente gay, ya no está escondido en un sótano. No necesitan ir a tener sexo al baño de la estación de Banfield, porque pueden entrar en un hotel sin problema. Lo cual no quiere decir que la lucha haya terminado y menos en los tiempos que corren: de Trump bajando por Bolsonaro y escuchando algunas voces que se levantan en la patria, yo tengo un miedo tremendo. El otro día escuchaba a alguien con altas ambiciones políticas, que amparado en una visión religiosa decía que tenía la voluntad de ir contra todo lo que sea antinatural. ¡Como si hubiera algo natural en el ser humano! Porque si vamos contra todo lo antinatural, entonces nuestros hijos se van a tener que morir de tuberculosis. ¿Porque dónde está la naturalidad de los antibióticos? ¿O Dios creó también el Amoxidal? Si vamos contra todo lo antinatural vamos a dejar que las mujeres se mueran en los partos en lugar de atenderlas, hacerles una cesárea o ponerles suero... Es una locura.
-Recién habló de tener a Rouviot como paciente y el libro ofrece motivos suficientes para creer que al personaje le vendría bien una terapia. ¿Se anima a esbozar un diagnóstico para explicar qué pasa en la cabeza de Rouviot?
-Pablo Rouviot es un hombre bien analizado, que ha pasado por el diván. No podría ser un gran analista si no fuera así. Pienso sin embargo que no ha llegado al final de su análisis, porque Lacán definía esta instancia como "el estado de poder sostener la soledad sin sentir tristeza". Y Pablo debería estar solamente triste, pero por momentos está angustiado y algo tiene que hacer con eso. Lo que pasa es que a mí me sirve que en vez de hacerlo en un análisis lo haga apasionándose con alguna relación o en el descubrimiento de un caso. Me sirve un Rouviot capaz de ver o escuchar lo que los otros no ven ni oyen, o de resolver situaciones en las que los demás no saben qué hacer, pero que de repente no pueda con algo tan sencillo como "me gusta esta mujer y me angustio porque no sé qué hacer, porque no estoy preparado para el amor”. Me pareció más interesante hacer este neurótico, ya que me pedís un diagnóstico. Un neurótico obsesivo un poco torturado, que se debate entre la idealización de un padre cuya ausencia no termina de superar y la angustia por una madre a la que no termina de contener. Y qué, obviamente, ante en la imposibilidad de resolución edípica resulta incapaz de armar una pareja. Este es el problema clínico de Rouviot y me encantaría trabajarlo, pero por ahora me sirve más que ande por la vida intentando resolver crímenes.
Artículo publicado originalmente en la revista Quid.
CINE - "La sirena" (Rusalka: Ozero myortvykh), de Svyatoslav Podgaevski: En "La sirena" no hay sirena
Varias curiosidades surgen del estreno de la película de terror rusa La sirena. La primera es justamente esa: la llegada de un título de origen poco frecuente para la cartelera local. Una rareza que la película misma se encarga de depreciar a medida que la proyección avanza, incapaz de entregar algo distinto de lo que cada semana ofrece el cine de terror horneado en el molde de la pereza. Más allá de algún detalle que intenta darle a la historia una pincelada de color local, este trabajo de Svyatoslav Podgaevskiy, especialista en películas de terror seriadas, La sirena podría haber sido filmada en Ohio, Idaho o cualquier otro sitio de los EE.UU. y nada cambiaría. Ya no se trata de usar los recursos aprendidos a través de los clásicos del género, sino de lisa y llanamente copiarlos, repetirlos hasta que el miedo se vuelva una experiencia vacía y por completo ajena para el espectador de películas como esta.
Una curiosidad adicional se desprende de lo anterior. Aunque se trata de una película rusa, quienes paguen la entrada para verla no podrán disfrutar de la lengua de Chéjov, Dostoievski y Tolstoi. Pero ya no porque el ingrato vicio del doblaje al castellano neutro se haya extendido entre los estrenos, sino porque en este caso la versión subtitulada también está doblada… al inglés. Un detalle que subraya la dificultad de los espectadores contemporáneos para vincularse con un cine producido más allá de Hollywood, incluso en casos como este, en los que sus responsables han tratado de borrar toda marca de origen en aras de la estandarización.
La tercera curiosidad es que en La sirena no hay sirenas y quienes quieran ver una deberán buscarla en otra parte. Es cierto que el ente maligno de turno es el espectro de una mujer que habita en las aguas de un lago y que busca vengar en cada hombre el desengaño que la llevó al suicidio en la Rusia rural del siglo XIX. Pero eso no la convierte en sirena. Ante esa falta de precisión uno puede elegir sentirse engañado por la falsa promesa de una criatura mitológica que resulta ser otro fantasma diseñado a reglamento. Pero también se puede ir en busca de otras películas que garanticen la posibilidad de encontrarse en la pantalla con estos seres mitad mujer y mitad pez.
Para ello se aconseja recurrir a los catálogos de los últimos Bafici, en cuyas competencias se presentaron dos buenas películas de sirenas. En su edición de 2016 pudo verse The Lure, de la directora polaca Agnieszka Smoczynska, en la que dos de estas criaturas funcionan como extraño canal para recorrer los sórdidos años ‘80 en Varsovia, que marcan la caída del mundo soviético. Más acá en el tiempo, la Competencia Internacional de este año incluyó a Blue my Mind, de la suiza Lisa Brühlmann, cuya protagonista es una adolescente que va convirtiéndose en sirena, en una historia que aborda el extraño proceso de la pubertad de forma similar a como lo trabajó la escritora argentina Samanta Schweblin en su cuento "Pájaros en la boca".
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
Una curiosidad adicional se desprende de lo anterior. Aunque se trata de una película rusa, quienes paguen la entrada para verla no podrán disfrutar de la lengua de Chéjov, Dostoievski y Tolstoi. Pero ya no porque el ingrato vicio del doblaje al castellano neutro se haya extendido entre los estrenos, sino porque en este caso la versión subtitulada también está doblada… al inglés. Un detalle que subraya la dificultad de los espectadores contemporáneos para vincularse con un cine producido más allá de Hollywood, incluso en casos como este, en los que sus responsables han tratado de borrar toda marca de origen en aras de la estandarización.
La tercera curiosidad es que en La sirena no hay sirenas y quienes quieran ver una deberán buscarla en otra parte. Es cierto que el ente maligno de turno es el espectro de una mujer que habita en las aguas de un lago y que busca vengar en cada hombre el desengaño que la llevó al suicidio en la Rusia rural del siglo XIX. Pero eso no la convierte en sirena. Ante esa falta de precisión uno puede elegir sentirse engañado por la falsa promesa de una criatura mitológica que resulta ser otro fantasma diseñado a reglamento. Pero también se puede ir en busca de otras películas que garanticen la posibilidad de encontrarse en la pantalla con estos seres mitad mujer y mitad pez.
Para ello se aconseja recurrir a los catálogos de los últimos Bafici, en cuyas competencias se presentaron dos buenas películas de sirenas. En su edición de 2016 pudo verse The Lure, de la directora polaca Agnieszka Smoczynska, en la que dos de estas criaturas funcionan como extraño canal para recorrer los sórdidos años ‘80 en Varsovia, que marcan la caída del mundo soviético. Más acá en el tiempo, la Competencia Internacional de este año incluyó a Blue my Mind, de la suiza Lisa Brühlmann, cuya protagonista es una adolescente que va convirtiéndose en sirena, en una historia que aborda el extraño proceso de la pubertad de forma similar a como lo trabajó la escritora argentina Samanta Schweblin en su cuento "Pájaros en la boca".
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
domingo, 16 de diciembre de 2018
LIBROS - Arthur C. Clarke y Philip K. Dick: Los padres de la ciencia ficción que nacieron el mismo día
A veces el destino le regala a la historia curiosas coincidencias, como la que se registra entre los días de nacimiento del inglés Arthur C. Clarke y el estadounidense Philip K. Dick, ocurridas un día como hoy, 16 de diciembre, pero de los años 1917 y 1928. Lo que hace particular a esta sincronía es que se trata de dos de los nombres fundamentales en la creación y desarrollo de la ciencia ficción, invención literaria característica del siglo XX. Junto a Ray Bradbury e Isaac Asimov, se trata de además de los autores más populares del género, a partir de novelas como 2001: Una odisea del espacio o El centinela en el caso del británico, o de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, en el de Dick.
Sin embargo su fama no solo debe ser atribuida a la amplia difusión de sus cuentos y novelas, si no al rol magnificador que han tenido las adaptaciones cinematográficas de algunas de estas obras. Que ha sido más prolífica en el caso de Dick –alcanza con mencionar películas como Blade Runner (adaptación de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? a cargo de Ridley Scott, 1982), El vengador del futuro (Paul Verhoeven, 1990) o Sentencia previa (Steven Spielberg, 2002)—, aunque no alcanzan a igualar la trascendencia que tuvo 2001: Odisea del espacio (1968), obra capital de Stanley Kubrick, con quien el propio Clarke escribió el guión.
Pero a pesar los puntos en común, las vidas y las obras de uno y otro no pueden haber sido más diferentes. Clarke nació en Inglaterra, participó de la Segunda Guerra Mundial como soldado y desde joven fue miembro de instituciones científicas. En cambio la historia de Dick es la de un obrero literario, cuya obra se construyó en publicaciones del universo pulp de los Estados Unidos, revistas de consumo popular de lo que en la Argentina se conoce como literatura barata. De la misma manera, mientras el británico disfrutó del boom de popularidad que representó el estreno de 2001: Odisea del espacio, el norteamericano murió unos pocos meses antes del estreno de Blade Runner, de la que apenas pudo ver unos 20 minutos con la mezcla de sonido incompleta y sin música. La muerte lo encontró a Dick casi tan paranoico como muchos de sus personajes, quizá afectado por el consumo de drogas lisérgicas en los años ’60. En tanto que Clarke falleció en 2008, con su imagen pública afectada tras confesar su afición por tener sexo con adolescentes, algo que en Sri Lanka, donde vivía desde mediados de la década de 1950, podía conseguir con facilidad a cambio de unos pocos dólares.
Algo que vuelve a reunir espontáneamente a ambos autores es su relación con la ciencia, que no comienza ni termina con la ficción. Clarke fue el responsable de popularizar el concepto de órbita geoestacionaria, a la que se bautizó en su honor como Órbita de Clarke, y que es la que se utiliza para el emplazamiento de los satélites de comunicación. Su postulación, realizada 12 años antes del lanzamiento del primer satélite artificial (el Sputnik soviético, en 1957), le trajo al escritor el respeto de la comunidad científica, más allá de su obra de ficción.
Aunque su biografía no registra aportes a la ciencia como los de su colega, la figura de Dick fue utilizada en 2005 en la creación de un androide diseñado a su imagen y semejanza. Fabricado por la empresa Hanson Robotics, el androide Philip K. Dick tenía la cara del escritor y poseía un tipo de inteligencia artificial programada para mantener conversaciones a partir de una base de datos que incluía sus obras completas y las entrevistas que le habían sido realizadas en vida. Hablar con el androide equivalía, de algún extraño modo, a conversar con el propio Dick. Una anécdota contada por su hija Isolde ayuda a entender hasta que punto esto podía ser cierto. “Se parecía mucho a mi papá", le dijo Isolde al diario Los Angeles Times refiriéndose al Philip K. Dick artificial. “Cuando alguien le mencionó mi nombre al androide, este empezó una larga perorata contra mi madre. Aquello no fue agradable", recuerda la hija del escritor. Conclusión: no se sabe si los androides sueñan o no con ovejas eléctricas, pero parece que definitivamente no se llevan bien con sus ex esposas.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
Sin embargo su fama no solo debe ser atribuida a la amplia difusión de sus cuentos y novelas, si no al rol magnificador que han tenido las adaptaciones cinematográficas de algunas de estas obras. Que ha sido más prolífica en el caso de Dick –alcanza con mencionar películas como Blade Runner (adaptación de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? a cargo de Ridley Scott, 1982), El vengador del futuro (Paul Verhoeven, 1990) o Sentencia previa (Steven Spielberg, 2002)—, aunque no alcanzan a igualar la trascendencia que tuvo 2001: Odisea del espacio (1968), obra capital de Stanley Kubrick, con quien el propio Clarke escribió el guión.
Pero a pesar los puntos en común, las vidas y las obras de uno y otro no pueden haber sido más diferentes. Clarke nació en Inglaterra, participó de la Segunda Guerra Mundial como soldado y desde joven fue miembro de instituciones científicas. En cambio la historia de Dick es la de un obrero literario, cuya obra se construyó en publicaciones del universo pulp de los Estados Unidos, revistas de consumo popular de lo que en la Argentina se conoce como literatura barata. De la misma manera, mientras el británico disfrutó del boom de popularidad que representó el estreno de 2001: Odisea del espacio, el norteamericano murió unos pocos meses antes del estreno de Blade Runner, de la que apenas pudo ver unos 20 minutos con la mezcla de sonido incompleta y sin música. La muerte lo encontró a Dick casi tan paranoico como muchos de sus personajes, quizá afectado por el consumo de drogas lisérgicas en los años ’60. En tanto que Clarke falleció en 2008, con su imagen pública afectada tras confesar su afición por tener sexo con adolescentes, algo que en Sri Lanka, donde vivía desde mediados de la década de 1950, podía conseguir con facilidad a cambio de unos pocos dólares.
Algo que vuelve a reunir espontáneamente a ambos autores es su relación con la ciencia, que no comienza ni termina con la ficción. Clarke fue el responsable de popularizar el concepto de órbita geoestacionaria, a la que se bautizó en su honor como Órbita de Clarke, y que es la que se utiliza para el emplazamiento de los satélites de comunicación. Su postulación, realizada 12 años antes del lanzamiento del primer satélite artificial (el Sputnik soviético, en 1957), le trajo al escritor el respeto de la comunidad científica, más allá de su obra de ficción.
Aunque su biografía no registra aportes a la ciencia como los de su colega, la figura de Dick fue utilizada en 2005 en la creación de un androide diseñado a su imagen y semejanza. Fabricado por la empresa Hanson Robotics, el androide Philip K. Dick tenía la cara del escritor y poseía un tipo de inteligencia artificial programada para mantener conversaciones a partir de una base de datos que incluía sus obras completas y las entrevistas que le habían sido realizadas en vida. Hablar con el androide equivalía, de algún extraño modo, a conversar con el propio Dick. Una anécdota contada por su hija Isolde ayuda a entender hasta que punto esto podía ser cierto. “Se parecía mucho a mi papá", le dijo Isolde al diario Los Angeles Times refiriéndose al Philip K. Dick artificial. “Cuando alguien le mencionó mi nombre al androide, este empezó una larga perorata contra mi madre. Aquello no fue agradable", recuerda la hija del escritor. Conclusión: no se sabe si los androides sueñan o no con ovejas eléctricas, pero parece que definitivamente no se llevan bien con sus ex esposas.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
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Tiempo Argentino
sábado, 15 de diciembre de 2018
CINE - "La vida que te agenciaste", de Mario Varela: Poetas, alcohol, rivalidades y un fantasma
“Tener gente que te dice la verdad es central cuando estás escribiendo”, afirma Fabián Casas. “En la vida también”, amplía y completa Mario Varela, dándole a la escena el aire de cadáver exquisito que tienen las buenas charlas y que de algún modo hereda el documental La vida que te agenciaste, dirigido por el propio Varela. En él intenta retratar al grupo de poetas que de manera central o lateral participaron de la creación y casi inmediata desaparición de la revista 18 Whiskys, un hito dentro de la producción poética de la Argentina en la década de 1990, a la que el tiempo convirtió en objeto de culto.
“El pasado es un lugar atractivo”, dice Laura Witner. “Da la sensación de estar cerrado y empaquetado, pero apenas lo mirás se desempaqueta”. Como un explorador, quizá influenciado por el oficio de guía de montaña que desempeña en Bariloche, Varela va en busca de las huellas de ese pasado con la intención de hacerlas confluir en el presente, un cuarto de siglo después. Y fracasa. Aquella cofradía que intenta reunir se encuentra dispersa y muchos de sus fragmentos se repelen como imanes invertidos. Lejos de arruinarla, esa imposibilidad convierte al film en una criatura viva, estimulante, casi un tratado acerca del carácter ilusorio y hasta ficcional del pasado.
Como contraparte, La vida que te agenciaste incluye imágenes de un documental que el propio Varela realizó por entonces. Ahí registra una suerte de rally etílico en el que los mismos poetas, pero jóvenes, influidos por Bukowski (un boom en la Argentina de los ’90), recorren una serie de bares tomando en cada uno una bebida alcohólica distinta. El contraste entre el realismo sucio del VHS en blanco y negro del pasado y la prolijidad ultra HD del presente subraya la sensación de tristeza por el divino tesoro perdido. El contrapunto convierte a la película en un coming of age que pone en escena el furor de un carpe diem con todo el futuro por delante, para enseguida demoler esa alegría con la sospecha nunca expresada de que lo mejor tal vez ya pasó.
“Algo que la literatura de los ’90 no tiene es materialismo”, sostiene Julia Sarachu, asumiendo la misión imposible de definir un universo inabarcable. “Era el pedo galáctico de cada uno, un culto de la individualidad, del goce y de la imagen”. Sus conceptos parecen dar en el clavo, en tanto algunos retazos también sirven para definir lo que fueron los ’90 vistos de manera general. Pero al mismo tiempo se queda corta: otros protagonistas recuerdan esa época, y sobre todo al proyecto de 18 Whiskys, como una experiencia colectiva. Y a ninguno se le ocurre pensarse a sí mismo fuera de la burbuja de ese grupo ecléctico y desafiante que marcó su crecimiento como escritores.
“Hubo una diáspora”, sintetiza Juan Desiderio y más adelante Jorge Aulicino utiliza la misma palabra para hablar de la atomización de aquel grupo. Una diáspora que en primer lugar tiene que ver con el devenir de las cosas: Casas y Wáshington Cucurto quedan en el centro gracias a la exposición que consiguen a través de los medios, mientras el resto continúa produciendo en el universo paralelo de la escena poética. Pero en algunos casos esa diáspora también se volvió geográfica: Varela vive en Bariloche; Sergio Raimondi fue Secretario de Cultura en Bahía Blanca; Damián Rojo vive en Duggan; Circo en Japón, dando clases de tango, y Daniel Durand se extravió en Filipinas. La forma en que Varela entrecruza testimonios del presente con las imágenes de “un pasado empaquetado que empieza a desempaquetarse”, deja en claro que en algunos casos ambas dimensiones de esa diáspora están íntimamente ligadas. El director utiliza “el exilio” de Durand como paradigma de ello.
“Casas y Durand son dos caras de lo mismo, por eso tenían que terminar en una rivalidad que tiene más que ver con el reconocimiento o la influencia que podría tener cada uno, que con cuestiones estéticas”, comenta Aulicino para ilustrar el choque de egos de quienes fueron los dos referentes de los 18 Whiskys, machos alfa de una manda a la que varias voces dentro de La vida que te agenciaste le señalan cierto carácter misógino. No es casual que la película empiece y termine ocupándose de ambos: Casas se queda con la media hora inicial y a Durand le tocan los últimos 15 minutos. Más allá de la desproporción temporal, cada segmento define el modo en que cada uno transita su lugar de referente. Mientras Casas se expone y cautiva con su conversación, Durand está ausente con aviso, pero su fantasma atraviesa todo el documental. El tercer acto es en realidad un acto de desaparición. Ahí Varela intenta hallar a Durand pero fracasa de nuevo y termina embarcado en otro rally, esta vez por los bares filipinos.
Artículo escrito para ser publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
“El pasado es un lugar atractivo”, dice Laura Witner. “Da la sensación de estar cerrado y empaquetado, pero apenas lo mirás se desempaqueta”. Como un explorador, quizá influenciado por el oficio de guía de montaña que desempeña en Bariloche, Varela va en busca de las huellas de ese pasado con la intención de hacerlas confluir en el presente, un cuarto de siglo después. Y fracasa. Aquella cofradía que intenta reunir se encuentra dispersa y muchos de sus fragmentos se repelen como imanes invertidos. Lejos de arruinarla, esa imposibilidad convierte al film en una criatura viva, estimulante, casi un tratado acerca del carácter ilusorio y hasta ficcional del pasado.
Como contraparte, La vida que te agenciaste incluye imágenes de un documental que el propio Varela realizó por entonces. Ahí registra una suerte de rally etílico en el que los mismos poetas, pero jóvenes, influidos por Bukowski (un boom en la Argentina de los ’90), recorren una serie de bares tomando en cada uno una bebida alcohólica distinta. El contraste entre el realismo sucio del VHS en blanco y negro del pasado y la prolijidad ultra HD del presente subraya la sensación de tristeza por el divino tesoro perdido. El contrapunto convierte a la película en un coming of age que pone en escena el furor de un carpe diem con todo el futuro por delante, para enseguida demoler esa alegría con la sospecha nunca expresada de que lo mejor tal vez ya pasó.
“Algo que la literatura de los ’90 no tiene es materialismo”, sostiene Julia Sarachu, asumiendo la misión imposible de definir un universo inabarcable. “Era el pedo galáctico de cada uno, un culto de la individualidad, del goce y de la imagen”. Sus conceptos parecen dar en el clavo, en tanto algunos retazos también sirven para definir lo que fueron los ’90 vistos de manera general. Pero al mismo tiempo se queda corta: otros protagonistas recuerdan esa época, y sobre todo al proyecto de 18 Whiskys, como una experiencia colectiva. Y a ninguno se le ocurre pensarse a sí mismo fuera de la burbuja de ese grupo ecléctico y desafiante que marcó su crecimiento como escritores.
“Hubo una diáspora”, sintetiza Juan Desiderio y más adelante Jorge Aulicino utiliza la misma palabra para hablar de la atomización de aquel grupo. Una diáspora que en primer lugar tiene que ver con el devenir de las cosas: Casas y Wáshington Cucurto quedan en el centro gracias a la exposición que consiguen a través de los medios, mientras el resto continúa produciendo en el universo paralelo de la escena poética. Pero en algunos casos esa diáspora también se volvió geográfica: Varela vive en Bariloche; Sergio Raimondi fue Secretario de Cultura en Bahía Blanca; Damián Rojo vive en Duggan; Circo en Japón, dando clases de tango, y Daniel Durand se extravió en Filipinas. La forma en que Varela entrecruza testimonios del presente con las imágenes de “un pasado empaquetado que empieza a desempaquetarse”, deja en claro que en algunos casos ambas dimensiones de esa diáspora están íntimamente ligadas. El director utiliza “el exilio” de Durand como paradigma de ello.
“Casas y Durand son dos caras de lo mismo, por eso tenían que terminar en una rivalidad que tiene más que ver con el reconocimiento o la influencia que podría tener cada uno, que con cuestiones estéticas”, comenta Aulicino para ilustrar el choque de egos de quienes fueron los dos referentes de los 18 Whiskys, machos alfa de una manda a la que varias voces dentro de La vida que te agenciaste le señalan cierto carácter misógino. No es casual que la película empiece y termine ocupándose de ambos: Casas se queda con la media hora inicial y a Durand le tocan los últimos 15 minutos. Más allá de la desproporción temporal, cada segmento define el modo en que cada uno transita su lugar de referente. Mientras Casas se expone y cautiva con su conversación, Durand está ausente con aviso, pero su fantasma atraviesa todo el documental. El tercer acto es en realidad un acto de desaparición. Ahí Varela intenta hallar a Durand pero fracasa de nuevo y termina embarcado en otro rally, esta vez por los bares filipinos.
Artículo escrito para ser publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
viernes, 14 de diciembre de 2018
CINE - "Aquaman", de James Wan: Ligereza pop y prejuicios disimulados
Sensaciones encontradas: esa es la mejor forma de definir lo que provoca la nueva apuesta del que fuera el gran sello de la historieta estadounidense, DC Comic, en su carrera por alcanzar a su competidora Marvel, cuyas películas cada año le sacan más y más ventaja. Aquaman es el aporte más reciente al universo de la casa madre de Superman, Batman y Mujer Maravilla que, como la mayoría de los títulos dedicados a estos personajes, no termina de aprovechar el potencial de sus criaturas ni de dar con el tono adecuado para retratarlos. Aunque es cierto que por momentos lo consigue, haciendo equilibrio sobre la ligereza pop, característica que define a los superhéroes en tanto criaturas cuya identidad surge del vínculo entre la cultura popular y la cultura de consumo. Pero ocupándose de lo cinematográfico a través de una serie de herramientas tomadas de géneros como la comedia, la acción, la épica, la aventura e incluso el drama. Sin embargo otras veces se pasa de rosca y es ahí donde el artificio derrota al verosímil, llevando el asunto hasta las proximidades de la vergüenza ajena.
Aquaman es en realidad Arthur, hijo mestizo de Atlanna, reina fugitiva de la Atlántida, y un hombre. El film aprovecha la leyenda helénica del continente perdido para explotar un costado de tragedia griega. Atlanna es descubierta por los suyos y llevada de regreso al imperio submarino, dejando huérfano a Arthur. Pero antes de ser desterrada a las profundidades a casusa de su traición, la monarca envía a Vulko, un consejero real, para que eduque al chico en la cultura acuática. Arthur crecerá y utilizará sus sobrehumanos poderes anfibios para combatir el mal de la vida en la superficie, hasta que su medio hermano menor Orm, heredero del trono atlante, decida darle una lección a los humanos, a quienes considera enemigos por la forma en que contaminan los mares. Este giro eco-friendly, que por escrito suena un poco forzado, está más o menos bien resuelto en la película, aunque es apenas el disparador para la historia de fondo: el enfrentamiento entre hermanos.
Puede decirse que la elección del actor Jason Momoa es uno de los aciertos de esta adaptación. Su apariencia de rugbier neozelandés le da a Aquaman un aire salvaje que no poseía el insulso American Blond del original, creado en 1941 por el artista gráfico Paul Norris y el editor Mort Weisinger. La decisión sin embargo también puede ser analizada con desconfianza, en tanto surge del intento de endurecer a un personaje que históricamente ha sido menospreciado por su aspecto. Es que Aquaman sufrió un caso de discriminación bastante habitual (pero no muy visibilizado), en el cual por ser demasiado “rubiecito” se lo asociaba con el lado queer de la vida.
Lejos de ir contra el prejuicio, los productores no solo eligieron darle al personaje el perfil machote de Momoa, sino que reservaron el look clásico del rubio lindo para Orm, el hermanastro celoso, interpretado por Patrick Wilson. De esta forma creyeron asegurarse que la perfidia y cualquier tipo de duda sobre la sexualidad de algún personaje recaerían en el lado negativo de la película. Pero como ya dijo el especialista en superhéroes Sigmund Freud, todo aquello que intente ser reprimido reaparecerá de forma inesperada. Así Aquaman incluye una escena en la que una pandilla de Hell’s Angels se acerca a Arthur en una taberna de marineros, pero cuando parece que todo acabará en trifulca, los muchachos revelan sus verdaderas intenciones y le piden una selfie al héroe. La escena es muy efectiva y desemboca en una juerga en la que todos terminan borrachos y abrazados. Y, ya se sabe, no hay nada más queer que un grupo de grandotes musculosos vestidos de cuero, toqueteándose transpirados en un bar a media luz. Todo muy Tom of Finland.
Más allá de eso Momoa resulta adecuado para hacer de su Aquaman un tipo un poco hosco pero al mismo tiempo noble, sensible e inteligente, capaz de sacrificarse por todos como un verdadero héroe (o un Dios). Y aunque su simpatía ayuda a la película cuando recorre los carriles de la comedia o la aventura, se vuelve por completo inútil cuando esta se toma demasiado en serio a sí misma, enroscándose en las ramas del melodrama infumable. Eso por no hablar de errores de casting (Nicole Kidman luce siempre fuera de lugar en el rol de reina Atlanna) o de personajes subexplotados en beneficio de la secuela, como ocurre con Manta Negra, el gran enemigo de Aquaman.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
Aquaman es en realidad Arthur, hijo mestizo de Atlanna, reina fugitiva de la Atlántida, y un hombre. El film aprovecha la leyenda helénica del continente perdido para explotar un costado de tragedia griega. Atlanna es descubierta por los suyos y llevada de regreso al imperio submarino, dejando huérfano a Arthur. Pero antes de ser desterrada a las profundidades a casusa de su traición, la monarca envía a Vulko, un consejero real, para que eduque al chico en la cultura acuática. Arthur crecerá y utilizará sus sobrehumanos poderes anfibios para combatir el mal de la vida en la superficie, hasta que su medio hermano menor Orm, heredero del trono atlante, decida darle una lección a los humanos, a quienes considera enemigos por la forma en que contaminan los mares. Este giro eco-friendly, que por escrito suena un poco forzado, está más o menos bien resuelto en la película, aunque es apenas el disparador para la historia de fondo: el enfrentamiento entre hermanos.
Puede decirse que la elección del actor Jason Momoa es uno de los aciertos de esta adaptación. Su apariencia de rugbier neozelandés le da a Aquaman un aire salvaje que no poseía el insulso American Blond del original, creado en 1941 por el artista gráfico Paul Norris y el editor Mort Weisinger. La decisión sin embargo también puede ser analizada con desconfianza, en tanto surge del intento de endurecer a un personaje que históricamente ha sido menospreciado por su aspecto. Es que Aquaman sufrió un caso de discriminación bastante habitual (pero no muy visibilizado), en el cual por ser demasiado “rubiecito” se lo asociaba con el lado queer de la vida.
Lejos de ir contra el prejuicio, los productores no solo eligieron darle al personaje el perfil machote de Momoa, sino que reservaron el look clásico del rubio lindo para Orm, el hermanastro celoso, interpretado por Patrick Wilson. De esta forma creyeron asegurarse que la perfidia y cualquier tipo de duda sobre la sexualidad de algún personaje recaerían en el lado negativo de la película. Pero como ya dijo el especialista en superhéroes Sigmund Freud, todo aquello que intente ser reprimido reaparecerá de forma inesperada. Así Aquaman incluye una escena en la que una pandilla de Hell’s Angels se acerca a Arthur en una taberna de marineros, pero cuando parece que todo acabará en trifulca, los muchachos revelan sus verdaderas intenciones y le piden una selfie al héroe. La escena es muy efectiva y desemboca en una juerga en la que todos terminan borrachos y abrazados. Y, ya se sabe, no hay nada más queer que un grupo de grandotes musculosos vestidos de cuero, toqueteándose transpirados en un bar a media luz. Todo muy Tom of Finland.
Más allá de eso Momoa resulta adecuado para hacer de su Aquaman un tipo un poco hosco pero al mismo tiempo noble, sensible e inteligente, capaz de sacrificarse por todos como un verdadero héroe (o un Dios). Y aunque su simpatía ayuda a la película cuando recorre los carriles de la comedia o la aventura, se vuelve por completo inútil cuando esta se toma demasiado en serio a sí misma, enroscándose en las ramas del melodrama infumable. Eso por no hablar de errores de casting (Nicole Kidman luce siempre fuera de lugar en el rol de reina Atlanna) o de personajes subexplotados en beneficio de la secuela, como ocurre con Manta Negra, el gran enemigo de Aquaman.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
domingo, 9 de diciembre de 2018
LIBROS - A 25 años de la muerte de Frank Zappa: Dos libros que alimentan la leyenda
Panteón es una palabra de origen griego que originalmente refería a un templo dedicado a la adoración de todos los dioses. Con el tiempo la palabra también comenzó a utilizarse para designar a los monumentos funerarios destinados a contener los restos de varias personas. Ambos sentidos son aceptados actualmente por el castellano. En sus 60 o 70 años de historia y a partir de las dos acepciones, el rock también ha construido sus propios panteones. Frank Zappa, de cuya muerte se cumplieron 25 años el pasado martes 4 de diciembre, pertenece a todos ellos.
Entre las divinidades rockeras sin dudas Zappa es quien carga sobre las espaldas de su propio mito la mayor cantidad de historias sin fundamento, anécdotas falsas y fantasías varias. Sin embargo, atención, la vida de este músico ecléctico y prolífico acumula la cantidad suficiente de anécdotas extrañas y/o extravagantes como para justificar la larga lista de invenciones que se le atribuyen. Justamente esa certeza es la que el mismo artista, dueño de una obra tan amplia que suele decirse que contiene un disco para cada persona del mundo, toma como punto de partida en su célebre autobiografía La verdadera historia de Frank Zappa. Memorias, escrita con la colaboración del periodista Peter Occhiogrosso, cuya versión en castellano fue editada por la editorial española Malpaso y es distribuida en la Argentina por Océano.
“Este libro parte de la premisa de que hay alguien en alguna parte interesado en saber quién soy…” Así comienza el primer capítulo de ese volumen en el que Zappa se dedicará a recorrer su propia vida con una búsqueda irrenunciable como objetivo primordial: el humor. Una prerrogativa que ya había quedado clara unas páginas atrás, en el texto de la introducción, titulado “¿Libro? ¿Qué libro?” Ahí el guitarrista se encarga de puntualizar que escribe el suyo aún cuando, imitando al famoso Bartleby de Herman Melville, preferiría no hacerlo. Enseguida explica que la decisión de ir contra su propia voluntad nace en “la proliferación de libros estúpidos (en varios idiomas) que, por lo visto, hablan sobre mí” y agrega que la única finalidad de ese que el lector tiene entre sus manos es “entretener”. Y a continuación enumera cinco aclaraciones preliminares.
En la primera afirma que no cree tener una vida maravillosa que merezca ser contada, pero que le atrae la idea de “decir cosas por escrito” sobre “asuntos tangenciales”. En la tercera se desliga de la responsabilidad de los epígrafes con los que se abre cada capítulo, culpando de ellos a Occhiogrosso, ya que no quiere que nadie cree que se pasa todo el día “sin hacer otra cosa que leer a Flaubert, a Twitchell o a Shakespeare”. Luego les pide disculpas a todos aquellos cuyos nombres aparecen en el libro pero hubieran preferido no estar en él. Y por último también se disculpa con aquellos cuyo nombre no aparece en el libro y se sienten ofendidos por “tan desconsiderada omisión”.
Lo que sigue son 352 páginas de anécdotas, comentarios y opiniones en las que Zappa no tiene compasión ni piedad con nada ni nadie, llegando a calificar de imbéciles al común de sus conciudadanos. Sin embargo todavía hay mucho para contarle a los fanáticos de este guitarrista y compositor superdotado y para eso está el libro ¡Alucina! Mi vida con Frank Zappa, en el que Pauline Butcher, que fuera su secretaria personal entre 1967 y 1972, narra en tercera persona el inconmensurable universo zappiano. También editado por Malpaso, el relato de Pauline bien podría equipararse al de Alicia frente al mundo maravilloso que encuentra al caer por un pozo. Zappa representa para ella a aquel conejo blanco que la guía a través de una realidad paralela de la que no puede sino ser una asombrada espectadora. Fiestas de cumpleaños bizarras, frenéticas sesiones de grabación, absurdas reuniones y más es lo que describe aquella secretaria que recuerda aquellos años con admiración, pero que no se priva de revelar el algunos de los rincone más oscuros de la realidad detrás del mito.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
sábado, 8 de diciembre de 2018
CINE - Guillermo del Toro producirá en Hollywood un remake de "Aterrados", de Demián Rugna
Guillermo del Toro, reciente ganador de múltiples Oscar por La forma del agua, habló esta semana en el Festival de Cine de Marrakech, donde tuvo a su cargo una clase magistral. Ahí el cineasta mexicano dio detalles a la prestigiosa revista The Hollywood Reporter acerca de su próximo trabajo, una adaptación del clásico de la literatura italiana Pinocho que realizará para Netflix en el formato de la animación y que, según contó, tendrá una oscura lectura política que alejará al personaje del conocido perfil infantil que popularizó la versión de Walt Disney de 1940. Pero entre comentario y comentario acerca de la obra de Carlo Collodi, Del Toro también realizó un anuncio inesperado que de algún modo lo vincula al cine argentino, concretamente a un cineasta local: el mexicano producirá en Hollywood la remake de Aterrados (2017), film del argentino Demián Rugna.
La noticia no solo resulta sorpresiva por el impacto que provoca la llegada de un artista nacional a la industria más poderosa del mundo, alimento para el tradicional chauvinismo vernáculo. Ocurre que a pesar de las buenas críticas y de transitar uno de los géneros más populares, Aterrados apenas fue vista en el país por algo más de 20 mil espectadores. Que fueron suficientes para convertirla en una de las películas de terror más “taquilleras” del cine argentino moderno, pero que resultan un número mínimo si se lo compara con las más de un millón de entradas vendidas por otras como Mamá se fue de viaje, El ángel o El fútbol o yo. Aterrados, que se estrenó en mayo de este año, ni siquiera entrará en el top 10 de las películas argentinas más vistas de la temporada. Pero su director filmará su próximo trabajo en los Estados Unidos a través de los estudios Fox.
Hasta ahora Rugna era uno más de los muchos artistas que pelean para filmar en la Argentina y que en los últimos años vieron como la perspectiva de seguir haciéndolo se volvía cada vez más cuesta arriba. Todas sus películas tuvieron estrenos limitados o, peor aún, no lo tuvieron. Es el caso de su trabajo anterior, la comedia negra Vos no sabés con quién estás hablando, que nunca consiguió distribuidor y apenas pudo ser vista como parte de la Competencia Argentina del Festival de Mar del Plata en 2016. A Rugna no le han hecho entrevistas en los grandes medios y su cara no aparece en la tele. En resumen: casi nadie conoce a Demián Rugna ni a sus películas en su propio país, pero filmará la próxima en Hollywood.
“Es una sensación muy extraña, sentir que pertenezco a un mundo que está lejísimos de esto que me están proponiendo”, dice Rugna para tratar de explicar el combo de euforia y confusión que le provoca la posibilidad del salto que está a punto de dar su carrera. “En 15 años como director no pude consolidarse en mi propio país, siempre me moví por los márgenes, con amigos del under, siempre viendo desde el otro lado del vidrio como el banquete del cine se lo morfaban otros. Y esta bomba me explota justo cuando evaluaba abandonar la profesión. Eso me genera lo que le sentiría un futbolista de potrero ya pasadito de años ante una convocatoria para jugar en la selección al lado de Messi: ‘¡Ey…! ¿Pero si todavía no jugué en primera?’”, continúa el director. “Ahí te acordás de los goles que metiste en el arco de madera y te das cuenta de que no eran algo menor, que los partidos que te embarraste y te lastimaste las rodillas no fueron en vano, y entendés que hasta los trofeitos que levantaste valían más de lo que creías.”
-Es decir que en realidad no todo ocurrió tan rápido como podría interpretarse a partir de lo sorpresivo de la noticia.
-Mi sensación ahora es de ansiedad y vértigo. Me da gracia haber tenido tan poca suerte antes y de repente tener tanta ahora. Pero por otra parte lo asimilé bien, porque la posibilidad de dirigir el remake surgió en diciembre de 2017, entonces esa euforia que tuve que contener durante este largo año de negociaciones hicieron madurar una templanza necesaria para estos casos. Tampoco divulgué antes la noticia para estar más tranquilo. Y viendo como estaba la situación del cine en Argentina preferí ser reservado. Así que gran parte de mis amigos y hasta de mi familia se están enterando por esta nota.
-¿Tiene idea de presupuestos o del equipo de trabajo con el que va a filmar?
-Sé que Del Toro será productor a través de Fox Searchlights y que vamos a trabajar en conjunto todo el proceso. Sobre todo el desarrollo y la preproducción. Del equipo solo puedo confirmar al guionista Sacha Gervasi (el mismo que escribió el guión de La terminal para Steven Spielberg), que va a ayudarme específicamente con la adaptación de los diálogos.
-¿Se siente listo para filmar en un contexto en el que todo ya no dependerá de usted, que apenas será otra pieza de la máquina de hacer películas?
-Se lo que significa Hollywood, pero por suerte caí en las manos del mejor productor. Del Toro me garantizo libertad y me dio toda la confianza. A tal punto que me dijo: “yo creo en tu instinto, porque eso te hizo hacer Aterrados en la forma en que la hiciste. Tu sensibilidad te hizo elegir a los actores adecuados, así que confío en que los vas a volver a elegir bien”.
-¿Y ya sabe cuáles son los actores que elegiría?
-Es que ahí mismo le dije que quería a Jeff Bridges. Entonces me miro un poco y me dijo: “no sé si el presupuesto dará para tanto, pero déjame y ya veremos qué pasa”. Entiendo que no tendré el control del corte final pero saber que Del Toro me respalda me da muchísima tranquilidad.
-Antes de la entrevista me contaba que Del Toro habló de Aterrados con Spielberg. ¿Cómo es eso?
-Fue como realidad virtual, como escuchar todo lo que soñé cuando era chico. En uno de los almuerzos que tuvimos Del Toro me dijo, así nomás, mientras se tomaba una sopa, que le iba a pasar el link de la película a Spielberg porque le había estado hablando de una escena, la del chico muerto y el vaso de leche. No me salió otra cosa que agarrarme la cabeza, no pude decirle nada. Uno de mis ídolos del cine me contaba que le quería mostrar mi película a mi gran ídolo de la infancia. Imposible.
-Está claro que el mérito en esta situación le corresponde a Aterrados. Sin embargo usted ha dicho en la presentación de la película en Sitges que la filmó casi de compromiso, sin mucha confianza. ¿Por qué?
-No era falta de confianza en mí, sino en el sistema. Sobre todo porque mientras hacia la posproducción de Aterrados veía como mi película anterior, Vos no sabés con quién estás hablando, no lograba venderse ni tener distribución después de esperar 5 años pata poder filmarla y de un año entero sin salir de casa para posproducirla. Encima en las funciones de los pocos festivales en los que participó el público se reía y la disfrutaba, no me entraba en la cabeza que no se vendiera. Ahí me dije ya fue, me dedico a otra cosa. Empecé a replantearme seriamente lo que iba a hacer a partir de entonces, viviendo en el fondo de la casa de mi vieja, con un auto modelo ‘95 semifundido y un un futuro incierto en el cine a los casi 40 años.
-¿Pero qué tan serio fue ese replanteo? ¿Evaluó alternativas concretas?
-Mirá, mientras hacia la posproducción de Aterrados mande a pedir un cargamento de muñecos de China y los vendí por internet para probar con otro negocio. Y te digo que, salvo con Aterrados, me fue mejor con eso que con mis otras tres películas. Pensábamos estrenar Aterrados en unas pocas salas en octubre de 2017, palo y a la bolsa. Pero entramos al Festival de Mar del Plata y eso retrasó todo. Ahí la película gano el Festival Mórbido, en México, y desde entonces se fue dando todo. Terminamos participando en los festivales mas grandes de género fantástico, incluida la Competencia Oficial de Sitges. Por eso creo que la suerte me llegó justo a tiempo.
-¿Cree que este salto que está dando puede ayudar no solo a la producción del cine fantástico en la Argentina, sino a modificar la desconfianza que el público siente por el cine argentino, en particular por la vertiente fantástica?
-Creo que va a ayudar muchísimo. Hace años vengo bregando por un cine fantástico nacional y se ha avanzado desde lo institucional, pero siempre cuesta que el público apoye. Estoy cansado de leer comentarios que dicen que si una película es argentina “seguro va a ser una mierda”, o que tal otra está bien “para ser argentina”. O ver gente levantarse y salir de la sala al minuto de empezar Aterrados porque se dieron cuenta de que era argentina. Es un tema cultural, pero también debemos hacernos cargo como industria de que le hemos dado la espalda al espectador que no consume cine de autor. Que es el gran porcentaje de la gente que va a ver cine a las salas y que es el mismo público al que le chupa un huevo si el Incaa se va a la mierda o si se deja de hacer cine nacional. A ese público lo descuidamos al no producir contenido, pero también por no contar con espacio para la difusión en los medios de comunicación. Por ejemplo a mí solo Página 12 y Tiempo Argentino me hicieron notas por Aterrados. Entonces a un productor independiente le cuesta apostar al género, porque la apuesta es más dura. Ojalá Aterrados haya abierto una ventana para atraer a ese público que no suele mirar su propio cine. Creo que la película puede darle mucho al cine nacional ganando el respeto de muchos espectadores que nunca tuvimos en cuenta. Ahí podré decir que como realizador argentino habré cumplido con el objetivo de aportar en algo que me parece es muy importante.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
La noticia no solo resulta sorpresiva por el impacto que provoca la llegada de un artista nacional a la industria más poderosa del mundo, alimento para el tradicional chauvinismo vernáculo. Ocurre que a pesar de las buenas críticas y de transitar uno de los géneros más populares, Aterrados apenas fue vista en el país por algo más de 20 mil espectadores. Que fueron suficientes para convertirla en una de las películas de terror más “taquilleras” del cine argentino moderno, pero que resultan un número mínimo si se lo compara con las más de un millón de entradas vendidas por otras como Mamá se fue de viaje, El ángel o El fútbol o yo. Aterrados, que se estrenó en mayo de este año, ni siquiera entrará en el top 10 de las películas argentinas más vistas de la temporada. Pero su director filmará su próximo trabajo en los Estados Unidos a través de los estudios Fox.
Hasta ahora Rugna era uno más de los muchos artistas que pelean para filmar en la Argentina y que en los últimos años vieron como la perspectiva de seguir haciéndolo se volvía cada vez más cuesta arriba. Todas sus películas tuvieron estrenos limitados o, peor aún, no lo tuvieron. Es el caso de su trabajo anterior, la comedia negra Vos no sabés con quién estás hablando, que nunca consiguió distribuidor y apenas pudo ser vista como parte de la Competencia Argentina del Festival de Mar del Plata en 2016. A Rugna no le han hecho entrevistas en los grandes medios y su cara no aparece en la tele. En resumen: casi nadie conoce a Demián Rugna ni a sus películas en su propio país, pero filmará la próxima en Hollywood.
“Es una sensación muy extraña, sentir que pertenezco a un mundo que está lejísimos de esto que me están proponiendo”, dice Rugna para tratar de explicar el combo de euforia y confusión que le provoca la posibilidad del salto que está a punto de dar su carrera. “En 15 años como director no pude consolidarse en mi propio país, siempre me moví por los márgenes, con amigos del under, siempre viendo desde el otro lado del vidrio como el banquete del cine se lo morfaban otros. Y esta bomba me explota justo cuando evaluaba abandonar la profesión. Eso me genera lo que le sentiría un futbolista de potrero ya pasadito de años ante una convocatoria para jugar en la selección al lado de Messi: ‘¡Ey…! ¿Pero si todavía no jugué en primera?’”, continúa el director. “Ahí te acordás de los goles que metiste en el arco de madera y te das cuenta de que no eran algo menor, que los partidos que te embarraste y te lastimaste las rodillas no fueron en vano, y entendés que hasta los trofeitos que levantaste valían más de lo que creías.”
-Es decir que en realidad no todo ocurrió tan rápido como podría interpretarse a partir de lo sorpresivo de la noticia.
-Mi sensación ahora es de ansiedad y vértigo. Me da gracia haber tenido tan poca suerte antes y de repente tener tanta ahora. Pero por otra parte lo asimilé bien, porque la posibilidad de dirigir el remake surgió en diciembre de 2017, entonces esa euforia que tuve que contener durante este largo año de negociaciones hicieron madurar una templanza necesaria para estos casos. Tampoco divulgué antes la noticia para estar más tranquilo. Y viendo como estaba la situación del cine en Argentina preferí ser reservado. Así que gran parte de mis amigos y hasta de mi familia se están enterando por esta nota.
-¿Tiene idea de presupuestos o del equipo de trabajo con el que va a filmar?
-Sé que Del Toro será productor a través de Fox Searchlights y que vamos a trabajar en conjunto todo el proceso. Sobre todo el desarrollo y la preproducción. Del equipo solo puedo confirmar al guionista Sacha Gervasi (el mismo que escribió el guión de La terminal para Steven Spielberg), que va a ayudarme específicamente con la adaptación de los diálogos.
-¿Se siente listo para filmar en un contexto en el que todo ya no dependerá de usted, que apenas será otra pieza de la máquina de hacer películas?
-Se lo que significa Hollywood, pero por suerte caí en las manos del mejor productor. Del Toro me garantizo libertad y me dio toda la confianza. A tal punto que me dijo: “yo creo en tu instinto, porque eso te hizo hacer Aterrados en la forma en que la hiciste. Tu sensibilidad te hizo elegir a los actores adecuados, así que confío en que los vas a volver a elegir bien”.
-¿Y ya sabe cuáles son los actores que elegiría?
-Es que ahí mismo le dije que quería a Jeff Bridges. Entonces me miro un poco y me dijo: “no sé si el presupuesto dará para tanto, pero déjame y ya veremos qué pasa”. Entiendo que no tendré el control del corte final pero saber que Del Toro me respalda me da muchísima tranquilidad.
-Antes de la entrevista me contaba que Del Toro habló de Aterrados con Spielberg. ¿Cómo es eso?
-Fue como realidad virtual, como escuchar todo lo que soñé cuando era chico. En uno de los almuerzos que tuvimos Del Toro me dijo, así nomás, mientras se tomaba una sopa, que le iba a pasar el link de la película a Spielberg porque le había estado hablando de una escena, la del chico muerto y el vaso de leche. No me salió otra cosa que agarrarme la cabeza, no pude decirle nada. Uno de mis ídolos del cine me contaba que le quería mostrar mi película a mi gran ídolo de la infancia. Imposible.
-Está claro que el mérito en esta situación le corresponde a Aterrados. Sin embargo usted ha dicho en la presentación de la película en Sitges que la filmó casi de compromiso, sin mucha confianza. ¿Por qué?
-No era falta de confianza en mí, sino en el sistema. Sobre todo porque mientras hacia la posproducción de Aterrados veía como mi película anterior, Vos no sabés con quién estás hablando, no lograba venderse ni tener distribución después de esperar 5 años pata poder filmarla y de un año entero sin salir de casa para posproducirla. Encima en las funciones de los pocos festivales en los que participó el público se reía y la disfrutaba, no me entraba en la cabeza que no se vendiera. Ahí me dije ya fue, me dedico a otra cosa. Empecé a replantearme seriamente lo que iba a hacer a partir de entonces, viviendo en el fondo de la casa de mi vieja, con un auto modelo ‘95 semifundido y un un futuro incierto en el cine a los casi 40 años.
-¿Pero qué tan serio fue ese replanteo? ¿Evaluó alternativas concretas?
-Mirá, mientras hacia la posproducción de Aterrados mande a pedir un cargamento de muñecos de China y los vendí por internet para probar con otro negocio. Y te digo que, salvo con Aterrados, me fue mejor con eso que con mis otras tres películas. Pensábamos estrenar Aterrados en unas pocas salas en octubre de 2017, palo y a la bolsa. Pero entramos al Festival de Mar del Plata y eso retrasó todo. Ahí la película gano el Festival Mórbido, en México, y desde entonces se fue dando todo. Terminamos participando en los festivales mas grandes de género fantástico, incluida la Competencia Oficial de Sitges. Por eso creo que la suerte me llegó justo a tiempo.
-¿Cree que este salto que está dando puede ayudar no solo a la producción del cine fantástico en la Argentina, sino a modificar la desconfianza que el público siente por el cine argentino, en particular por la vertiente fantástica?
-Creo que va a ayudar muchísimo. Hace años vengo bregando por un cine fantástico nacional y se ha avanzado desde lo institucional, pero siempre cuesta que el público apoye. Estoy cansado de leer comentarios que dicen que si una película es argentina “seguro va a ser una mierda”, o que tal otra está bien “para ser argentina”. O ver gente levantarse y salir de la sala al minuto de empezar Aterrados porque se dieron cuenta de que era argentina. Es un tema cultural, pero también debemos hacernos cargo como industria de que le hemos dado la espalda al espectador que no consume cine de autor. Que es el gran porcentaje de la gente que va a ver cine a las salas y que es el mismo público al que le chupa un huevo si el Incaa se va a la mierda o si se deja de hacer cine nacional. A ese público lo descuidamos al no producir contenido, pero también por no contar con espacio para la difusión en los medios de comunicación. Por ejemplo a mí solo Página 12 y Tiempo Argentino me hicieron notas por Aterrados. Entonces a un productor independiente le cuesta apostar al género, porque la apuesta es más dura. Ojalá Aterrados haya abierto una ventana para atraer a ese público que no suele mirar su propio cine. Creo que la película puede darle mucho al cine nacional ganando el respeto de muchos espectadores que nunca tuvimos en cuenta. Ahí podré decir que como realizador argentino habré cumplido con el objetivo de aportar en algo que me parece es muy importante.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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viernes, 7 de diciembre de 2018
CINE - Los que la pegaron: Bienvenidos a Sudacollywood
Jugar en primera. Eso es lo que encarna Hollywood para los directores de cine de todo el mundo. Tan difícil es llegar a filmar en esa tierra prometida que conseguirlo califica como sueño incluso para los aspirantes nacidos en Estados Unidos y para quienes lo anhelan fuera de sus fronteras el asunto roza la categoría de fantasía irrealizable. Pero siempre hay lugar para unas pocas excepciones: el caso de Demián Rugna es una de ellas, pero no la única. En los últimos cinco años un puñado de directores nacidos en la América del Sur más profunda necesitaron ser pellizcados para saber que no estaban soñando despiertos y realmente habían alcanzado el nirvana de filmar en el valle de California. Los chilenos Sebastián Lelio y Pablo Larraín, el uruguayo Fede Álvarez y el argentino Andy Muschietti forman parte de esa pequeña élite a la que ahora se suma Rugna. Bienvenidos a Sudacollywood.
Se trata, eso sí, de caminos muy diferentes. En el caso de los chilenos primero debieron convertirse en profetas en su tierra para recién ahí llamar la atención de los estudios y productores estadounidenses. Larraín rodó seis películas en Chile antes de que Fox se fijara en él para dirigir Jackie (2016), donde con un elenco de estrellas que incluyó a Natalie Portman, John Hurt y Peter Sarsgaard, retrata la trágica odisea de Jacqueline Kennedy en los días posteriores al asesinato de su marido, el presidente John F. Kennedy. Por su parte Lelio, quien este año ganó el Oscar a la Mejor Película en Lengua Extranjera con Una mujer fantástica, no trabajó menos que su compatriota, filmando cinco películas en su país antes de dar el salto. Recién ahí le ofrecieron dirigir Disobedience (2017), con Rachel Weisz y Rachel McAdams, ampliando su logro este año con Gloria Bell, un remake de su propia película Gloria (2013), pero con Julianne Moore en el papel que en la original representó estupendamente Paulina García.
A diferencia de sus colegas chilenos, los rioplatenses Muschietti y Álvarez llegaron a Hollywood sin haber debutado en el cine de sus países y a través de poderosos padrinos. Ambos contaban como único antecedente con algunos cortos muy efectivos que llamaron la atención de las personas indicadas. En el caso del uruguayo fue Ataque de pánico (2009), donde imagina una invasión de robots gigantes que destruyen Montevideo. El corto explotó en la plataforma YouTube y de esa forma llegó a ojos de Sam Raimi, famoso por la trilogía Evil Dead, un clásico del cine de terror de los años ’80, pero que alcanzó categoría de top dirigiendo la súper exitosa saga de El Hombre Araña. Fue Raimi quien le entregó a Álvarez en bandeja la posibilidad de filmar el remake de Evil Dead, que con el título de Posesión infernal se convirtió en uno de los grandes éxitos del cine de terror en 2013.
Otra de las sorpresas de ese mismo año y en ese mismo género fue la película Mamá, ópera prima de Muschietti. El film está basado en un corto homónimo que llegó hasta Del Toro, quien le propuso ampliarlo al formato de largometraje con Jessica Chastain y el danés Nikolaj Coster-Waldau como protagonistas. A partir de ahí tanto Álvarez como Muschietti revalidaron sus credenciales filmando otras películas que superaron el éxito de sus debuts. El uruguayo filmó No respires en 2016 (que tendrá su secuela el año próximo) y acaba de estrenar La chica en la telaraña, basada en una de las novelas de la popular saga Millenium. Por su parte el argentino adaptó al cine IT, uno de los libros más famosos de Stephen King, que se convirtió en uno de los títulos más taquilleros de 2017 en todo el mundo y también tendrá su esperada continuación el año que viene. Ambos tienen por delante una agenda cargada: Álvarez dirigirá el remake del clásico de los ’80 Laberinto y Muschietti adaptará el manga japonés Attack on Titan.
En el camino ha quedado por ahora Damián Szifrón, quien estuvo tres años al frente de la adaptación al cine de la clásica serie de los ’70 El hombre nuclear, con un guión propio y el protagónico de Mark Wahlberg. A dos semanas de comenzar el rodaje, el director que logró reconocimiento internacional a partir de Relatos salvajes (2014) fue despedido por Warner en mayo pasado, por motivos que nunca quedaron del todo claros pero que fueron salvados con la rigurosa excusa de las diferencias creativas. Parece que no todas son rosas en el camino hacia la Meca del cine.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
Se trata, eso sí, de caminos muy diferentes. En el caso de los chilenos primero debieron convertirse en profetas en su tierra para recién ahí llamar la atención de los estudios y productores estadounidenses. Larraín rodó seis películas en Chile antes de que Fox se fijara en él para dirigir Jackie (2016), donde con un elenco de estrellas que incluyó a Natalie Portman, John Hurt y Peter Sarsgaard, retrata la trágica odisea de Jacqueline Kennedy en los días posteriores al asesinato de su marido, el presidente John F. Kennedy. Por su parte Lelio, quien este año ganó el Oscar a la Mejor Película en Lengua Extranjera con Una mujer fantástica, no trabajó menos que su compatriota, filmando cinco películas en su país antes de dar el salto. Recién ahí le ofrecieron dirigir Disobedience (2017), con Rachel Weisz y Rachel McAdams, ampliando su logro este año con Gloria Bell, un remake de su propia película Gloria (2013), pero con Julianne Moore en el papel que en la original representó estupendamente Paulina García.
A diferencia de sus colegas chilenos, los rioplatenses Muschietti y Álvarez llegaron a Hollywood sin haber debutado en el cine de sus países y a través de poderosos padrinos. Ambos contaban como único antecedente con algunos cortos muy efectivos que llamaron la atención de las personas indicadas. En el caso del uruguayo fue Ataque de pánico (2009), donde imagina una invasión de robots gigantes que destruyen Montevideo. El corto explotó en la plataforma YouTube y de esa forma llegó a ojos de Sam Raimi, famoso por la trilogía Evil Dead, un clásico del cine de terror de los años ’80, pero que alcanzó categoría de top dirigiendo la súper exitosa saga de El Hombre Araña. Fue Raimi quien le entregó a Álvarez en bandeja la posibilidad de filmar el remake de Evil Dead, que con el título de Posesión infernal se convirtió en uno de los grandes éxitos del cine de terror en 2013.
Otra de las sorpresas de ese mismo año y en ese mismo género fue la película Mamá, ópera prima de Muschietti. El film está basado en un corto homónimo que llegó hasta Del Toro, quien le propuso ampliarlo al formato de largometraje con Jessica Chastain y el danés Nikolaj Coster-Waldau como protagonistas. A partir de ahí tanto Álvarez como Muschietti revalidaron sus credenciales filmando otras películas que superaron el éxito de sus debuts. El uruguayo filmó No respires en 2016 (que tendrá su secuela el año próximo) y acaba de estrenar La chica en la telaraña, basada en una de las novelas de la popular saga Millenium. Por su parte el argentino adaptó al cine IT, uno de los libros más famosos de Stephen King, que se convirtió en uno de los títulos más taquilleros de 2017 en todo el mundo y también tendrá su esperada continuación el año que viene. Ambos tienen por delante una agenda cargada: Álvarez dirigirá el remake del clásico de los ’80 Laberinto y Muschietti adaptará el manga japonés Attack on Titan.
En el camino ha quedado por ahora Damián Szifrón, quien estuvo tres años al frente de la adaptación al cine de la clásica serie de los ’70 El hombre nuclear, con un guión propio y el protagónico de Mark Wahlberg. A dos semanas de comenzar el rodaje, el director que logró reconocimiento internacional a partir de Relatos salvajes (2014) fue despedido por Warner en mayo pasado, por motivos que nunca quedaron del todo claros pero que fueron salvados con la rigurosa excusa de las diferencias creativas. Parece que no todas son rosas en el camino hacia la Meca del cine.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
CINE - "Colette: Deseo y liberación", de Wash Westmoreland: La Historia con perspectiva de género
Gracias a la perspectiva que da la Historia, la escritora francesa Colette se ha convertido en un emblema de las luchas por la igualdad de derechos entre mujeres y hombres. Un caso paradigmático que al retratar el abismo que separaba a unas y otros hace apenas un siglo atrás, también da cuenta de todo lo que aún falta avanzar en un territorio que hoy es mucho más complejo y que excede largamente el clásico modelo binario nene/nena. A tal punto es así, que la enciclopedia online de cine imdb.com señala que la película Colette: Liberación y deseo, biopic que marca el debut en solitario del director británico Wash Westmoreland, recibió en España una declaración ministerial que la recomienda como material “para fomentar la igualdad de género”. De más está decir que este tipo de blasones no necesariamente coinciden con la valoración que pueda hacerse desde el punto de vista cinematográfico, pero hablan a las claras no solo de lo que representa la figura de Colette sino del lugar en el que se encuentran hoy las luchas de género.
“Has recorrido un largo camino, muchacha.” Así, parafraseando el viejo slogan de una conocida marca de cigarrillos “para mujeres” (categoría que en los albores del siglo XXI resulta toda una antigüedad), podría resumirse esta película que recorre la vida de la escritora. Un viaje que comienza en 1892, cuando siendo todavía una adolescente conoce a quien sería su marido, Henry Gauthier-Villars, reconocido por su nombre artístico Willy, con el cual usufructuó como propias las primeras obras de Colette, hasta el divorcio en 1906, que debe ser visto como un auténtico acto de emancipación. Es ese vínculo con Willy el que ocupa el centro de la película y lo que permite leerla dentro del marco de las corrientes modernas del feminismo, que no serían lo que son sin esta historia como antecedente ejemplar.
Sin embargo, si algo entorpece el disfrute de la película es justamente ese carácter didáctico. No porque no sea posible abordar la biografía de Colette a partir del vínculo de sometimiento apenas disfrazado de acuerdo que la unía a su marido, que es central tanto en la construcción de su obra como en el hallazgo de su propia identidad, sino porque esa insistencia genera la redundancia de la metáfora. El momento en que la escritora asiste a uno de los salones de París y se siente tan ajena que solo puede reconocerse en una tortuga adornada con brillantitos, presa en una bandeja de plata. La charla con su madre, tras descubrir las infidelidades de Willy, a quien le pregunta si nunca sintió que los papeles de esposa y madre no eran más que una impostura. O aquella otra donde admite que su marido la somete en muchos aspectos pero también le da mucha libertad, a lo que su amiga y amante Missy responde que hay cadenas que no pesan pero siguen siendo cadenas.
Por supuesto que se trata de una objeción que no arruina la experiencia, porque es cierto que la historia está llena de personajes ricos, y el film maneja esos recursos con elegancia. Y tampoco comete el error de condenar a Willy, entendiéndolo en sus contradicciones como un arquetipo de su clase y de su época: un dandy bon vivant (y vividor) que puede ser visto como un precursor del marketing moderno y al mismo tiempo como un buen editor. Un modelo que Colette ayudo a romper, comenzando a firmar sus obras y recuperando judicialmente la autoría de aquellas que Willy había publicado con su nombre. Aún así, más allá de sus aciertos, la película termina regresando al círculo didáctico, poniendo en boca de su protagonista una declaración de principios que vuelve a evidenciar el color de época (aquella y esta): “Me hallaste cuando no sabía nada de la vida y me amoldaste a tus designios y deseos, creyendo que nunca podría liberarme. Pero te equivocaste”.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
“Has recorrido un largo camino, muchacha.” Así, parafraseando el viejo slogan de una conocida marca de cigarrillos “para mujeres” (categoría que en los albores del siglo XXI resulta toda una antigüedad), podría resumirse esta película que recorre la vida de la escritora. Un viaje que comienza en 1892, cuando siendo todavía una adolescente conoce a quien sería su marido, Henry Gauthier-Villars, reconocido por su nombre artístico Willy, con el cual usufructuó como propias las primeras obras de Colette, hasta el divorcio en 1906, que debe ser visto como un auténtico acto de emancipación. Es ese vínculo con Willy el que ocupa el centro de la película y lo que permite leerla dentro del marco de las corrientes modernas del feminismo, que no serían lo que son sin esta historia como antecedente ejemplar.
Sin embargo, si algo entorpece el disfrute de la película es justamente ese carácter didáctico. No porque no sea posible abordar la biografía de Colette a partir del vínculo de sometimiento apenas disfrazado de acuerdo que la unía a su marido, que es central tanto en la construcción de su obra como en el hallazgo de su propia identidad, sino porque esa insistencia genera la redundancia de la metáfora. El momento en que la escritora asiste a uno de los salones de París y se siente tan ajena que solo puede reconocerse en una tortuga adornada con brillantitos, presa en una bandeja de plata. La charla con su madre, tras descubrir las infidelidades de Willy, a quien le pregunta si nunca sintió que los papeles de esposa y madre no eran más que una impostura. O aquella otra donde admite que su marido la somete en muchos aspectos pero también le da mucha libertad, a lo que su amiga y amante Missy responde que hay cadenas que no pesan pero siguen siendo cadenas.
Por supuesto que se trata de una objeción que no arruina la experiencia, porque es cierto que la historia está llena de personajes ricos, y el film maneja esos recursos con elegancia. Y tampoco comete el error de condenar a Willy, entendiéndolo en sus contradicciones como un arquetipo de su clase y de su época: un dandy bon vivant (y vividor) que puede ser visto como un precursor del marketing moderno y al mismo tiempo como un buen editor. Un modelo que Colette ayudo a romper, comenzando a firmar sus obras y recuperando judicialmente la autoría de aquellas que Willy había publicado con su nombre. Aún así, más allá de sus aciertos, la película termina regresando al círculo didáctico, poniendo en boca de su protagonista una declaración de principios que vuelve a evidenciar el color de época (aquella y esta): “Me hallaste cuando no sabía nada de la vida y me amoldaste a tus designios y deseos, creyendo que nunca podría liberarme. Pero te equivocaste”.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
jueves, 6 de diciembre de 2018
CINE - "Una entrevista con Dios" (An Interview with God), de Perry Lang: Evangelizame
“Dios se mueve por caminos misteriosos.” Esta frase clásica del imaginario cristiano, tomada según se consigna de un himno del siglo XVIII, es la elegida como carta de apertura de Una entrevista con Dios. Pero lo clásico de la frase se diluye en el contexto de una película de tono tan fantástico como aleccionador y religioso, volviéndose el primero de una larga lista de lugares comunes que se irán acumulando a lo largo de su relato. Del mismo modo, definir a Una entrevista con Dios como religiosa tal vez resulte un poco vago y palabras como cristiana o evangelizadora resulten no solo más específicas, sino que revelan unas segundas intenciones bastante obvias que distraen de forma constante de lo específicamente cinematográfico.
Paul es un joven periodista que acaba de volver de Irak donde se desempeñó como cronista de guerra, hecho que no ha pasado por su vida de forma inocua. Desde el comienzo queda claro que eso ha afectado a su matrimonio, que se encuentra en una crisis que parece terminal, y su trabajo donde le sugieren que se tome un tiempo. Sin embargo él se encuentra trabajando en un reportaje que lo tiene absorbido: se trata obviamente de la entrevista con Dios que se anuncia desde el título. Paul es interpretado por el joven aspirante a estrella Brendon Thwaites y Dios nada menos que por el efectivo David Strathairn, cuya composición es lo más interesante del film.
Aunque Dios no tiene problemas en presentarse como tal, será la actitud de Paul, quien es un ferviente cristiano, la que irá marcando la evolución del relato. Escéptico al comienzo, el periodista intenta desenmascarar a quien considera un impostor. Pero con la curiosidad propia de quién ansía llegar a la verdad, se verá cada vez más enredado en las redes de un interlocutor que en lugar de responder lo va empujando a encontrar él mismo las respuestas. El truquito también le sirve al guión para evitar meterse en algunos problemas.
Si la película se redujera a estos diálogos dogmáticos y bastante limitados –sobre todo si se tiene en cuenta la posibilidad de que uno de los dos interlocutores sea el mismísimo creador de todo—, no se estaría en presencia de una gran película, pero sin dudas sería menos pretenciosa. Acá Paul es obligado a atravesar algunas situaciones que si bien deberían entenderse como pruebas de fe, se parecen bastante a un juego manipulador que la película traslada al espectador, tendiéndole algunas trampitas por acá y por allá para hacerle creer que el protagonista es lo que finalmente no es
Lo curioso es que aunque el tránsito que Paul es obligado a realizar parece revelarle importantes lecciones, en realidad al llegar al final casi nada habrá cambiado demasiado y todo lo que se acabe resolviendo no parecerá haber merecido de la hipérbole de una intervención divina. De esta forma Una entrevista con Dios acaba siendo banal, aunque se haya pasado 97 minutos tratando de ser profunda para dejar un mensaje tan unívoco como obvio e innecesario.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
Paul es un joven periodista que acaba de volver de Irak donde se desempeñó como cronista de guerra, hecho que no ha pasado por su vida de forma inocua. Desde el comienzo queda claro que eso ha afectado a su matrimonio, que se encuentra en una crisis que parece terminal, y su trabajo donde le sugieren que se tome un tiempo. Sin embargo él se encuentra trabajando en un reportaje que lo tiene absorbido: se trata obviamente de la entrevista con Dios que se anuncia desde el título. Paul es interpretado por el joven aspirante a estrella Brendon Thwaites y Dios nada menos que por el efectivo David Strathairn, cuya composición es lo más interesante del film.
Aunque Dios no tiene problemas en presentarse como tal, será la actitud de Paul, quien es un ferviente cristiano, la que irá marcando la evolución del relato. Escéptico al comienzo, el periodista intenta desenmascarar a quien considera un impostor. Pero con la curiosidad propia de quién ansía llegar a la verdad, se verá cada vez más enredado en las redes de un interlocutor que en lugar de responder lo va empujando a encontrar él mismo las respuestas. El truquito también le sirve al guión para evitar meterse en algunos problemas.
Si la película se redujera a estos diálogos dogmáticos y bastante limitados –sobre todo si se tiene en cuenta la posibilidad de que uno de los dos interlocutores sea el mismísimo creador de todo—, no se estaría en presencia de una gran película, pero sin dudas sería menos pretenciosa. Acá Paul es obligado a atravesar algunas situaciones que si bien deberían entenderse como pruebas de fe, se parecen bastante a un juego manipulador que la película traslada al espectador, tendiéndole algunas trampitas por acá y por allá para hacerle creer que el protagonista es lo que finalmente no es
Lo curioso es que aunque el tránsito que Paul es obligado a realizar parece revelarle importantes lecciones, en realidad al llegar al final casi nada habrá cambiado demasiado y todo lo que se acabe resolviendo no parecerá haber merecido de la hipérbole de una intervención divina. De esta forma Una entrevista con Dios acaba siendo banal, aunque se haya pasado 97 minutos tratando de ser profunda para dejar un mensaje tan unívoco como obvio e innecesario.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
miércoles, 5 de diciembre de 2018
LIBROS - La historia por dos: Los nuevos libros de Felipe Pigna
En poco más de 60 días el prolífico historiador y escritor Felipe Pigna ha publicado dos nuevos libros. El primero en llegar a las librerías fue Mujeres insolentes de la Historia, en cuyas páginas reúne y repasa la vida de 29 mujeres que le aportaron potencia femenina a la Historia argentina y latinoamericana. Entre ellas es posible reconocer los nombres de Alfonsina Storni, Mariquita Sánchez de Thompson, Remedios de Escalada o Juana Azurduy, mezclados con otros casi desconocidos como Martina Céspedes, Virginia Bolten o Anita Perichón, dejando en evidencia el velo que pesa sobre la mujer en el relato histórico. El otro libro, que acaba de editarse, es El cruce de los Andes, donde Pigna vuelve sobre aquella campaña heroica mil veces revisitada. Ambos volúmenes tienen algo en común: están dedicados al público adolescente e infantil.
“El libro sobre el Cruce pertenece a la colección de historietas, que va por su número 15”, cuenta Pigna. “Es un formato que me gusta mucho y que hacemos con todo respeto, porque la historieta en nuestro país tiene representantes de los más importantes del mundo y de ninguna manera es un subgénero”, agrega. “Cuándo nos metimos dentro de ese universo nos propusimos hacer un trabajo que respetara el formato, para que no sea solamente un texto histórico disfrazado de viñeta. Lo interesante es que desde hace dos años esa colección se está usando en los colegios, un fenómeno que se dio naturalmente y a mí me parece muy lindo”, se alegra el autor.
-¿Se lo usa cómo material didáctico?
-Material motivador. A partir de eso también estoy yendo a los colegios a hablar con los chicos, algo que me resulta sumamente interesante. Lo que hago es responder preguntas. Me parece más útil que dar charlas que usualmente terminan aburriéndolos. Además las preguntas surgen de su propio interés y a partir de ellas se dan charlas fantásticas.
-¿Qué le aporta a usted ese contacto directo con chicos?
-Muchísimo, porque los chicos tienen una mirada interesante, sin prejuicios, que no está atravesada por ninguna grieta. Dicen lo que quieren decir, preguntan lo que quieren preguntar y las charlas tienen una mirada más auténtica. La mayoría de la gente recuerda a la Historia como algo vinculado a su infancia, que es el momento en el que estamos obligados a transitarla en el paso por la escuela. Es decir que hay un vínculo directo entre Historia y niñez, y a mí me parece que está bueno darle un sentido a esa relación.
-¿Esa experiencia se vincula al origen de Mujeres insolentes, el otro libro que acaba de publicar, que también trabaja sobre un formato pensado para un lector infantil?
-Sí, un poco surgió de ahí, porque los chicos y chicas me preguntaban por esta oleada feminista, si se trata de un fenómeno nuevo o si tiene antecedentes. La lucha de la mujer por sus derechos existió siempre, porque nunca se resignaron al lugar de segundo sexo, como diría Simone de Beauvoir. Entonces les cuento de Grecia, donde la mujer no tenía ningún derecho, como los esclavos, pero que sin embargo todos los grandes dramas, las tragedias e incluso las comedias de la literatura griega tienen tremendas mujeres protagonistas. Como Licistrata y su huelga sexual, que es una historia extraordinaria, o Antígona, que reclama el derecho a enterrar un familiar, algo que tiene tanta resonancia en la Historia reciente de la Argentina. En ellas aparece, ya en el siglo IV o V antes de Cristo, una mujer que busca el reconocimiento de sus derechos.
-Mujeres insolentes revela la exclusión deliberada de la mujer en el relato histórico, porque de los 20 o 30 personajes del libro, apenas son dos o tres los nombres que resultan familiares.
-La mayoría ha sido ignorada. Incluso algunas de las insolencias que estás mujeres sostuvieron hoy resultan hasta graciosas. Estudiar medicina, por ejemplo, que en la actualidad forma parte de lo cotidiano. Pero cuando Cecilia Grierson, la primera estudiante y la primera mujer recibida en medicina, ingresa a la facultad recibió de sus compañeros lo que hoy llamaríamos bullying y el maltrato de los docentes. El primer profesor que le toma examen deja anotado en las actas: “Conste que le estoy tomando examen a un ser inferior”.
-El libro reúne historias de mujeres que vivieron entre la llegada de los europeos a América y comienzos del siglo XX. ¿Por qué se detiene ahí?
-Se trata de un primer tomo y habrá al menos un segundo. Por eso elegí a las indígenas rebeldes, a las guerreras, a las escritoras. En ese momento escribir y firmar los propios libros con su nombre, como hicieron Juana Manso o Manuela Gorriti, era un acto de insolencia, porque las mujeres firmaban con seudónimo masculino, algo que un pibe de hoy no entiende.
-Pequeños actos para el presente, pero fundamentales para iniciar esa lucha que hoy sigue.
-Pensá que las primeras mujeres en firmar sus libros aparecen recién a principios del siglo XIX, como Madame de Staël y fundamentalmente Mary Shelley, la autora de Frankenstein, que de alguna manera es el primer bestseller firmado por una mujer. Shelly además era hija de una reconocida intelectual feminista.
-También es cierto que cuando su madre murió su padre no se la hizo fácil.
-Lo significativo es que su padre era William Godwin, un proto anarquista. Ya lo decía Virginia Bolten, una dirigente anarquista nacida en Uruguay que realizó casi toda su actividad política en Argentina y que en 1896 fundó La voz de la mujer, el primer periódico anarquista femenino en América latina. Ella denuncia que sus propios compañeros son patriarcales. Porque el anarquismo es una ideología muy libertaria, moderna y revolucionaria, pero mantenía conceptos patriarcales como que la mujer tenía que estar en la casa para que los hombres pudieran salir a militar.
-Es que el dogma de los movimientos revolucionarios durante el siglo XX en algunos puntos no es muy diferente del dogma más conservador.
-Es cierto. El machismo ha sido muy fuerte en el stalinismo y sigue siendo muy fuerte en Cuba. Es evidente que el machismo atraviesa las ideologías y que el feminismo es lo más progresista de la actualidad. Es interesante cómo pone en cuestión al sistema, a la hipocresía e incluso a la propia mujer machista, que no son pocas. Algunas quizás no se den cuenta, porque han sido educadas de ese modo.
-¿Con un libro como este, con un formato dirigido a chicos y adolescentes, lo que busca es influir en la instancia educativa?
-Influir puede sonar a que uno está catequizando. La intención es aportar información, porque muchas veces los chicos no la tienen.
-¿Incluso con el auge actual de los movimientos feministas?
-Vos lo dijiste: la mayoría de las mujeres incluidas en el libro son desconocidas, cuando deberían formar parte de la Historia argentina. No debiera ser necesario hacer libros especiales sobre ellas. Se trata entonces de informar, que se sepa que esto no es nuevo y, aunque hoy el tema es muy fuerte y tiene mucha presencia en los medios, que la mujer nunca dejó de luchar por sus derechos. Y que si no protagonizó los grandes momentos históricos no fue por propia voluntad: la realidad es que no las dejaban. En nuestro caso, por ejemplo, las mujeres tenían la entrada prohibida al cabildo, no tenían voz ni voto, ni podían publicar ideas en la prensa. Hacían lo que podían, pero no porque no quisieran hacer más cosas.
-Hay un contraste entre sus libros nuevos. En Mujeres insolentes aborda un tema poco transitado en el que es más fácil aportar novedades. En cambio sobre el cruce de los Andes se ha dicho muchísimo. ¿Cómo resolvió el desafío de volver sobre una historia tan contada?
-Me encanta eso, porque es ahí donde uno tiene que ver qué diferencia puede aportar. Y San Martín es un hombre tan extraordinario que siempre es posible encontrar algo para decir. En el libro sobre el Cruce trato de mostrarles a los chicos el San Martín que se desvela por esa acción y que, lejos de ser un superhéroe, es una persona con muchos problemas de salud, que conoce sus limitaciones y confiesa en una carta: “Lo que no me deja dormir son esos montes”. Traté de revelar al San Martín político, al gobernador de Cuyo, que no suele aparecer en los textos para chicos, que hacen hincapié en lo épico y lo militar, que es una parte fundamental pero no el todo. Y el cruce de los Andes fue primero una acción política.
-¿Y qué es lo que busca al recurrir a esas herramientas específicas?
-Me interesa humanizar, que la gente entienda que los personajes históricos fueron personas, y correrme del principio de ejemplaridad, que hace que los personajes ejemplares sean a la vez inaccesibles. ¿Cómo tomar ejemplo de una persona que es infinitamente superior a mí y al que nunca podré alcanzar? Lo más probable es que ante ese desafío uno renuncie, porque no es posible igualar a San Martín. A mí me parece que la cosa va por otro lado, por tomar los valores que él defendió: la honestidad, el patriotismo, la empatía, el desinterés económico. Y ahí es más fácil, porque para ser como San Martín ya no es necesario imitarlo. Tomar ejemplo no es imitar. Entonces para mí humanizar es contar la verdad.
Artículo publicado originalmente en la Revista Quid.
-¿Se lo usa cómo material didáctico?
-Material motivador. A partir de eso también estoy yendo a los colegios a hablar con los chicos, algo que me resulta sumamente interesante. Lo que hago es responder preguntas. Me parece más útil que dar charlas que usualmente terminan aburriéndolos. Además las preguntas surgen de su propio interés y a partir de ellas se dan charlas fantásticas.
-¿Qué le aporta a usted ese contacto directo con chicos?
-Muchísimo, porque los chicos tienen una mirada interesante, sin prejuicios, que no está atravesada por ninguna grieta. Dicen lo que quieren decir, preguntan lo que quieren preguntar y las charlas tienen una mirada más auténtica. La mayoría de la gente recuerda a la Historia como algo vinculado a su infancia, que es el momento en el que estamos obligados a transitarla en el paso por la escuela. Es decir que hay un vínculo directo entre Historia y niñez, y a mí me parece que está bueno darle un sentido a esa relación.
-¿Esa experiencia se vincula al origen de Mujeres insolentes, el otro libro que acaba de publicar, que también trabaja sobre un formato pensado para un lector infantil?
-Sí, un poco surgió de ahí, porque los chicos y chicas me preguntaban por esta oleada feminista, si se trata de un fenómeno nuevo o si tiene antecedentes. La lucha de la mujer por sus derechos existió siempre, porque nunca se resignaron al lugar de segundo sexo, como diría Simone de Beauvoir. Entonces les cuento de Grecia, donde la mujer no tenía ningún derecho, como los esclavos, pero que sin embargo todos los grandes dramas, las tragedias e incluso las comedias de la literatura griega tienen tremendas mujeres protagonistas. Como Licistrata y su huelga sexual, que es una historia extraordinaria, o Antígona, que reclama el derecho a enterrar un familiar, algo que tiene tanta resonancia en la Historia reciente de la Argentina. En ellas aparece, ya en el siglo IV o V antes de Cristo, una mujer que busca el reconocimiento de sus derechos.
-Mujeres insolentes revela la exclusión deliberada de la mujer en el relato histórico, porque de los 20 o 30 personajes del libro, apenas son dos o tres los nombres que resultan familiares.
-La mayoría ha sido ignorada. Incluso algunas de las insolencias que estás mujeres sostuvieron hoy resultan hasta graciosas. Estudiar medicina, por ejemplo, que en la actualidad forma parte de lo cotidiano. Pero cuando Cecilia Grierson, la primera estudiante y la primera mujer recibida en medicina, ingresa a la facultad recibió de sus compañeros lo que hoy llamaríamos bullying y el maltrato de los docentes. El primer profesor que le toma examen deja anotado en las actas: “Conste que le estoy tomando examen a un ser inferior”.
-El libro reúne historias de mujeres que vivieron entre la llegada de los europeos a América y comienzos del siglo XX. ¿Por qué se detiene ahí?
-Se trata de un primer tomo y habrá al menos un segundo. Por eso elegí a las indígenas rebeldes, a las guerreras, a las escritoras. En ese momento escribir y firmar los propios libros con su nombre, como hicieron Juana Manso o Manuela Gorriti, era un acto de insolencia, porque las mujeres firmaban con seudónimo masculino, algo que un pibe de hoy no entiende.
-Pequeños actos para el presente, pero fundamentales para iniciar esa lucha que hoy sigue.
-Pensá que las primeras mujeres en firmar sus libros aparecen recién a principios del siglo XIX, como Madame de Staël y fundamentalmente Mary Shelley, la autora de Frankenstein, que de alguna manera es el primer bestseller firmado por una mujer. Shelly además era hija de una reconocida intelectual feminista.
-También es cierto que cuando su madre murió su padre no se la hizo fácil.
-Lo significativo es que su padre era William Godwin, un proto anarquista. Ya lo decía Virginia Bolten, una dirigente anarquista nacida en Uruguay que realizó casi toda su actividad política en Argentina y que en 1896 fundó La voz de la mujer, el primer periódico anarquista femenino en América latina. Ella denuncia que sus propios compañeros son patriarcales. Porque el anarquismo es una ideología muy libertaria, moderna y revolucionaria, pero mantenía conceptos patriarcales como que la mujer tenía que estar en la casa para que los hombres pudieran salir a militar.
-Es que el dogma de los movimientos revolucionarios durante el siglo XX en algunos puntos no es muy diferente del dogma más conservador.
-Es cierto. El machismo ha sido muy fuerte en el stalinismo y sigue siendo muy fuerte en Cuba. Es evidente que el machismo atraviesa las ideologías y que el feminismo es lo más progresista de la actualidad. Es interesante cómo pone en cuestión al sistema, a la hipocresía e incluso a la propia mujer machista, que no son pocas. Algunas quizás no se den cuenta, porque han sido educadas de ese modo.
-¿Con un libro como este, con un formato dirigido a chicos y adolescentes, lo que busca es influir en la instancia educativa?
-Influir puede sonar a que uno está catequizando. La intención es aportar información, porque muchas veces los chicos no la tienen.
-¿Incluso con el auge actual de los movimientos feministas?
-Vos lo dijiste: la mayoría de las mujeres incluidas en el libro son desconocidas, cuando deberían formar parte de la Historia argentina. No debiera ser necesario hacer libros especiales sobre ellas. Se trata entonces de informar, que se sepa que esto no es nuevo y, aunque hoy el tema es muy fuerte y tiene mucha presencia en los medios, que la mujer nunca dejó de luchar por sus derechos. Y que si no protagonizó los grandes momentos históricos no fue por propia voluntad: la realidad es que no las dejaban. En nuestro caso, por ejemplo, las mujeres tenían la entrada prohibida al cabildo, no tenían voz ni voto, ni podían publicar ideas en la prensa. Hacían lo que podían, pero no porque no quisieran hacer más cosas.
-Hay un contraste entre sus libros nuevos. En Mujeres insolentes aborda un tema poco transitado en el que es más fácil aportar novedades. En cambio sobre el cruce de los Andes se ha dicho muchísimo. ¿Cómo resolvió el desafío de volver sobre una historia tan contada?
-Me encanta eso, porque es ahí donde uno tiene que ver qué diferencia puede aportar. Y San Martín es un hombre tan extraordinario que siempre es posible encontrar algo para decir. En el libro sobre el Cruce trato de mostrarles a los chicos el San Martín que se desvela por esa acción y que, lejos de ser un superhéroe, es una persona con muchos problemas de salud, que conoce sus limitaciones y confiesa en una carta: “Lo que no me deja dormir son esos montes”. Traté de revelar al San Martín político, al gobernador de Cuyo, que no suele aparecer en los textos para chicos, que hacen hincapié en lo épico y lo militar, que es una parte fundamental pero no el todo. Y el cruce de los Andes fue primero una acción política.
-¿Y qué es lo que busca al recurrir a esas herramientas específicas?
-Me interesa humanizar, que la gente entienda que los personajes históricos fueron personas, y correrme del principio de ejemplaridad, que hace que los personajes ejemplares sean a la vez inaccesibles. ¿Cómo tomar ejemplo de una persona que es infinitamente superior a mí y al que nunca podré alcanzar? Lo más probable es que ante ese desafío uno renuncie, porque no es posible igualar a San Martín. A mí me parece que la cosa va por otro lado, por tomar los valores que él defendió: la honestidad, el patriotismo, la empatía, el desinterés económico. Y ahí es más fácil, porque para ser como San Martín ya no es necesario imitarlo. Tomar ejemplo no es imitar. Entonces para mí humanizar es contar la verdad.
Artículo publicado originalmente en la Revista Quid.
CINE - Los viajes a la Luna en 5 películas
Viajar a la luna califica sin lugar a dudas como uno de los sueños ancestrales de la humanidad: en cuanto el hombre descubrió el poder de imaginar, el satélite nocturno se volvió una fuente inagotable de fantasías. Desde entonces, mitos, leyendas e infinidad de obras literarias los tuvieron en su centro. Como si se tratara de una muestra a escala, en el cine ocurre lo mismo. Ya en 1902, apenas unos años después de su invención, el francés George Méliès, padre del cine fantástico y los efectos especiales, convirtió aquellos sueños en una película que acabaría siendo uno de sus trabajos más conocidos, titulado justamente Viaje a la Luna. La imagen de una luna con rostro humano y una bala de cañón incrustada en el ojo derecho hacen que esa obra de Méliès sea conocida casi por todo el mundo.
En el otro extremo de la línea cronológica se puede ubicar a El primer hombre en la Luna, que acaba de estrenarse este jueves y recrea la historia de Neil Armstrong, el famoso astronauta, capitán de la misión Apolo XI y, como ya lo informa el título en castellano de la película, el primer hombre en pisar la superficie lunar, el 21 de julio de 1969. Aquel que pronunció una frase, ahora inmortal, en la que definía a su hazaña como “un pequeño paso para un hombre, un salto enorme para la humanidad”.
Dirigida por el joven cineasta estadounidense Damien Chazelle, ganador el año pasado del Oscar al mejor director por el musical La La Land, El primer hombre en la Luna se adelanta al aniversario número 50 de la llegada del hombre al suelo lunar, que se cumplirá el próximo mes de julio. Pero aunque el corazón de su relato tiene por objeto dar cuenta de ese logro, sin embargo la película elige poner el foco en su protagonista, realizando un recorrido por la vida profesional de Armstrong. El relato da cuenta de sus inicios en 1961 como piloto de pruebas en prototipos supersónicos que la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (o NASA, según la sigla en inglés) utilizaba para poner a prueba las nuevas tecnologías que luego aplicaría en los vuelos espaciales. Y culmina poco después de su regreso de la Luna, en agosto de 1969.
De esta manera la película se convierte también en un recorrido por buena parte de la historia de la astronáutica estadounidense. Una historia que a través del cine es posible conocer casi completa y en tan solo cinco películas, que abarcan el arco de las primeras pruebas e investigaciones para poner una nave en órbita, a comienzos de la década de 1950, hasta casi la cancelación a mediados de los ’70 del programa Apolo, aquel cuyo objeto era precisamente alcanzar el sueño lunar.
Estrenada hace apenas un par de años Talentos ocultos (Hidden Figures,Theodore Melfi, 2016) es un claro emergente del boom inclusivo que atacó a Hollywood luego de que la comunidad negra boicoteara la gala de los Premios Oscar por la ausencia de artistas de color entre los nominados en 2016. La película recrea los primeros años de la NASA, pero poniendo en primer plano los graves conflictos raciales de los Estados Unidos en la década de 1950. Se trata de la historia real de Katherine Johnson, Dorothy Vaughan y Mary Jackson, tres científicas negras que jugaron un rol vital en el origen mismo del programa espacial estadounidense. Incluso puede decirse que la figura de Johnson—que fue la primera afroamericana en ser autorizada por la Corte Suprema de los Estados Unidos para realizar estudios de posgrado en su país— no solo recorre completa la historia de los viajes a la Luna, sino también el arco cinematográfico de las películas incluidas en esta nota. Johnson fue la encargada de calcular las órbitas de la mayoría de los viajes del programa Mercury –de cuyos protagonistas se encarga la película Los elegidos de la gloria (The Right Stuff, Philip Kaufman, 1983)—; la del Apolo XI, que finalmente llegó a la Luna; y una de las responsables de proyectar la ruta de regreso del fallido Apolo XIII, cuya adaptación a la pantalla corrió por cuenta de Ron Howard en 1995. Aunque sobrecargada con las buenas intenciones que suelen limitar a las películas pensadas desde la moraleja, Talentos ocultos es un homenaje no sólo a aquellas mujeres que pelearon contra la discriminación sino también, de forma más amplia, a todos los protagonistas anónimos de la historia de los viajes espaciales.
Por el contrario, los protagonistas de Los elegidos de la gloria son las primeras estrellas del programa espacial de los Estados Unidos. Se trata de los Mercury Seven, los siete astronautas que formaron parte del Programa Mercury con el que Estados Unidos comenzó sus excursiones fuera de la atmósfera, quienes llegaron a ser los primeros héroes espaciales verdaderos. Algunos de sus nombres son bastante conocidos, como los de Alan Shepard, primer estadounidense en el espacio (1961) y uno de los únicos doce hombres en toda la historia en haber caminado sobre la Luna, o John Glenn, primer hombre en realizar una órbita completa alrededor de la Tierra (tres para ser exactos) en 1962. Pero algunos de ellos también se convirtieron en las primeras víctimas de ese ambicioso proyecto. En particular Virgil “Gus” Grissom, quien falleció como capitán de la misión inaugural del programa Apolo, cuya cápsula se incendió minutos antes del despegue a partir de una falla técnica en el interior de la cabina. Un hecho que se encuentra entre los acontecimientos que se relatan en El primer hombre en la Luna. Pero en Los elegidos de la gloria todavía faltaba mucho para eso. Basada en el libro homónimo del escritor y periodista Tom Wolfe, la película recrea los desafíos de quienes aceptaban el reto de ser pioneros en la conquista humana del espacio, reservándole un lugar destacado a la figura de Chuck Yeager. Interpretado por el actor, poeta y dramaturgo Sam Shepard, Yeager no formó parte del programa Mercury, que se desarrolló entre 1958 y 1963, aunque estaba llamado a ser su líder. Primer hombre en romper la barrera del sonido en 1947, Yeager prefirió continuar pilotando prototipos experimentales, convirtiéndose en la leyenda del macho alfa que eligió seguir siendo un lobo solitario mientras sus compañeros viajaban al espacio. Los elegidos de la gloria es una gran aventura, filmada por Kaufman con estupendo pulso cinematográfico.
Dentro de la cronología que propone este recorrido, el último trabajo de Chazelle se ubicaría aquí. Concluido el Proyecto Mercury llegó el Proyecto Gemini, marcando el punto más bajo del programa espacial estadounidense de cara a la opinión pública. Neil Armstrong integró el plantel del Gemini y El primer hombre en la Luna muestra las tensiones políticas surgidas en torno al proyecto. La película pone en escena estas tensiones a partir de un clip musicalizado con la canción “Whitey on the Moon” (El blanquito está en la Luna), compuesta e interpretada por Gil Scott-Heron. Aunque se trata de un anacronismo, ya que la canción pertenece a Small Talk at 125th and Lenox, disco debut de este poeta y músico negro que recién se editó en 1970, su letra resulta perfecta para ilustrar el rechazo por el derroche que los programas espaciales representaban dentro del presupuesto nacional. Así, mientras los “blanquitos” paseaban por la Luna, algunas cuestiones relacionadas a la supervivencia básica de millones de ciudadanos seguían sin resolverse. “La otra noche el tipo me aumentó el alquiler / (Porque el blanquito está en la Luna) / No funcionan ni el agua caliente, ni el baño, ni la luz / (Pero el blanquito está en la Luna)”, dice una de las extraordinariamente lúcidas estrofas de la canción de Scott-Heron. Aquel gran salto para la humanidad que dio Armstrong en 1969, tal vez la mayor hazaña humana de la historia, no solo sirvió para maravillar a todo el mundo, sino que tal vez fue el golpe de efecto perfecto para mantener abierto el flujo millonario que le permitió al programa de exploración espacial de los Estados Unidos seguir con vida hasta la actualidad.
Menos de un año después del éxito del Apolo XI, la NASA envió otras dos misiones tripuladas con el objetivo de alunizar. La Apolo XII lo consiguió; la Apolo XIII no. El fracaso no solo sirvió para darle argumentos a los supersticiosos que ven en el número 13 un símbolo de la mala suerte, sino para que el director Ron Howard realizara en 1995 una de sus películas más famosas y para consolidar a Tom Hanks como una de las estrellas de Hollywood más redituables de los años ’90. Aunque se trata de un film de aventuras en el cual el suspenso es manejado de forma efectiva, Apolo XIII tal vez no seguiría siendo una película demasiado presente en la memoria colectiva si no fuera por una recordada línea de guión, en la que Hanks le comunica a la base en Tierra la existencia de problemas serios en la cápsula. Aquello de “Houston, tenemos un problema” se convirtió en un latiguillo que personas de todo el mundo utilizan desde entonces para anunciar complicaciones de cualquier tipo y magnitud, desde una demora para llegar a una cita hasta un inodoro tapado. Ese tipo de cosas son las que convierten a una película en un símbolo dentro de la cultura pop. Como se muestra en la película de Howard, la misión Apolo XIII tuvo que regresar a la Tierra sin poder concretar el alunizaje, pero felices de por lo menos haber vuelto. Muy cerca estuvieron de que eso tampoco ocurriera. Un dato curioso: el actor Ed Harris, quien estuvo a cargo del papel de John Glenn en Los elegidos de la gloria, acá interpreta a Gene Krantz, director de vuelo de la misión Apolo XIII en el centro de comando de Houston.
Hasta aquí cuatro películas que registraron una serie de hechos verificables que conforman una breve y entretenida reseña de la historia de los viajes a la Luna. Pero esta lista no estaría completa si no incluyera otro hito de la cultura popular vinculado directamente con ellos. Se trata de la teoría conspirativa según la cual el hombre nunca llegó a la Luna, sino que se trató de un montaje cinematográfico realizado en secreto por el gobierno de los Estados Unidos para derrotar a la Unión Soviética en la carrera por la conquista espacial. Hay que recordar que el gigante soviético le llevaba la delantera al equipo norteamericano, habiendo puesto al primer satélite artificial en órbita (el Sputnik I, en 1957); el primer ser vivo en orbitar el planeta (la perra Laika, un mes después del Sputnik 1, que también fue el primer ser vivo en morir en órbita); el primer hombre en el espacio (el cosmonauta Yuri Gagarin, en 1961); y la primera caminata espacial (Alexei Leonov, en 1965). Ante las primeras derrotas, en 1961 el presidente John F. Kennedy había prometido en un discurso transmitido por televisión que “antes de terminar esa década” los Estados Unidos pondrían un hombre en la Luna. La promesa se convirtió en una orden tácita para la NASA y la misma no solo aparece entre las imágenes iniciales de El primer hombre en la Luna, sino que es lo primero que se ve en la película Operación Avalancha (Matt Johnson, 2016). Se trata de un film de ficción que pone en escena de manera extraordinaria la fantasía paranoica de los negacionistas del alunizaje. Allí se puede ver a un grupo de cineastas jóvenes quienes ante la evidente imposibilidad tecnológica de cumplir en tiempo y forma con el “mandato kennediano”, le proponen a la NASA realizar un engaño, una primigenia fake new: simular en un estudio de cine aquello que era irrealizable en la realidad. Operación Avalancha comienza como una comedia que el director y actor Johnson maneja con gran timing. Pero a medida que avanza el clima paranoico de la Guerra Fría comienza a colarse por las grietas del relato, poniendo a los protagonistas en medio de una trama de intrigas, persecuciones y espías, mientras un terror silencioso comienza a envolverlos lentamente. Por supuesto hay alusiones a Stanley Kubrick, a quien la leyenda urbana también le atribuye haber filmado el falso alunizaje luego de haber estrenado la inoxidable 2001: Una odisea en el Espacio un año antes de que Armstrong llevara los pies humanos hasta la superficie de la Luna. Una película que los fanáticos del genero no deberían dejar pasar.
De este modo, si para los amantes de la historia de la conquista espacial, El primer hombre en la Luna representa la mejor de las oportunidades para ir al cine, las otras cuatro películas se presentan como la excusa perfecta para seguir la fiesta en casa. Una panzada lunar.
Artículo publicado originalmente en el portal de noticias www.tiempoar.com.ar
En el otro extremo de la línea cronológica se puede ubicar a El primer hombre en la Luna, que acaba de estrenarse este jueves y recrea la historia de Neil Armstrong, el famoso astronauta, capitán de la misión Apolo XI y, como ya lo informa el título en castellano de la película, el primer hombre en pisar la superficie lunar, el 21 de julio de 1969. Aquel que pronunció una frase, ahora inmortal, en la que definía a su hazaña como “un pequeño paso para un hombre, un salto enorme para la humanidad”.
Dirigida por el joven cineasta estadounidense Damien Chazelle, ganador el año pasado del Oscar al mejor director por el musical La La Land, El primer hombre en la Luna se adelanta al aniversario número 50 de la llegada del hombre al suelo lunar, que se cumplirá el próximo mes de julio. Pero aunque el corazón de su relato tiene por objeto dar cuenta de ese logro, sin embargo la película elige poner el foco en su protagonista, realizando un recorrido por la vida profesional de Armstrong. El relato da cuenta de sus inicios en 1961 como piloto de pruebas en prototipos supersónicos que la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (o NASA, según la sigla en inglés) utilizaba para poner a prueba las nuevas tecnologías que luego aplicaría en los vuelos espaciales. Y culmina poco después de su regreso de la Luna, en agosto de 1969.
De esta manera la película se convierte también en un recorrido por buena parte de la historia de la astronáutica estadounidense. Una historia que a través del cine es posible conocer casi completa y en tan solo cinco películas, que abarcan el arco de las primeras pruebas e investigaciones para poner una nave en órbita, a comienzos de la década de 1950, hasta casi la cancelación a mediados de los ’70 del programa Apolo, aquel cuyo objeto era precisamente alcanzar el sueño lunar.
Estrenada hace apenas un par de años Talentos ocultos (Hidden Figures,Theodore Melfi, 2016) es un claro emergente del boom inclusivo que atacó a Hollywood luego de que la comunidad negra boicoteara la gala de los Premios Oscar por la ausencia de artistas de color entre los nominados en 2016. La película recrea los primeros años de la NASA, pero poniendo en primer plano los graves conflictos raciales de los Estados Unidos en la década de 1950. Se trata de la historia real de Katherine Johnson, Dorothy Vaughan y Mary Jackson, tres científicas negras que jugaron un rol vital en el origen mismo del programa espacial estadounidense. Incluso puede decirse que la figura de Johnson—que fue la primera afroamericana en ser autorizada por la Corte Suprema de los Estados Unidos para realizar estudios de posgrado en su país— no solo recorre completa la historia de los viajes a la Luna, sino también el arco cinematográfico de las películas incluidas en esta nota. Johnson fue la encargada de calcular las órbitas de la mayoría de los viajes del programa Mercury –de cuyos protagonistas se encarga la película Los elegidos de la gloria (The Right Stuff, Philip Kaufman, 1983)—; la del Apolo XI, que finalmente llegó a la Luna; y una de las responsables de proyectar la ruta de regreso del fallido Apolo XIII, cuya adaptación a la pantalla corrió por cuenta de Ron Howard en 1995. Aunque sobrecargada con las buenas intenciones que suelen limitar a las películas pensadas desde la moraleja, Talentos ocultos es un homenaje no sólo a aquellas mujeres que pelearon contra la discriminación sino también, de forma más amplia, a todos los protagonistas anónimos de la historia de los viajes espaciales.
Por el contrario, los protagonistas de Los elegidos de la gloria son las primeras estrellas del programa espacial de los Estados Unidos. Se trata de los Mercury Seven, los siete astronautas que formaron parte del Programa Mercury con el que Estados Unidos comenzó sus excursiones fuera de la atmósfera, quienes llegaron a ser los primeros héroes espaciales verdaderos. Algunos de sus nombres son bastante conocidos, como los de Alan Shepard, primer estadounidense en el espacio (1961) y uno de los únicos doce hombres en toda la historia en haber caminado sobre la Luna, o John Glenn, primer hombre en realizar una órbita completa alrededor de la Tierra (tres para ser exactos) en 1962. Pero algunos de ellos también se convirtieron en las primeras víctimas de ese ambicioso proyecto. En particular Virgil “Gus” Grissom, quien falleció como capitán de la misión inaugural del programa Apolo, cuya cápsula se incendió minutos antes del despegue a partir de una falla técnica en el interior de la cabina. Un hecho que se encuentra entre los acontecimientos que se relatan en El primer hombre en la Luna. Pero en Los elegidos de la gloria todavía faltaba mucho para eso. Basada en el libro homónimo del escritor y periodista Tom Wolfe, la película recrea los desafíos de quienes aceptaban el reto de ser pioneros en la conquista humana del espacio, reservándole un lugar destacado a la figura de Chuck Yeager. Interpretado por el actor, poeta y dramaturgo Sam Shepard, Yeager no formó parte del programa Mercury, que se desarrolló entre 1958 y 1963, aunque estaba llamado a ser su líder. Primer hombre en romper la barrera del sonido en 1947, Yeager prefirió continuar pilotando prototipos experimentales, convirtiéndose en la leyenda del macho alfa que eligió seguir siendo un lobo solitario mientras sus compañeros viajaban al espacio. Los elegidos de la gloria es una gran aventura, filmada por Kaufman con estupendo pulso cinematográfico.
Dentro de la cronología que propone este recorrido, el último trabajo de Chazelle se ubicaría aquí. Concluido el Proyecto Mercury llegó el Proyecto Gemini, marcando el punto más bajo del programa espacial estadounidense de cara a la opinión pública. Neil Armstrong integró el plantel del Gemini y El primer hombre en la Luna muestra las tensiones políticas surgidas en torno al proyecto. La película pone en escena estas tensiones a partir de un clip musicalizado con la canción “Whitey on the Moon” (El blanquito está en la Luna), compuesta e interpretada por Gil Scott-Heron. Aunque se trata de un anacronismo, ya que la canción pertenece a Small Talk at 125th and Lenox, disco debut de este poeta y músico negro que recién se editó en 1970, su letra resulta perfecta para ilustrar el rechazo por el derroche que los programas espaciales representaban dentro del presupuesto nacional. Así, mientras los “blanquitos” paseaban por la Luna, algunas cuestiones relacionadas a la supervivencia básica de millones de ciudadanos seguían sin resolverse. “La otra noche el tipo me aumentó el alquiler / (Porque el blanquito está en la Luna) / No funcionan ni el agua caliente, ni el baño, ni la luz / (Pero el blanquito está en la Luna)”, dice una de las extraordinariamente lúcidas estrofas de la canción de Scott-Heron. Aquel gran salto para la humanidad que dio Armstrong en 1969, tal vez la mayor hazaña humana de la historia, no solo sirvió para maravillar a todo el mundo, sino que tal vez fue el golpe de efecto perfecto para mantener abierto el flujo millonario que le permitió al programa de exploración espacial de los Estados Unidos seguir con vida hasta la actualidad.
Menos de un año después del éxito del Apolo XI, la NASA envió otras dos misiones tripuladas con el objetivo de alunizar. La Apolo XII lo consiguió; la Apolo XIII no. El fracaso no solo sirvió para darle argumentos a los supersticiosos que ven en el número 13 un símbolo de la mala suerte, sino para que el director Ron Howard realizara en 1995 una de sus películas más famosas y para consolidar a Tom Hanks como una de las estrellas de Hollywood más redituables de los años ’90. Aunque se trata de un film de aventuras en el cual el suspenso es manejado de forma efectiva, Apolo XIII tal vez no seguiría siendo una película demasiado presente en la memoria colectiva si no fuera por una recordada línea de guión, en la que Hanks le comunica a la base en Tierra la existencia de problemas serios en la cápsula. Aquello de “Houston, tenemos un problema” se convirtió en un latiguillo que personas de todo el mundo utilizan desde entonces para anunciar complicaciones de cualquier tipo y magnitud, desde una demora para llegar a una cita hasta un inodoro tapado. Ese tipo de cosas son las que convierten a una película en un símbolo dentro de la cultura pop. Como se muestra en la película de Howard, la misión Apolo XIII tuvo que regresar a la Tierra sin poder concretar el alunizaje, pero felices de por lo menos haber vuelto. Muy cerca estuvieron de que eso tampoco ocurriera. Un dato curioso: el actor Ed Harris, quien estuvo a cargo del papel de John Glenn en Los elegidos de la gloria, acá interpreta a Gene Krantz, director de vuelo de la misión Apolo XIII en el centro de comando de Houston.
Hasta aquí cuatro películas que registraron una serie de hechos verificables que conforman una breve y entretenida reseña de la historia de los viajes a la Luna. Pero esta lista no estaría completa si no incluyera otro hito de la cultura popular vinculado directamente con ellos. Se trata de la teoría conspirativa según la cual el hombre nunca llegó a la Luna, sino que se trató de un montaje cinematográfico realizado en secreto por el gobierno de los Estados Unidos para derrotar a la Unión Soviética en la carrera por la conquista espacial. Hay que recordar que el gigante soviético le llevaba la delantera al equipo norteamericano, habiendo puesto al primer satélite artificial en órbita (el Sputnik I, en 1957); el primer ser vivo en orbitar el planeta (la perra Laika, un mes después del Sputnik 1, que también fue el primer ser vivo en morir en órbita); el primer hombre en el espacio (el cosmonauta Yuri Gagarin, en 1961); y la primera caminata espacial (Alexei Leonov, en 1965). Ante las primeras derrotas, en 1961 el presidente John F. Kennedy había prometido en un discurso transmitido por televisión que “antes de terminar esa década” los Estados Unidos pondrían un hombre en la Luna. La promesa se convirtió en una orden tácita para la NASA y la misma no solo aparece entre las imágenes iniciales de El primer hombre en la Luna, sino que es lo primero que se ve en la película Operación Avalancha (Matt Johnson, 2016). Se trata de un film de ficción que pone en escena de manera extraordinaria la fantasía paranoica de los negacionistas del alunizaje. Allí se puede ver a un grupo de cineastas jóvenes quienes ante la evidente imposibilidad tecnológica de cumplir en tiempo y forma con el “mandato kennediano”, le proponen a la NASA realizar un engaño, una primigenia fake new: simular en un estudio de cine aquello que era irrealizable en la realidad. Operación Avalancha comienza como una comedia que el director y actor Johnson maneja con gran timing. Pero a medida que avanza el clima paranoico de la Guerra Fría comienza a colarse por las grietas del relato, poniendo a los protagonistas en medio de una trama de intrigas, persecuciones y espías, mientras un terror silencioso comienza a envolverlos lentamente. Por supuesto hay alusiones a Stanley Kubrick, a quien la leyenda urbana también le atribuye haber filmado el falso alunizaje luego de haber estrenado la inoxidable 2001: Una odisea en el Espacio un año antes de que Armstrong llevara los pies humanos hasta la superficie de la Luna. Una película que los fanáticos del genero no deberían dejar pasar.
De este modo, si para los amantes de la historia de la conquista espacial, El primer hombre en la Luna representa la mejor de las oportunidades para ir al cine, las otras cuatro películas se presentan como la excusa perfecta para seguir la fiesta en casa. Una panzada lunar.
Artículo publicado originalmente en el portal de noticias www.tiempoar.com.ar
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